—Lo único que digo es que le ocurre algo. Dime, Pau, ¿Tú duermes bien?
—¡Qué sutil eres, Pepi!
—¡Hacían una gran pareja!
Paula apretó los dientes con rabia.
—Si quieres una historia de amor, búscate la tuya, Pepi. Te aseguro que luego no resulta tan maravillosa como parece al principio.
—Pues a mí me parece que vale la pena.
—¡Dame fuerzas! —protestó Paula—. ¡ Estoy rodeada!
—Sólo queremos que seas feliz —dijo Delfina.
—Pues estás loca si piensas que Pedro Alfonso es parte de esa ecuación.
—¿Qué fue exactamente lo que te hizo?
—A mí nada.
—¿Entonces? —Delfina y Macarena empezaban a estar confusas.
—Tiene un hijo. Claro, que no lo mencionan jamás las revistas del corazón, ni nadie lo sabe. Pero abandonó a la madre cuando eran adolescentes y al hijo. La ironía es increíble —continuó ella—. Por algún motivo desconocido siempre acabo con el mismo tipo de hombres.
—¿Quién te contó todo eso? —preguntó Delfina.
—¿Qué importa? Lo importante es que él no lo negó.
—Pero debió de darte alguna explicación —dijo Macarena.
—¡Explicación! —le gritó Paula—. ¿Es que hay algo que pueda justificar algo así?
—Pero no puedes dejar que el pasado te marque para siempre, no puedes pensar que todos los hombres son como Facundo.
Paula se sintió, de pronto, traicionada por sus hermanas. ¿Por qué, sencillamente, no lo condenaban como ella estaba haciendo?
No la detuvieron cuando salió de la habitación y se fue en dirección a la cocina. Después de un rato, cuando ya había conseguido calmarse, tuvo que admitir que parte de su reacción con Pedro estaba influida por lo que su pasado había marcado en ella. Pero quizás por eso ella podía apreciar con más claridad la dimensión de las acciones de aquel desaprensivo. ¿Acaso un hombre como aquél llegaba a cambiar? ¿Debería haber escuchado su versión de los hechos? Tenía que admitir que había sentido miedo, mucho miedo. Temía haber llegado al punto de ser capaz de aceptar cualquier excusa, sólo por el deseo desesperado que sentía de estar con él. Muchas mujeres hacían eso continuamente. Ella temía que las circunstancias pudieran llevarla a ser una de ésas.
—Tía Pau, ¿quieres ver nuestros gusanos?
Paula pestañeó y recobró el sentido de la realidad.
—Tenemos veinticinco.
—Teníamos veintisiete, pero un pájaro se comió uno y nosotros pusimos uno debajo de la almohada de Sofía y lo aplastó.
—Las chicas son tontas.
—Entonces, ¿por qué quieres enseñármelos a mí?
—Tú no eres una chica. Eres una dama.
—Ante eso, no puedo decir que no.
Los gemelos fueron los primeros en entrar en la cocina. Un gato al que le faltaba media cola saltó desde la mesa al suelo para ponerse a salvo.
—Si alguna vez quieres un mueble envejecido, por eso de que es la moda, no tienes más que traerlo aquí. Sigue su proceso natural rápidamente.
—Tengo hambre.
—Yo también. ¿Tú quién eres?
—Pedro Alfonso. ¿Y tú?
—Yo me llamo Joaquín y este es Nicolás. Esta es tía Pau.
—Lo sé. Hola, Pauli.
Paula se puso tensa.
—Pedro, ¿cómo estás?
Los conocidos se tratan así, como si nada perturbara la vida, como si todo fuera pura cortesía.
—¿Es una pregunta profesional, Pauli?
El sonido de su nombre le trajo recuerdos no tan lejanos. Era increíble cómo el sonido de su voz podía excitarla más que el tacto de cualquier otro hombre.
Pedro tenía aspecto cansado. Había adelgazado y el cinismo de su mirada parecía haberse acentuado. Tenía un aspecto peligroso.
Paula trató de apartar la mirada de sus ojos hipnóticos. No podía. Tampoco podía vencer el incontrolable deseo de lanzarse a sus brazos, aunque ya no estaban abiertos para recibirla.
—¿Se quedará a cenar? —preguntó Macarena.
Antes de que el invitado pudiera responder, Paula intervino.
—¡No! —el terror era patente en su voz—. El señor Alfonso tendrá muchas cosas que hacer.
Él quería castigarla y no iba a desaprovechar aquella oportunidad.
—Al señor Alfonso le encantará quedarse —contestó Pedro con ironía.
—¿Ve lo que ocurre en esta casa cuando trato de ser amable? —protestó Macarena.
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