martes, 2 de agosto de 2016

El Niñero: Capítulo 38

—¿Que es?

—Amistad, apoyo, diversión.

Paula suspiró.

—Esas tres cosas me han faltado durante los últimos dos años. De verdad.

—Pues entonces no las sueltes. Y esto, sin mencionar lo bien que vas a comer. Eres una chica con suerte.

—Creo que acabo de ser seducida de la forma más extraña que se haya oído nunca.

—Estás equivocada. Si quieres que me meta en tu cama esta noche, tendrás que pedírmelo tú.

Paula se puso rígida. Siempre había sido muy orgullosa.

—Ni lo sueñes.

—Depende de tí —dijo él, encogiéndose de hombros.

Y parecía que era así. Incluso cuando Bauti se durmió por la noche, Pedro no hizo ningún intento por acercarse. Cenaron en silencio y limpiaron los platos en el mismo  ambiente de tensión. Linda estaba a punto de gritar cuando sonó el teléfono.

Suspirando con irritación, Paulase secó las manos e iba a salir corriendo para tomar el teléfono cuando Pedro la retuvo por el brazo.

—Si es Gonza no le digas que estoy aquí.

—¿Por qué no? Tendrán que saberlo tarde o temprano si vas a ser la niñera de Bauti. ¿O quieres que esconda tu presencia en mi casa como si fuera un secreto del que tuviera que avergonzarme?

—No. No para siempre. Pero no quiero que se lo digas a Gonza todavía. Por favor, Paula, hazlo por mí. Te prometo que si las cosas funcionan esta semana y mequedo, yo mismo se lo diré a Gonza.

—¿Si te quedas? ¿Qué quieres decir? Ah, ya veo. El señor quiere dejar una puerta abierta, por si acaso —dijo Paula, sarcástica.

—Tú eres la que ha dicho que estoy a prueba, ¿recuerdas? Si quieres que me quede, me quedaré.

—¿Te quedarás? —su corazón estallaba de alegría—. Está bien. Sí, quiero que te quedes. Ahora será mejor que conteste al teléfono.

Paula tomó el auricular, con el corazón aún acelerado. Pedro se quedaba. La idea era tan peligrosa como emocionante.

—Dígame.

—¿Paula? ¿Eres tú?

-Sí, Gonza. ¿Qué tal?

—¿Te pasa algo? Tu voz suena rara.

—No, no me pasa nada.

—Te llamé antes, pero nadie respondía. ¿Dónde estabas?

—Había salido a comprar —dijo, pensando que contarle lo del accidente de Mariana llevaría a muchas preguntas incómodas.

—Ya —dijo Gonzalo—. Sólo quería saber si conseguiste que alguien te cortara el césped. Después me sentí culpable, pero de verdad, estaba agotado, cariño.

—No te preocupes, Gonza. Mariana me buscó una persona.

—Ah, estupendo. ¿Qué harías sin Mariana?

«Contrataría a un hombretón de un metro noventa», pensó perversamente Paula, mirando a Pedro.

—No tengo ni idea —mintió—. Oye, Gonza, perdona pero tengo que colgar.

—¿Bauti está llorando como siempre?

—Algo así.

—Ese niño siempre te está dando problemas, ¿Verdad, cielo? Bueno, algún día se le pasará. Cuando vaya al colegio, te dejará tranquila.

—Gracias por llamar, Gonza.

—Bueno, cariño, adiós.

—Adiós.

Colgó el teléfono lentamente sin dejar de mirar a Pedro. Al contrario que su hermano, aquel hombre no estaba lleno de palabras vacías. Estaba allí, apoyándola, ayudándola. Un día se marcharía. No era tan ingenua como para pensar que iba a cambiar su modo de vida por ella. Cuando sor Agustina muriera, él se marcharía.

Pero Paula no quería que, al mirar atrás, pudiera pensar que había perdido ni un solo momento del precioso tiempo que tenían para estar juntos.

—Pedro —dijo ella suavemente.

—¿Sí? —preguntó él, mirándola con....

—Te deseo y te necesito. Por favor...llévame a la cama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario