—Tampoco tú confiaste en mí. No me contaste lo de Benja.
—Lo habría hecho si me hubieras dado una oportunidad —le recordó.
—Había razones por las cuales... —ya no podía más. Se cubrió la cara con las manos—. Da lo mismo. Ya es demasiado tarde. Nunca me perdonarás.
—Me has perdonado tú por haber desconfiado, por haber pensado que le habías dado la información a la prensa?
—Ya sabes que no fui yo —ella sonrió aliviada—. Me alegro.
—Había sido Candela. Está loca, de verdad. Creo que fui un estúpido al darle ese trabajo.
—Es una pena que nadie me advirtiera sobre ella.
Pedro asintió.
—Su marido es un buen tipo. He trabajado con él varias veces. Hace algún tiempo, ella tuvo problemas con la droga y él la ayudó a salir. Tomás me pidió que la atendieramientras él estaba de viaje. Como un tonto dije que sí. Un día, apareció en mi casa contándome una historia de que un hombre la acosaba. Si hubiera sabido entonces que le gustaba inventarse historias de ese tipo, no habría tratado de hacer de buen samaritano. La dejé quedarse en casa un par de días, hasta que su marido regresó. Pero en ese tiempo, la pillé, una noche, urgando en mi escritorio. Había encontrado las cartas de Marina y conocía ya toda la historia. Me juró que nunca se lo contaría a nadie. No volví a pensar en ella. Por suerte, Tomás me creyó cuando le juré que no me había acostado con ella.
—¿Le contó eso a su marido?
—¿Ahora te sorprendes de su capacidad de mentir?
Había creído a Candela antes que al hombre del que estaba enamorada. Pedro le había demostrado ser una persona cabal, con altos principios y responsable. Otra cosa eran las circunstancias que le hubiera tocado vivir.
—Por suerte, no era el único que estaba en la casa y eso ayudó a confirmar mi historia —continuó Pedro—. Además, generalmente, y con la sola excepción de quien me escucha ahora, todos suelen encontrar mi sinceridad irresistible. Fue, precisamente, Tomás el que me pidió que considerara a su mujer para el puesto de maquilladora. Me dijo que la terapia acababa de terminar y que estaba completamente rehabilitada. Cuando encontró el cheque que le había dado la revista por vender la exclusiva, me llamó de inmediato. Me pidió un millón de disculpas. El pobre hombre estaba desolado. A pesar de todo, sigue al lado de ella.
—¿Por qué?
—Porque la ama.
La intensidad de su mirada hizo que se estremeciera.
—Por suerte, pude jugársela al maldito reportero que pensaba hacerse de oro a costa mía.
—¿Cómo impediste que publicaran el artículo?
—Llamé a Marina y le aconsejé que le diera la historia a una revista de categoría.
Así podría controlar lo que se publicaba. La prensa amarilla es especialista en retorcer la verdad. Marina no estaba muy convencida al principio, pero al final se dió cuenta de que era lo mejor. Si me hubiera dado cuenta antes de qué tipo de persona era Candela, nada de esto habría sucedido.
—Está obsesionada contigo —le dijo Paula—. Va por ahí diciéndole a todo el mundo que es tu amante...
Hubo un silencio.
—Pauli, tú me has perdonado. ¿Es que me tienes en tan baja estima, que no me consideras capaz de perdonar? ¿O es, simplemente, que quieres castigarte a tí misma?
—Soy muy buena en eso —reconoció Paula.
¿Es que en el fondo pensaba que no tenía derecho a ser feliz?
—Pedro —la voz de Marina los sobresaltó.
Estaba en la sala, junto a su marido.
—¿Ocurre algo? —Pedro se alarmó. Se quedó pálido.
—No, tranquilo —dijo Mauricio—. Benja quiere verte.
Pedro miró a Marina y ella asintió. Su rostro continuaba perturbado por la duda.
—No quiero entrometerme en su vida.
Pedro podía controlar sus emociones hasta un punto. Pero el hecho de necesitar una invitación para entrar a ver a su propio hijo lo había removido por dentro. Pedro había hecho lo mejor para su hijo y, a pesar de no exteriorizarlo, le dolía la injusticia que se había cometido con él.
—Le hemos dicho que eres su padre natural, Pepe —Marina se aproximó—. Le hemos contado todo, que me ayudaste a sacarlo a adelante, que has estado siempre ahí, aunque fuera en la sombra. Quiere conocerte.
Sus manos se juntaron.
—No deberías haberlo hecho. Lo único que lograremos es confundirlo aún más.
Mauricio se rió.
—¡No conoces a Benja!
—No, claro que no.
Hubo un silencio tenso que rompió Marina.
—Es un gran muchacho, un verdadero luchador.
-Sólo quiero que sepas que no le hemos contado lo de los riñones. No querríamos hacerlo hasta que sepamos los resultados de las pruebas.
Pedro asintió.
—¿Están seguros de que quieren esto? —dentro de él un pensamiento injusto le decía que aquello era una especie de recompensa por haberse ofrecido a donar su riñón. Pero no podrían echar marcha atrás ya.
—Sí, muy seguros.
—¿Pauli?
Paula miró la mano extendida hacia ella.
«Me quiere junto a él», pensó. Se sintió satisfecha, muy satisfecha.
HermosHermosos capítulos! Que bueno que pudieron decirse las cosas!
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