martes, 30 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 44

—¡Preferirías que te pidiera en matrimonio sin emoción!

—¡Eso es lo que has hecho!

—¡Por favor, Paula! Sabes perfectamente que te amo.

Ella se quedó boquiabierta.

—¿Que yo sé qué? —no podía creerse lo que acababa de escuchar.

Pedro la miró incrédulo.

— ¡Claro que te quiero! Ya te lo había dicho.

—Sí, pero eso fue antes de que yo te acusara tan injustamente. Después de aquello, actuabas como si realmente me odiaras —protestó ella. ¿Estaba soñando? ¿De verdad aquello estaba sucediendo?

—Yo también pensé que te odiaba o, al menos, lo intentaba. Pero después de todas aquellas semanas de purgatorio, llegué a la conclusión de que te amaba y de que era algo que no tenía remedio. ¿Crees que voy a admitir ahora que me digas que no, sólo porque has sacado un montón de conclusiones erróneas? ¿Por qué piensas que me quiero casar contigo por el bebé? Lo único que he hecho es poner las cosas en su sitio y sacar una conclusión. Dos y dos suelen ser cuatro.

Pedro la quería, la quería. Jamás volvería a ser cínica cuando le hablaran de un final feliz.

—Te voy a comprar una calculadora emocional para que no vuelvas a cometer este tipo de errores. Yo también pensé que me odiabas. Hasta que te presentaste aquí. Pensé que tal vez lo habías hecho sólo por amistad. Pero lo de anoche me dijo que no. No era sólo amistad lo que te movía —Pedro se rió y ella se ruborizó—. ¡Fue salvaje! ¿Verdad?

—¡Pepe! —lo miró y se lanzó a sus brazos—. ¡Pepe!

—¡Que la bese! —era, de nuevo, una voz desconocida, a la que acompañó un multitudinario grito de aprobación.

—¡Sí, que la bese, que la bese!

Pedro ni siquiera se volvió. Pero no iba a decepcionar a su público. La agarró en sus brazos y la besó tiernamente.

Paula  respiró profundamente cuando el beso terminó.

—¡Qué romántico! ¿Quieres palomitas? —los ojos de la multitud ya estaban empañados por la emoción.

Paula se puso de puntillas y miró por encima del hombro de Pedro.

—¡Pepe!

—¿Sí?

—Hay gente... mucha gente mirándonos —eran, por lo menos, veinte personas de todas las edades.

—Lo sé.

—¿Que lo sabes? ¡Eres un exhibicionista! —lo acusó—. ¿Cómo puedes compartir un momento tan íntimo como este con tanta gente?

Sus palabras se perdieron en el beso apasionado que él posó sobre sus labios.

—¡Eso es lo que yo llamo un beso! —dijo una voz femenina.

Pedro, por fin, decidió ponerse en marcha. Guió a Paula por entre la gente mientras un gran aplauso los acompañaba. Cuando ya se habían alejado lo suficiente, Paula se puso a protestar.

—¿Qué puedo decirte? Soy un actor —se rió él con sorna—. Ahora sí creo que deberíamos ir a un lugar más íntimo para poder continuar con lo que procede.

—¡Vaya, es un alivio! —murmuró ella entre risas—. Tal vez te parezca atrevida, pero tenemos una maravillosa habitación de hotel...

—¡Me encanta tu atrevimiento!

—Es fácil decir, «vamos a casarnos» —le decía Paula algo más tarde, sentada al borde de la cama.

—¡Será fácil para tí! Para mí ha sido realmente complicado, y más aún con el cálido recibimiento que ha tenido la propuesta.

—Lo que quiero decir es que es una idea encantadora, pero deberías ser práctico y pensar...

Pedro suspiró.

—Un alma sensible acabaría desolada por tu falta de entusiasmo.

—¿Cómo puedes decir eso? Me he mostrado realmente entusiasmada en el taxi — ella se ruborizó al sentir su mirada.

—Pensé que era más inteligente por mi parte distraerte antes de que empezaras a utilizar tu lógica —se lanzó a la cama de nuevo y la agarró—.¡Te quiero!

—Todavía no puedo creerme que esto esté sucediendo.

Paula  agarró su cara entre las manos y los labios de él atraparon uno de sus dedos. Luego deslizó la boca por la palma de su mano. Ella cerró los y sintió un suave cosquilleo en el estómago.

—¡No puedo pensar cuando me haces eso!

—Precisamente lo que quiero —le aseguró él—. Sé que quieres discutir sobre la incompatibilidad de nuestras carreras y bla, bla, bla, bla... Ya tendremos tiempo. Lo vamos a solucionar, así que no hay de qué preocuparse. Me quieres, ¿verdad?

—¿Necesitas que te lo diga?

—A cada segundo.

—Te quiero, Pedro Alfonso, y será para siempre —declaró solemnemente.

-Cuando fui Inglaterra, lo hice con la firme intención de verte sufrir. Estaba furioso porque pensaba que me la habías jugado con la prensa. Me fui hasta el hospital. Y cuando te ví aparecer, toda mi determinación se esfumó. Por cierto, la falda que llevabas se trasparentaba a contraluz —ella le dió una torta cariñosa—. Después apareció él y te puso la mano sobre el hombro.

—Era Andrés, mi cuñado.

—Pero entonces yo no lo sabía. Quería matarlo por haberte puesto la mano encima.

—En mi familia somos muy toquetones. Nos gusta tocarnos —lo volvió a acariciar para probarlo—. Fue Andrés el que lo arregló todo para que pudiera venir aquí.

—Pero eres mía —respondió él fervientemente—. Hablando de familias, hay algo que tengo que hacer.

—Lo sé y estoy contigo —dijo Paula y se besaron—. Si te perdiera, me moriría.

—¡No me vas a perder! —respondió Pedro—. Te lo prometo.

—Te creo. Confío en tí —ella sabía que Pedro entendía el significado de aquella afirmación.

—Lo sé —respondió él.

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