viernes, 26 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 37

—Dime lo que necesitas, Pedro—te daré lo que quieras.

Y así lo hizo.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

Paula levantó la cabeza, mientras se ataba el cinturón del albornoz.

—Si.

Ella se ruborizó ante el recuerdo de lo que acababa de suceder.

—¡Menuda energía para un hombre al borde del agotamiento! —trató de dar la nota justa, no demasiado suave, no demasiado alta. No quería tampoco decirle que había sido una experiencia única.

—¿Quieres que me disculpe? No podía ser tan fría.

—Eso lo estropearía todo.

Él se relajó y ella reparó en que había estado esperando aquella respuesta con impaciencia.

—Tengo que ir al hospital.

Eso era todo. La historia había llegado a su fin.

—¿Vendrás conmigo?

Ella no pudo evitar un gesto de sorpresa.

—¿Yo?

—Tal vez los médicos te den más información a tí que a mí. Es tremendamente frustrante que no te quieran decir nada. Yo quiero que me digan la verdad, toda la verdad. Pero si tienes algo que hacer...

—¡No! —Paula respiró profundamente, para controlarla impaciencia de su voz—. No tengo nada que hacer.

—Gracias —sin ningún tipo de pudor, Pedro apartó las sábanas y salió de la cama completamente desnudo.

Paula se quedó absorta mirando su cuerpo.

—¿Te has duchado ya?

—Sí.

—Es una pena.

Paula no se atrevió a levantar la mirada. Sólo el sonido de su voz la excitaba. Si a eso añadía la presencia imponente de su anatomía, el resultado era devastador.

—¿Y tu maleta?

Paula se quedó en blanco unos segundos. No sabía qué responder.

—Se... se perdió en el aeropuerto. La mandaron a Hawai —sonrió, orgullosa de la mentira que acababa de inventar—. Por favor, ¿te puedes vestir?

¿Cómo podía una persona mentir convincentemente, cuando tenía un portento como aquél delante?

—Anoche me dió la impresión de que te gustaba mi cuerpo.

—Ese es el problema.

—Pensé que los médicos estaban acostumbrados a ver gente desnuda.

— ¡pedro!

—¡Está bien! —agarró una toalla y se la enroscó a la cintura—. ¿Es esto lo que te pusiste ayer para la reunión?

Tenía en la mano una camiseta de rayas y unos vaqueros.

—Era una reunión informal.

—Sí, debió de serlo. Bueno, en cualquier caso, estamos en la misma situación. Yo tampoco tengo nada que ponerme —había llevado la misma ropa casi cinco días. Era más de lo que podía soportar—. Llamaré a recepción y les pediré que nos suban algo.

—Las tiendas de recepción estarán cerradas aún.

—Pues que las abran.

Así fue. En veinte minutos, tenían en la habitación un montón de cosas para elegir.

—¿Hay algo que te sirva?

—¡Muchas cosas! ¿Cómo sabías mi talla, incluso de sujetador?

—Tienes las medidas perfectas para mí. Quédate lo que quieras y el resto lo devolveremos.

—No puedo pagarme todo esto.

—¿Quién dice que tengas que pagarlo?

—No puedo aceptar...

—¿Por qué no?

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