—Pedro, tienes que escucharme... —le rogó ella. Pero todo lo que recibió fue rechazo.
De pronto, su cabeza se llenó de imágenes del pasado.
—Pedro...
—¡No! ¡Escucha! ¿Es que no te has planteado cuáles serán las consecuencias de tus actos? —el silencio fue la peor de las condenas—. ¿De verdad piensas que para mí ha sido fácil tener que estar lejos de él?
—No entiendo.
—No has querido entender nada —le recordó con rabia—. Marina se quedó embarazada cuando los dos teníamos dieciocho años. ¡Dieciocho años! Decidimos que era absurdo tratar de crear una familia que sólo nos llevaría a la autodestrucción y el fracaso. Yo no tenía trabajo y mi situación económica era lamentable. Me marché, encontré trabajo y la ayudé todo lo que pude durante los primeros años. Su madre se ocupó del niño mientras ella acaba los estudios.
Hizo una pausa.
—Hace siete años Marina se volvió a casar. Al principio me negué a distanciarme completamente del pequeño. Pero luego empezamos a entender que no estábamos ayudándolo, sino confundiéndolo. Era muy pequeño para asimilar que tenía dos padres. Así es que, poco a poco, me fui alejando. Además, cuando Marina se casó, yo ya era famoso y ni su marido ni ella querían ver su vida convertida en un circo.
—Te alejaste para protegerlo —dijo Paula con horror. ¡Qué error había cometido!
—No quería alejarme. Pero, pronto me dí cuenta de que mis intentos de estar con él eran, en el fondo, tremendamente egoístas. Así que fui distanciándome. Sigo sus progresos. Marina me manda fotos, me dice cómo va en el colegio. Pero no he podido seguir a su lado.
Paula se tragó el nudo que la estaba dejando sin respiración.
—Lo siento, Pedro —dijo ensimismada, avergonzada.
—¿Lo sientes? Creo que se un poco tarde para eso. ¿Sabes lo que has hecho? ¿Sabes la vergüenza que pasará Benjamín en el colegio cuando todo salga a la luz? ¿Sabes en qué se va a convertir su vida?
—¿Ya se ha publicado?
—¿Por qué? ¿Tantas ganas tienes de ver los resultados de tu venganza?
— ¡No puedes creer de verdad que fuera yo!
—Lo que pienso es que querías vengarte. Pero, ahora, cuéntale a Benja que no es algo personal contra él.
—Yo no soy la única persona que lo sabe.
—No. Pero sí la única en la que no confío.
De pronto, Pedro sintió un deseo ilógico: quería reconfortar a la mujer que tenía delante. Quería tomarla en sus brazos y consolarla, a pesar de que era la causante de su perdición.
—No puedo culparte por pensar todo eso.
—Eres muy generosa.
—Pero hay cosas que deberías saber —en su estado presente, seguramente no fuera lo más apropiado contarle lo de Facundo y el bebé—. Pero quizás te ayudaría a entender por qué reaccioné de ese modo cuando Candela me contó lo de Benja.
¡Candela!
Paula se quedó pensativa en unos segundos.
—¿Se te ha ocurrido pensar que pudo ser ella? —preguntó Paula.
—¡No trates ahora de esconder la cabeza! Hace más de un año que conoce la historia. La habría utilizado antes.
«No sabes de lo que puede ser capaz una persona celosa», pensó Lindy. Cerró los ojos. «¿Por dónde empiezo?», pensó.
—Me han ocurrido cosas...
—Lo siento, pero si necesitas limpiar tu conciencia, búscate un confesor.
—¡No trato de reconfortar mi conciencia! —¿o sí?—. ¡ Oh, Pedro! ¿No hay nada que puedas hacer para que no lo publiquen?
—¡No! Una vez que la marabunta se ha puesto en marcha, es imposible pararla. Dime, Pauli, maltratas así a todos tus novios. Ese rubio Adonis, ¿es también víctima de tu tragedia personal?
Lo miró confusa.
—Los ví a la salida del hospital. Quería hablar contigo a solas, pero estabas con él. Se metieron en un Mercedes plateado.
¡Andrés!
—¡No es mi novio! Está casado.
—Por el modo en que se inclinaba sobre tí, eso no será verdad durante demasiado tiempo —estaba claro que Pedro Alfonso sentía celos.
Macarena irrumpió en la habitación.
—He metido a los gemelos en el baño. ¿Puedes echarles un ojo de vez en cuando?
—Sí, claro.
Estaba ya casi arriba, cuando Pedro la alcanzó.
—Tu hermana me ha pedido que te haga compañía.
—No sé cómo Andrés no la asesina a veces.
—¿Tienen problemas?
—¡Problemas! Siguen en su luna de miel. Es más, creo que siempre estarán de luna de miel. No es, exactamente, una relación tranquila, pero es lo que a ellos les gusta.
Abrió la puerta del baño. El suelo era una piscina. Paula se agachó y metió algunos de los juguetes de vuelta en la bañera.
—¡Traten de no sacar todo el agua de la bañera! —al levantarse, el vapor había rizado ligeramente todo su pelo—. No tienes que quedarte. No se lo voy a contar a Maca.
Paula sacó a los gemelos del agua, los secó cuidadosamente y los mandó a su dormitorio.
—Se ponen el pijama y después se lavan los dientes.
Cuando los niños ya se habían alejado, Pedro volvió al ataque.
—¿No te duele tener que renunciar a tener hijos, a una vida hogareña?
Paula no se molestó en desmentir la insinuación de Pedro de que era la amante de Andrés.
—Lo único que me importa ahora mismo es mi trabajo.
—¿Es eso suficiente?
—Es suficiente para tí. ¿Por qué asumes que las mujeres somos diferentes?
—No asumo más de lo que veo. Debes de estar loca por él. Has sido capaz de olvidar todos tus principios.
—Nada implica que así sea —era absurdo seguir una conversación sobre una premisa falsa. Pero, de algún modo, le gustaba aquel juego de ambigüedad.
Lentamente, Pedro comenzó a acariciarle la muñeca. Un profundo dolor se le puso en la boca del estómago, al sentir un oscuro deseo inflamándole el vientre.
—Pedro, por favor —iba a besarla, pero ella se apartó. Pero cuando sus manos estaban a punto de alcanzarlo, se apartó.
Volvió a la realidad. El mundo estaba lleno de ruidos de niños, olor a comida casera. Abrió los ojos y la frustración le provocó un nudo en la garganta.
—Haz una cosa por mí —le rogó—. No te quedes a cenar.
No podría soportarlo, su presencia le provocaba un desazón imposible de soportar. La miró con desprecio.
—Resulta que acabo de recibir un aviso urgente.
Paula respiró aliviada.
—Gracias.
—No lo hago por tí, sino por mí.
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