jueves, 11 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 12

—¿Estás segura? —Delfina sonrió—. Espero que no me echaran de menos anoche.

Paula trató de mantener el gesto inalterado.

—No puedo hablar por él. Yo sí te eché de menos. Habría necesitado cierto apoyo inicial para romper el hielo.

—Lo siento, sé que te dejé a la deriva. Pero no puedo imaginarme a mi hermana ahogándose en un vaso de agua.

En un vaso de agua, no, pensó Paula, pero sí en el azul de sus ojos.

—No te sientas intimidada por Pedro. Es muy exigente y sabe cómo obtener lo que quiere de cada uno de nosotros, pero es un tipo extraordinario —dijo Delfina con admiración.

—Parece haber muy buen ambiente en el rodaje.

—A veces se enrarece mucho el ambiente. Eso sin tener en cuenta que, contrariamente a la opinión general, debo de ser la única que no está teniendo un lío.

—¿Eso incluye a Pedro? —no podía darle a la pregunta la ligereza con que comentaba su hermana todo el asunto.

El modo en que Delfina la miró hizo que se arrepintiera de inmediato de la pregunta. Para alguien que no dejaba de asegurar que no estaba interesada, el tono había sido demasiado vehemente.

—Eso depende de a quién escuches —respondió Delfina—. Candela, la de maquillaje... bueno, tú no la conoces.

Paula señaló su desastroso peinado.

—Dejo lo del glamour para tí.

—Candela, alta, rubia, delgada...

—¿Quién no lo es aquí? —Paula sintió una fuerte antipatía por la mujer a la que se refería su hermana.

—Estás muy sensible, hermana —Delfina levantó las cejas, sorprendida ante la reacción de Paula—. Según cuenta ella, la relación que tuvo una vez con él ha vuelto a resurgir de las cenizas. La verdad es que yo no me creo nada. Creo que Pedro es como yo, tiene algo que demostrar y toda su energía está puesta en ello.

—Quizás eso es lo que quiere que todo el mundo crea —observó Paula.

Delfina observó a su hermana durante unos segundos.

—Pedro parece haberte calado muy hondo —añadió—. Tienes que pensar que vas a estar trabajando con él casi todo el tiempo. Él es el médico de la película. Prácticamente vas a ser tú la que lo guíe durante esas escenas.

—Me las arreglaré —dijo Paula con una fingida confianza en sí misma.

Pedro aprendía con rapidez, era inteligente y astuto y era capaz de captar los detalles con facilidad. Todo aquello le facilitó notablemente el trabajo. Al ver cómo se desenvolvía en una escena ficticia en la que tenía que atender un caso urgente, recordó su primera urgencia. Ojalá hubiera tenido ella aquella capacidad para parecer que tenía todo bajo control.

Al final del primer día, acabó exhausta, pero satisfecha con su trabajo. Al menos, no había sido una catástrofe. Su hermana salió del trailer. Se había cambiado el vestido de flores que llevaba el personaje, por una camiseta, unos pantalones cortos de color caqui y unas botas altas. Juntas se dirigieron hacia el coche y, después de un largo silencio, Delfina pareció salir del letargo.

—¡Lo siento! —le dijo a su hermana—. No te he preguntado qué tal te ha ido. Es muy difícil olvidarse del papel nada más salir del rodaje. Es como, si de algún modo, tomara posesión de una.

Creo que lo entiendo —dijo Paula—. A mí no me fue tan mal como yo temía.

Al llegar al vehículo, vieron a Lucas, que estaba apoyado en la puerta y conversaba con Pedro. Estaban hablando de la estrategia a seguir para la venta de la película. Cuando Pedro no estaba de acuerdo, Lucas escuchaba con atención la opinión de su colega. Estaba muy claro, que el productor y director, aquel importante hombre de la industria del cine, respetaba mucho a Pedro Alfonso. A Paula no le sorprendió. En sólo veinticuatro horas, su opinión sobre Pedro había cambiado completamente.

—Delfi —Lucas interrumpió la conversación—. Me preguntaba si podríamos vernos esta noche.

Su voz era más un ruego, que el lamento de un enamorado.

Delfina respiró profundamente.

—¿Esta noche? Es que apenas si he podido estar con mi hermana.

—No te lo pediría si no...

Delfina asintió.

—De acuerdo —dijo—. Lo siento, Pau. Llévate mi coche.

Le dió las llaves.

Paula se encogió de hombros.

—No te preocupes por mí —dijo.

Por más que intentaba saber qué ocurría entre Lucas y su hermana, más confuso le parecía todo.

—Hasta luego —dijo Delfina. Se enganchó del brazo de Lucas en el mismo momento en que pasaban junto a ellos un grupo de técnicos.

Parecía, enteramente, que ellos querían dar pie a las habladurías de la gente. Era inexplicable.

—¿Entiendes todo esto? —le preguntó pensativa a Pedro.
—No me preguntes —respondió Pedro . Repentinamente, levantó una mano y se dirigió hacia Augusto Gibson, el director de fotografía ganador de una estatuilla en la última edición de los Oscar—. ¡Augusto! Necesitaba verte. Tenemos que hablar de la escena del helicóptero que tenemos que rodar con Hope en las montañas. ¿Conoces a Pauli?

—¿Conocerla? Ya estoy profundamente enamorado de ella —Augusto Gibson trataba de dar una imagen algo perversa, pero se veía que debajo de la máscara se escondía un buen tipo.

—Está claro que tengo los dos elementos necesarios para ser objeto de su pasión: soy mujer y respiro. Así es que trataré de que el piropo no se me suba a la cabeza.

—¡Vaya, ésta no es estúpida! —dijo Augusto, agradablemente sorprendido.

Pedro  la miró durante un momento eterno.

—Ya me había dado cuenta —dijo—. ¿Sabrías volver a casa, Pauli? Me quedan por lo menos dos horas más de trabajo aquí.

—Tengo un gran sentido de la orientación —le aseguró ella con sequedad. Años de práctica escondiendo sus sentimientos tenían que ayudarle en algo a la hora de ocultar el torbellino que aquel hombre provocaba en su interior.


Paula se metió en el coche de Delfina y arrancó.


—Supongo que ya has echado la instancia para tener fuerte marejada mañana — dijo Augusto—. ¡Hola! ¿Estás aquí?


Pedro se había quedado absorto viendo cómo el coche se alejaba. Volvió la cabeza y sonrió. No quería dar pie a comentarios.


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