martes, 23 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 30

—Los gemelos lo han secuestrado.

Cuando se habían casado, Macarena se había hecho cargo de los sobrinos de Andrés, gemelos de cuatro años, de una sobrina adolescente y un muchacho mayor, que ahora tenía veinte años. Además, ahora ella esperaba gemelos. Macarena tenía una gran vitalidad y le encantaba estar rodeada de gente.

—¿Te vas a quedar mucho tiempo? —le preguntó Paula a Delfina.

—No, estoy sólo de paso.

—¿Has ido a ver a papá y a mamá? Estoy segura de que les gustaría verte aunque sólo fuera un rato.

—Acabo de estar allí. Pero la casa era un caos. Mamá estaba preparando tartas para no sé qué evento que celebran esta noche.

—Por eso estoy yo aquí —respondió Paula.

—Pues es una casualidad que hayas venido. A lo mejor, luego aparece por aquí Pedro.

— Si le pongo las manos encima... —empezó a decir Macarena—. Pau, baja a ese perro de ahí, que no estoy dispuesta a que me rompa todos los muebles.

—¿Desde cuándo? —preguntó Delfina.

Las reglas en casa de Macarena eran ligeramente arbitrarias y dependían, sobre todo, del momento.

—Qué quieres decir con eso de... —comenzó a decir Macarena.

Paula estaba completamente ausente. Se levantó y empujó al perro, que la miró mal. El animal se acurrucó junto al fuego.

—Me voy a casa... —dijo Paula  y el pánico se apoderó de ella—. ¿Cómo has podido hacerme esto?

La verdad era que había sido Pedro el que se había ofrecido a ir a buscarla. Pero, por algún motivo, a ella no le había parecido una idea tan descabellada.

—No ha sido intencionado. Pero, de todos modos, ¿qué fue exactamente lo que te hizo?

—Eso es lo que a mí me gustaría saber —añadió Macarena.

—¿Qué es lo que te gustaría saber? —Andrés acababa de entrar en el salón—. ¡Hola, Delfi! ¿Qué tal estás? Maca, espero que no hayas hecho nada estúpido. Ayer me la encontré en el desván moviendo cajas.

—No refunfuñes, Andy. No es más que necesidad de mantener el nido agradable.

—Es locura.

—Lo que ocurre es que Pedro Alfonso va a venir aquí —le dijo a su marido dramáticamente.

Estaba claro que Macarena había compartido aquella información con su marido.

—¿De verdad?

—Por favor, Andrés, quítate ese gesto de la cara. No necesito un machito con intención de defenderme.

Después del impacto inicial de aquellas palabras, Andrés reconoció que la reacción de Paula no era la que podría haber esperado jamás de la mujer a la que conocía.

—No los necesito ni a tí, ni a Anna, ni nadie. Pedro Alfonso no significa nada para mí, más allá de un recuerdo molesto.

—Si tú lo dices —replicó Macarena. No podía por menos que sentirse escéptica.

Recordaba demasiado bien cómo había regresado su hermana a casa.

—Claro que sí.

—En ese caso, no entiendo por qué no te puedes quedar a cenar como estaba previsto.

Paula miró a Macarena con cierta antipatía. Si rechazaba la oferta, estaría negando lo que acababa de decir.

—De acuerdo —la retó Paula, y fingió un gesto de despreocupación.

Por suerte, nadie podía imaginarse lo difícil que le resultaba aquello. Por dentro, gritaba de desesperación. Pero lo que no estaba dispuesta a hacer era a dejar ver lo estúpida que se sentía. ¿Cómo podía haber amado a alguien que había demostrado estar podrido? ¿Qué demonios le ocurría? Había perdido el sentido por una cara bonita bajo la cual no había nada.

El busca de Andrés la sacó de su ensimismamiento. Fue al teléfono y llamó.

—Soy Deacon —asintió varias veces—. Sí, quince minutos.

—Asumo que seremos uno menos para cenar —dijo su mujer con resignación.

—Sí. Hay un caso urgente del que debo hacerme cargo. No sé a qué hora regresaré —se inclinó sobre Delfina  y le dió un beso en la mejilla. Sonrió a Paula—. Así que «machito» —se acercó a su mujer y le susurró al oído—. Espero que hayas tomado nota de la frase.

—No me gusta usar material de segunda mano —Macarena se rió tiernamente, mientras él se marchaba de la habitación.

—¿Ha preguntado Pedro por mí? —Paula no pudo resistir la tentación.

—Ha tenido poco tiempo para preguntar por nadie. Sale todas las noches. Hasta Lucas está preocupado. Piensa que se puede llegar a quemar demasiado. Pero, de algún modo, es como si no quisiera estar dos minutos a solas consigo mismo.

—¿Estás intentando decirme que eso podría tener algo que ver conmigo? —las dolorosas palabras de su último encuentro resonaron en su interior.

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