Delfina se levantó y se marchó.
—Siente la presión —dijo Paula.
—Se las arreglará. Es fuerte.
—No tienes corazón —respondió ella.
—Y tú eres su hermana, no su madre —le respondió con una franqueza brutal.
Aquel comentario hizo que palideciera. La expresión de animalito herido conmovió a Pedro. Le agarró las manos.
—¿Qué he dicho? —preguntó él confuso.
—Nada, nada —respondió ella. Su sórdido pasado la había golpeado. Estuvo tentada de contarle lo que tiempo atrás le había sucedido, pero se contuvo. No era el tipo de historias que se contaban a alguien a quien probablemente no volvería a ver en semanas. Sus vidas tampoco volverían a cruzarse después del rodaje. A pesar de que estaba resultando interesante, estaba ansiosa por volver a su ambiente.
—Creo que Delfina y tú deberían salir de esta casa.
—¿Por qué? —sus palabras la habían traído de vuelta al presente.
—Ahora los medios de comunicación saben que estás aquí y no te van a dejar en paz. Creo que Lucas debería ofreceros su santuario para vivir hasta el final de la película. Es una inmensa mansión rodeada por una gran muralla y vigilada día y noche.
—Pero suena espantoso, como una prisión.
—Es una prisión muy lujosa —le aseguró Pedro—. Y, al menos, eso te asegurará que no habrá ninguna sorpresa desagradable como la de hoy.
—¿Y la película? ¿Se verá afectada? —preguntó ella.
—Dicen que no existe algo llamado mala publicidad.
Paula se dió cuenta de que, a pesar de sus palabras, el incidente le preocupaba. Si ella se hubiera callado, nada de aquello habría sucedido... Tal vez, acabaría por afectar también a su relación.
—¿Te quedas esta noche? —le preguntó ella.
—No creo que sea buena idea —respondió él.
—Bien —no estaba dispuesta a rebajarse y suplicar. También él podría haber sugerido que se fuera con él al yate. El hecho de que no lo hubiera hecho decía mucho sobre toda la situación—. Puedo entender que Delfina necesita protección, pero no entiendo por qué yo también la necesito. ¿No podría quedarme aquí?
—¿Después de mi estelar actuación allí fuera? ¡Vamos, Pauli! Sabes lo que va a decir la gente.
—¿Y qué van a decir? —no podía pensar, sólo quería estar con él. Un impulso irracional casi la llevó a agarrarse de su pierna.
—Dirán que Pedro Alfonso está enamorado de tí.
—¿Y tendrán razón o no? —susurró ella desconcertada.
—Sí —no había ironía, no había burla. Era una respuesta sincera, real.
Paula se quedó paralizada, sin habla. Para cuando recobró la capacidad de hablar ya estaba sola y no había en la habitación nada más que el eco de la puerta que se acababa de cerrar.
¿Cómo podía haberle dicho eso y haberse marchado así? ¿No tenía corazón? «Si me quiere, ¿por qué demonios no está aquí para hacer algo al respecto?» Se dirigió a la habitación de Delfina.
—Pepi, ¿estás despierta? —Paula abrió la puerta de la habitación.
—No, la verdad es que no lo estaba, pero ahora ya lo estoy.
—Perdona, no debería molestarte.
—Vamos, pasa y siéntate.
—Si no hablo con alguien, voy a explotar —le confesó Paula. —No sé si te has dado cuenta, pero Pedro y yo...
—Sí, me he dado cuenta.
—La cuestión es que le he preguntado si me ama....
Delfina abrió los ojos alarmada.
—¿Que hiciste qué?
—Le pregunté si me amaba.
—Y siempre pensé que la bocazas de la familia era Maca—miró a su hermana con ansiedad—. ¡Vamos, dí algo, el suspenso me está matando!
—Sí... quiero decir, dijo que sí, que me amaba.
—¡Vaya! —Delfina la miraba boquiabierta—. ¿Y?
Por supuesto, era verdad que cuando salió con Pablo, ella no era más que una adolescente, lejos de casa. Pablo era un profesor adulto, con plena responsabilidad sobre sus actos. Jamás le dijo que estuviera casado. Después de una intensa relación, Paula se quedó embarazada. Cuando se lo contó, alegre por compartir la noticia, él negó que el bebé fuera suyo, la acusó de que pudiera ser de cualquiera. La humillación y la pena consiguieron que ella acabara perdiendo el bebé a las pocas semanas. Aquel episodio sólo lo conocían las tres hermanas y nunca había vuelto a salir a la luz desde entonces.
Pero lo que torturaba a Paula era la sensación de que el bebé había sufrido su desamor y por eso no había nacido. Ella entonces había temido que cada vez que mirara a aquel inocente le recordara a Pablo y, de algún modo, eso la había hecho traicionar a su propia sangre.
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