martes, 9 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 8

Después de un paseo por la playa, las dos hermanas se encontraron con una aromática cena preparada con todo esmero.

—Huele realmente bien, hombre maravilloso —le dijo Delfina, mientras se quitaba la chaqueta. Lo besó en las dos mejillas—. A lo mejor te conservo aquí durante algunos días más.

—Lo siento, muñeca, pero mi corazón le pertenece a Juana.

—¡Qué desperdicio! —respondió ella.

Paula se sentó en su sitio con la esperanza de que nadie notara su inminente curiosidad por saber quién era Juana. ¿Cómo se tomaría aquella tal Juana que él se dedicara besar a la primera extraña que se le ponía delante?

—¿Te sientes mejor después de haber descansado, Paula? —le preguntó Pedro mientras se servía una generosa ración de pasta.

—Sí, gracias —como una cobarde, Paula evitó su mirada.

Respiró profundamente. «¿A quién trato de engañar?», se preguntó. Si trataba de negarse lo que había ocurrido, tenía pocas posibilidades. No tenía más remedio que aceptar que por alguna razón, completamente inexplicable, eso sí, se sentía atraída. Importaba bien poco que Pedro Alfonso fuera el símbolo de todo lo que despreciaba: excesivamente guapo e irresistiblemente simpático. Agarró un trozo de pan recién hecho y se dio cuenta de que le temblaban las manos.

—Delfina me ha dicho que tienes un barco.

—Sí. Lo están reparando, pero supongo que ya estará en el agua para el fin de semana. Así es que te librarás pronto de mí. ¿No es eso lo que quieres? —esto último lo dijo en un murmullo. Paula sintió que la confusión aparecía claramente en sus ojos.

—Me parece que vas a tener que aprender a cocinar, Pau —dijo Delfina.

Su hermana hacía todo con increíble entusiasmo y completa desinhibición. Sin duda, el contraste debía de ser espectacular a ojos de Pedro. Pero, al fin y al cabo, ¿qué le importaba a ella que así fuera? ¿Qué le importaba su opinión?

—Tienes que venir a navegar en Juana cuando nos lo permita el rodaje —Pedro sonrió—. ¿Pensaste que era una mujer?

—Al fin y al cabo, tiene nombre de mujer —respondió ella, dándose cuenta de lo astuto que había sido al interpretar claramente el lenguaje corporal.

—Ninguna fémina que ocupe mis pensamientos tiene por nombre Juana. Nunca me molesté en cambiarle el nombre que su primer propietario le puso. La verdad es que es la relación más larga que he tenido con algo del género femenino.

Delfina se rió.

—¡Vaya con el sex—symbol de nuestros días!

—Sólo he mantenido el nombre para no tener que cambiar la pintura tan a menudo. Habría acabado por arruinarme.

—¡Este chico no es tan tonto como parece! —dijo Delfina y en ese momento, el teléfono sonó.

—¿Cómo tienes la nariz? —le preguntó Paula,  con un ataque de pánico por la repentina ausencia de su hermana.

—Lucas opina que podremos seguir rodando si me toman el lado izquierdo.

—¿De verdad? —preguntó Paula, genuinamente sorprendida, mientras examinaba el golpe.

—La luz de las velas es criminal. Saca todos los defectos —se mojó los dedos y apagó la llama.

—No deberías jugar con fuego —le advirtió.

—Entonces la vida sería demasiado aburrida.

Paula no podía apartar la mirada de él. Tenía unas pestañas espesas, oscuras y sensuales.

—Me gusta el aburrimiento.

—Es una pena.

—Chicos, me voy.

Paula miró a su hermana, que acababa de entrar en la habitación con una bolsa.

—¿Te vas? ¿Adónde?

—Te lo explicaré más tarde. Pedro te llevará al trabajo mañana.

—¿No vuelves a casa esta noche? —no podía ser verdad, debía de estar interpretando mal lo que su hermana decía.

—Tengo prisa, no puedo pararme a explicar nada a hora.

Antes de que Paula pudiera responder, Delfina ya había cerrado la puerta principal y el ruido del motor del coche indicaba que estaba a punto de partir.

A Paula le dió un vuelco el corazón. Lentamente, se volvió hacia Pedro.

—Llevo aquí prácticamente toda la semana y no ha estado en casa más que dos noches —la informó él.

—¿Y qué quieres decirme con eso?

—Es tu hermana.

—No está teniendo un lío —insistió ella.

—¿Se lo has preguntado?

—Sí.
—De acuerdo, pero su comportamiento parece desmentir sus palabras. —Delfina no saldría corriendo de casa sólo porque un hombre la llama por teléfono.

—Ese tipo de cosas son las que ocurren cuando uno está enamorado. ¿No harías lo mismo si estuvieras enamorada?

—¡No!

—Me da la sensación de que te enamoraste en su momento de alguien que no valía la pena.

—Cuando era joven y tremendamente estúpida —admitió ella. Le perturbaba que aquel hombre pudiera captar con tanta nitidez lo que se movía en su interior—. Me gustaría poder aburrirte con los detalles, pero los he olvidado.

—Lo dudo —afirmó él. Ella hizo un amago de ir a levantarse, pero Pedro la agarró de la muñeca—. No, por favor.

Paula miró la mano tan varonil que cubría la suya, frágil y menuda. Al retirarla, dejó una huella imborrable, una sensación cálida.

—Conozco a mi hermana —respondió ella.

—No tiene sentido que nos pongamos a discutir sobre ello —dijo él—. Me gusta mucho Delfina, se ha convertido en una buena amiga. También me gusta Lucas. Pero no olvides que las lealtades familiares pueden llevarte a caminos equivocados.

La advertencia era bien intencionada, de eso no le cabía duda. 


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