martes, 9 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 6

Paula lo miró de soslayo. Daba enteramente la impresión de que se estuviera divirtiendo. Pero nadie que no fuera un completo idiota podía disfrutar en una circunstancia como aquélla. Se puso de puntillas para agarrar el botiquín y él se quedó embobado mirándole las piernas.

—¡Imbécil! —le dijo ella al darse cuenta. Él se rió.

—Siéntate. No llego —dijo ella bruscamente mientras trataba de curarlo.

Pedro protestó mientras ella le limpiaba la sangre. La piel de la zona no había perdido color. Seguramente no habría ninguna herida.

—Lucas va ... ¡Maldición! —dijo él al sentir dolor—. Como estaba diciendo, a Lucas no le va a gustar nada esto. Él que yo no sea capaz de rodar le va a costar a la productora muchísimo dinero.

—¡No se me había ocurrido pensar en eso!

Pedro esbozó una sonrisa maliciosa.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó ella.

—Bueno, deberías saber que tu camisa es completamente transparente cuando se moja.

Paula se quedó completamente confusa durante unos segundos. Después, bajó la cabeza y comprobó que era verdad. ¿Por qué justamente aquel día había decidido no ponerse sujetador, algo que ella no tenía por costumbre hacer?

Pedro le ofreció un paño de cocina para que se tapara.

—Esto puede ayudar a cubrir.., el dilema.

Ella levantó la cabeza y lo miró con rencor.

—¿No has tardado demasiado en hacérmelo saber?

—¿Te podrás creer que no me había dado cuenta? —la miró de arriba abajo y volvió a sonreír, esta vez era una sonrisa de satisfacción—. Realmente tienes un cuerpo estupendo.

—¿Cómo te atreves?

—¡Vamos! No se haga usted la puritana, doctora. El modo en que me mirabas hace escasos minutos en el baño tenía muy poco de profesional. Estoy acostumbrado a que me traten como un objeto sexual. Y cierra la boca. Te van a entrar moscas —le dijo él—. Sólo estaba dando una opinión honesta. La verdad es que me creía bueno en eso de evaluar a la gente a primera vista, pero contigo me he equivocado. Por cierto, te favorece mucho lo de enfadarte.

Paula no pudo evitar sentir una especie de vuelco en el estómago. Tenía algo que ver con la química sexual que ya había sentido en otras ocasiones con consecuencias realmente desastrosas.

—Te escondes detrás de esa imagen falsa de frialdad y distancia. Pero siento decirte que ya no me creo nada. Y, por cierto, te prefiero cuando eres más humana.

Lejos de enfurecerse, Paula sintió un calor agradable y reconfortante.

—Deberías ponerte el hielo en la nariz, antes de que se inflame.

Sin saber cómo había llegado hasta allí, se encontró, de pronto, en el regazo de Pedro, con la falda indecentemente subida y los brazos alrededor de su cuello. Los labios de Pedro Alfonso  eran firmes, deliciosos y provocadores. Cuando por fin se separaron, él no pudo por menos que exclamar complacido.

—¡Vaya con la doctora! —dijo él.

—¡Pau, hemos llegado! —la voz de su hermana sonó instantes antes de que la puerta de la cocina se abriera.

—¡Un momento muy oportuno para llegar! —dijo Pedro.

—Ya veo que se conocieron—dijo Delfina.

«La voy a estrangular», pensó Paula. «Después me ahorcaré». Miró al suelo indignada. ¿Cómo no se había abierto y la había tragado? ¡Que lo hiciera cuanto antes, por favor!

—¿Lo han pasado bien? —preguntó Pedro.

—No tan bien como tú —dijo el hombre que estaba junto a Delfina.

Paula se apresuró a levantarse y se estiró la ropa, tratando de recuperar la compostura.

—Ha sido un accidente —trató de recuperar un tono de voz normal—. El señor Alfonso...

Pedro rápidamente puntualizó con la misma formalidad.

—La doctora Chaves ha tratado de partirme la cara.

Lucas, el acompañante de Delfina, cambió repentinamente la sonrisa burlona por un gesto de angustiada preocupación.

—¡Por todos los diablos, Pedro! ¿Sabes lo que va a pasar si no podemos seguir rodando? Eso va a costar una fortuna.

Pedro miró a Paula.

—La doctora asegura que mi belleza no sufrirá daño alguno.

—Pero... pero yo veo un cardenal ahí, juro que lo veo —insistió Lucas—. Ponte hielo ahora mismo, Pedro.

—En eso estábamos cuando... —dijo Pedro.

—Creo que voy a cambiarme de ropa —dijo Paula.

—Voy contigo —respondió Delfina, con una pregunta latente en los ojos.

—No me interrogues, Pepi—le advirtió Paula, cuando ya habían salido de la cocina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario