martes, 16 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 19

—¿Por qué invitaste a Delfi a que viniera?

—¡Mi dulce Pauli! —soltó una carcajada—. Sólo trataba de ser educado. Delfina nunca habría aceptado.

—¿Tú crees que ella sabe algo?

—No te ha advertido ya varias veces sobre mi reputación.

—Sí, de algún modo sí —recordó Paula con el ceño fruncido—. Como casi no ha estado en casa y nosotros hemos sido bastante discretos... Está claro que quieres mantener lo nuestro en secreto.

—Me importa bien poco que lo sepa el mundo entero.

—¿No te importa? —preguntó ella realmente sorprendida. No comprendía, necesitaba entonces que le explicara una serie de cosas.

Él captó la necesidad.

—Nunca le doy al público lo que no quiero darles. Es necesario trazar una línea en algún sitio o acaban comiéndote. Peor aún, puedes acabar creyéndote lo que cuentan de tí. Conozco a mucha gente a la que le ha ocurrido y, créeme, es patético. No me interpretes mal. Yo no soy tan importante como para despreciar a la prensa. Me valgo de ella, la utilizo. Si el estudio considera que es interesante para el lanzamiento de una película que se me vea, me presto a que me fotografíen donde sea conveniente. Pero en cuanto todo eso acaba, mi vida privada es mía y nadie tiene acceso a ella —miró al infinito—. Al menos aquí no tenemos que preocupamos de los fotógrafos.

—Probablemente hay un satélite en alguna parte —Paula dibujó un arco ficticio sobre sus cabezas—. Alguien nos estará observando.

La ferocidad de la mirada de Pedro hizo que su sonrisa se transformara en un gesto hambriento. Se estremeció.

—¡Qué miren! No necesito ninguna ayuda para recordar cómo eres bajo la luz del sol. Esta noche, sabré qué aspecto tienes bajo la luz de la luna.

—¿Tienes intención de que eso ocurra?

La agarró firmemente de los glúteos. Paula no tenía ninguna intención de hacerse de rogar.

—Depende de tu cooperación.

—Soy fácil de convencer...

La temperatura había descendido y Paula se había puesto un jersey.

Se había pasado la última hora escuchando términos marineros y la cabeza no le daba más. Pedro le había asegurado que la tecnología había ahorrado mucho trabajo a la hora de navegar, pero empezaba a dudarlo.

Al ver a Pedro salir de la cabina de mandos, notó que algo sucedía.

—He estado hablando con el guardacostas. Parece que la tormenta que esperaban para mañana se ha adelantado.

—¿Qué significa eso? —trató de vencer la decepción que sentía.

—Significa que tendremos que volver a puerto. ¿No me voy a arriesgar a quedarnos en alta mar?

—¿De verdad es necesario? —su tono de voz contenía cierta desesperación. ¡No podía ser tan patética!—. ¿Harías lo mismo si estuvieras solo?

—No estoy solo y el tesoro que debo guardar es demasiado importante.

¡Se refería a ella! Sonrió por dentro.

—Siento fastidiarlo todo —dijo ella. El modo en que Pedro la miraba la hacía sentirse como algo valioso, único.

Los hombres no solían mirarla así.

Pedro le agarró la barbilla con los dedos.

—No has estropeado nada —su mirada era de absoluta entrega—. Por supuesto que a mí también me habría gustado que nos quedáramos aquí, pero tendremos muchas ocasiones más.

¿De verdad? ¿Tendrían muchas ocasiones más?

—¿No te preocupa que sea una marinera tremendamente torpe?

—Yo lo fui hace tiempo —dijo él y Paula se sorprendió. Parecía formar parte de todo aquello.

—Procedo de Ohio, tierra firme. En origen soy granjero. La primera vez que me metí en un barco tenía diecinueve años. Conseguí un trabajo en la costa, en el muelle. Un día estaban haciendo una sesión de fotos. Algunos de los que trabajábamos allí nos quedamos mirando a los memos que posaban —dijo Pedro con una sonrisa irónica—. Uno de los modelos se ponía verde cada vez que se subía al barco. Por algún motivo, la mujer que estaba a cargo del reportaje me preguntó si podía sustituirlo. Yo pensé que por qué no. No podía ser tan duro lo de sonreír a la cámara. ¡Por favor, no le cuentes nada de esto a Delfina! Yo tenía diecinueve años, era un arrogante.

—¡Algunas cosas jamás cambian!

Pedro sonrió.

—Aquellas fotos me llevaron a una serie de televisión y el resto es historia. Con el dinero que conseguí con mi primera película, me compré este barco —levantó la vista hacia la parte alta del mástil.

Aquellas confidencias hicieron a Paula recapacitar una vez más. Siempre había pensado que Pedro debía de ser un niño rico, pero estaba claro que no era así. Esperaba no estar leyendo mal los signos que le mandaba y que realmente fuera tan en serio con aquella relación como parecía. De otro modo, estaría perdida, pues cuanto más conocía a Pedro Alfonso más y más se iba enamorando de él. La antigua Paula habría cortado amarras y habría salido huyendo de aquel lugar. La nueva estaba dispuesta a todo, incluso a sufrir por él.

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