viernes, 26 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 39

—Eso es lo único que importa ahora. ¿Sabes el alivio que supone saber que se puede hacer algo para salvar la vida de un hijo? Durante todos estos días me quedaba sentado, observándolo y me preguntaba porqué le había ocurrido a él, tan joven, tan lleno de vida. ¿Por qué no me había ocurrido a mí?

—Lo entiendo, Pedro. Yo sólo hacía de abogado del diablo. Los médicos de aquí te contarán lo mismo que yo. Sólo quería que estuvieras prevenido.

En ese instante, entró el doctor Bohman.

—Doctora Chaves... me alegro de encontrarla aquí.

—Pedro, éste es el doctor Bohman.

—Encantado de conocerlo, señor Alfonso—Francisco Bohman estrechó su mano—. Siento mucho lo que le ha sucedido a su hijo. Paula, me gustaría que le pasara esto a su cuñado. Es la copia de la foto que nos hicieron el año pasado en Ginebra.

—Por supuesto —ella sonrió y el médico se marchó.

Pedro miró por encima del hombro.

Había una fila de hombres con un vaso en la mano.

—¿Ese es tu cuñado?

—Sí.

—Es un tipo muy atractivo.

—Eso es lo que piensa Maca.

—¿No es tu amante?

—¡Claro que no!

—Las cosas no son lo que parecen, ¿Verdad Pauli? —se quedó en silencio unos segundos—. No has venido a ninguna reunión con el doctor Bohman.

—No —respondió ella sin más.

—¿Para qué viniste entonces?

A pesar del aire acondicionado, Paula estaba sudando.

—Ví los periódicos y ... pensé...

—¿Qué pensaste?

—Pensé que tal vez te podía ser útil.

—Así es que tomaste el primer avión a los Estados Unidos. ¿No es un poco excesivo para alguien que sólo quiere echar una mano?

—Vine porque tenía que venir. Vine porque te quiero —confesó ella—. ¿Satisfecho?

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.

-No, no estoy satisfecho.

—¿Qué quieres, sangre?

—Sólo un poco, pero si es un mal momento, puedo venir más tarde.

Ninguno de los dos había visto al médico que llevaba un rato en la sala. El gesto de confusión en el rostro de Pedro hizo que el joven doctor tosiera.

—No, no, puede hacerlo ahora —respondió Pedro.

Paula se mordió el labio para evitar dar rienda suelta a la risa. En esas circunstancias, no le parecía apropiado reír.

—¿Sabe cuál es su grupo sanguíneo?

—AB negativo. ¿Es bueno o malo?

—Bastante raro. Pero, por suerte, es el mismo de Pedro—el médico preparó la jeringuilla—. Súbase la manga.

Así lo hizo y le tomó una muestra de sangre. Después, se marchó.

Pedro miró a Paula.

—Así es que me amas —dijo él en un tono intrascendente.

Paula  lo miró desconcertada.

—No es ninguna broma.

—Mejor que no lo sea.

Era una afirmación ambigua que no sabía exactamente cómo tomarse.

—No te preocupes por lo que ocurrió anoche. No voy a interpretar nada más allá de lo que fue. Sé que las circunstancias eran excepcionales —sabía que su pasión había sido fruto de su necesidad de liberar la carga que llevaba.

—¿Te sentiste como el pasivo receptáculo de mis frustraciones? Es curioso. A mí no me dio en absoluto esa impresión. Por cierto, la última vez que hice el amor sin protección concebí un bebé.

—Yo también —confesó ella sin pensárselo. De pronto, sintió que las rodillas le flaqueaban  y se dejó caer sobre una silla.

—Algo así sospechaba.

Paula lo miraba con horror. Las palabras se habían escapado de su boca. No quería hacerle partícipe de aquel horror. De pronto, se dió cuenta. ¿Cómo no se le había ocurrido pensar en las consecuencias de sus actos aquella mañana?

La verdad era que en el momento en que las manos de Pedro se habían posado sobre ella, se había olvidado absolutamente de todo.

—Pero no sabes lo que ocurrió.

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