—Creo que deberíamos volver a casa antes de que compres toda la tienda — aconsejó ella.
—La idea me gusta. ¿A tí qué te parece, pequeño? —dijo, levantándolo por encima de su cabeza—. ¿Quieres que te compre toda la tienda de juguetes? Bien pensado, muchacho. Me gusta la gente que sabe lo que quiere.
Bauti sonreía encantado desde su altura. Cuando lo bajó, volvió a besarlo en la regordeta mejilla y el corazón de Paula dió un vuelco, como ocurría cada vez que besaba a su hijo. Pedro era un hombre sensual y tierno, siempre estaba besando y abrazando a Bauti, siempre besando y abrazándola a ella. Y Paula no se cansaba de sus besos y sus abrazos. No se cansaría nunca.
—Venga, vamonos —dijo, intentando que su voz no delatara el deseo de llegar a casa para estar a solas con él.
A las seis y media, Bauti estaba profundamente dormido. Habían cenado y limpiado la mesa y tenían por delante una larga noche, toda para ellos.
Paula normalmente esperaba que fuera Pedro el que diera el primer paso, pero aquel día se sentía demasiado impaciente para esperar ni un minuto.
Se apretó contra él en el sofá del saloncito en el que estaban viendo la televisión y acercó sus labios a los suyos. Él la besó delicadamente, acariciando su cara con una mano y después rozó su lengua con la punta de la suya, haciéndola suspirar.
—Me encanta cuando suspiras así —murmuró él sobre su boca.
—Me encanta cuando me haces suspirar —murmuró ella.
Él la hizo suspirar varias veces más antes de interrumpir los besos bruscamente.
—Paula...
Ella notó el temblor en su voz y salió del estado letárgico en el que la habían dejado sus besos.
—No —casi gimió—. No lo digas.
—¿Que no diga qué?
—Cualquier cosa que no quieras decir.
—Pero es que sí quiero decirlo. Es muy difícil, eso es todo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Paula, apartándose de él—. ¿Otra advertencia sobre lo que esperas de las mujeres? ¿O me quieres recordar que deseas marcharte sin tener que decirme nada? Pedro, ¿por qué has sido tan encantador conmigo esta semana si lo que querías era marcharte? —dijo dolorida—. ¿Por qué te portas así con Bauti? ¿Por qué haces que el niño te adore? ¿Por qué haces que te adore yo?
Lo miró con una expresión dura, a pesar de que su corazón se estaba rompiendo.
—Qué tonta he sido al creer todas las cosas que has dicho sobre encargarte de dirigir el talento de mi hijo. No puedes quedarte en ningún sitio lo suficiente como para encargarte de dirigir ningún talento, ni siquiera el tuyo. Te diré una cosa. ¿Por qué no nos haces un favor a Bauti y a mí y te vas ahora mismo? —le espetó, levantándose y dirigiéndose hacia la ventana.
Se colocó de espaldas a él porque estaba llorando y no quería que él la viera. Se sentía completamente desesperada. No había apreciado hasta aquel momento lo enamorada que estaba de Pedro. Había amado a Facundo, pero aquello había sido diferente. Pedro se había convertido en una parte tan esencial de su existencia como el aire que respiraba. La idea de vivir sin él era insoportable.
Cuando la tomó por los hombros y la apretó contra él, tembló violentamente, deseando apartarse, pero sin poder hacerlo.
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