—No quiero marcharme —le dijo él apasionadamente—. Quiero quedarme contigo y con el niño el resto de mi vida, pero no como niñera. Quiero ser un padre de verdad para tu hijo, Paula. Y quiero ser tu marido, no tu amante. Te quiero, Paula, con todo mi corazón.
El aire alrededor de Linda parecía pesado. Volvió la cabeza al oír las palabras de Pedro. La habitación quedó desenfocada.
—¿Me quieres?
—Más de lo que hubiera pensado nunca. Y también quiero a Bauti. Seré un buen padre para él, Paula. Te lo prometo.
Paula no podía hablar. Estaba ahogada por la emoción. Pedro la quería y quería al niño. Quería casarse con ella.
—Oh —fue todo lo que pudo decir, apoyando la cabeza sobre su pecho y llorando de alegría.
Pedro nunca había sentido nada como lo que sentía en aquel momento abrazando a Paula y acariciando su pelo. Había querido a Vanesa, pero había sido un amor más juvenil y egoísta. Su amor por Paula era mucho más maduro. Quería dar en lugar de tomar. Quería cuidarla y protegerla. Le parecía que había entre ellos una unión especial. Sentía una unión tan fuerte con aquella mujer y su hijo que a veces le hacía perder la cabeza. Nunca habría creído que podría amar a alguien de aquella manera tan desesperada.
El único riesgo, después de aceptar sus sentimientos era cómo hacer que Paula se enamorase de él. Le preocupaba que su atracción por él fuera estrictamente sexual. Pero su rostro y sus lágrimas le habían dicho lo que necesitaba saber. Lo amaba. Lo amaba de verdad.
—No llores, cariño —susurró él—. No hay razón para llorar.
—Lo sé. Es que soy tan felíz.
Él sonrió y le limpió las lágrimas con los dedos.
—¿Siempre lloras cuando eres tan felíz?
—No lo sé. Nunca he sido tan feliz como ahora —dijo ella—. O tan enamorada. Pedro, ¿estás absolutamente seguro? Quiero decir...has dicho que nunca te habías enamorado y que no eras el tipo de hombre que se casaba. Y que...que no querías compromisos.
—Sí. Y lo decía de verdad. Pero eso fue antes de enamorarme de tí. He intentado salir corriendo, Paula, no voy a negártelo. El domingo cuando salí de aquí lo hice decidido a no volver. Pero cuando me dí cuenta de lo que sentía por tí, me prometí volver y enamorarte como fuera.
—Oh, Pedro...
Pedro tragó saliva, sabiendo que tenía que decirle toda la verdad. No podía haber secretos entre ellos, pero se le hacía un nudo en la garganta ante la idea de tener que contar lo que no había contado en tantos años.
—Hay...hay algo que tengo que decirte —dijo, con la voz estrangulada por la emoción.
Los ojos de Paula se ensombrecieron por un momento, pero enseguida brillaron de nuevo.
—Puedes contarme lo que quieras —dijo, tomando la cara de Pedro entre sus manos y mirándolo con tal vehemencia que él casi se puso a llorar.
Se aclaró la garganta y se apartó lo suficiente para no rozarla. Tenía que controlar sus emociones y no podía hacerlo si ella lo tocaba.
—Es muy difícil para mí hablar de esto, Paula. Tendrás que ser paciente conmigo.
Ella asintió sin decir nada. Simplemente esperó con paciencia, con amor.
Pedro tomó aire y empezó a hablar.
—Después de graduarme en el Instituto, ingresé en el Conservatorio de Música. Cuando tenía diecinueve años conocí a una chica, Vanesa. Era una de las secretarias. Tenía veinte años, uno más que yo. Una chica muy guapa, rubia, con los ojos verdes.
Pedro tragó saliva un par de veces, pero nada podía aliviar la sequedad de su garganta.
—Nos enamoramos y unos meses después Vanesa se quedó embarazada. Nos casamos porque quisimos. Yo siempre había deseado tener la familia que no había podido tener en mi infancia. Juana nació seis meses más tarde. Era una...niña preciosa. Una alegría...
Pedro se aclaró la garganta y siguió.
—Por entonces yo me estaba haciendo un nombre como concertista de piano. Gané un par de concursos y recibí muy buenas críticas. Pero, por supuesto, nada de eso daba mucho dinero y cuando nació Juana, Vanesa tuvo que volver a trabajar. Durante el día, yo cuidaba de Juana y por las noches y durante los fines de semana, tocaba en restaurantes o en clubs. No teníamos mucho dinero, pero éramos felices.
Pedro sentía un peso en el pecho y casi no podía respirar. Siguió hablando:
—Un par de días antes de que Juana cumpliera tres años, Vanesa se tomó el día libre en el trabajo, para llevarla de compras. Quería que yo fuera también... Estaba lloviendo y a Vanesa no le gustaba conducir cuando llovía. Pero había un concurso de piano unos días más tarde con un premio de cincuenta mil dólares y yo pensaba que podía ganar... y creí que ese día, con Juana fuera de la casa podría ensayar con tranquilidad... Vanesa y yo tuvimos una pequeña discusión aquel día y me dijo que era un egoísta... Sé que no lo pensaba de verdad, pero después... cuando me contaron lo del accidente y tuve que ir a identificar los cuerpos, yo...
Dejó de hablar, tomó aire e intentó recuperar el control.
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