jueves, 11 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 11

Paula se quedó absorta mirando las hojas que tenía en la mano.

—Para mí esto carece totalmente de sentido —dijo, mientras trataba de entender algo de lo que allí decía. A primera vista, sólo comprendía los nombres de los personajes. El resto era totalmente indescifrable.

—Eso es, exactamente, lo que nos ocurre a nosotros con la jerga médica. Llena los espacios con las palabras que faltan y Mariano se encargará de adaptar el guión. ¿Alguna duda?

Paula apretó los labios y maldijo la hora en que había decidido aceptar el trabajo. Ya le habían advertido que sería duro, pero no se imaginaba que tanto. Estaba acostumbrada a trabajar a horas intempestivas. Sin embargo, cuando a las cuatro de la mañana Pedro la había despertado con unos solemnes golpes en la puerta y la noticia de que sólo tenía media hora para prepararse, le había parecido que aquello no era lo que ella había esperado. No había tenido tiempo ni de lavarse el pelo. Se había limitado a sujetárselo en una coleta y poco más.

Pedro Alfonso era un desconsiderado. Y, para añadir más injurias a las ya descritas, estaba el hecho de que la había ignorado por completo durante el trayecto. Sin duda, su pensamiento estaba centrado en otra cosa.

Nada más llegar a la casa de estilo gótico en que estaba teniendo lugar el rodaje, contagió con su entusiasmo al resto del personal.

—De acuerdo —dijo él, dando por hecho que su silencio era un sí—. Después, lo revisaremos.

Paula se quedó perpleja, viendo partir al hombre que, además de haberla besado apasionadamente, era el director de todo aquello.

—Pareces completamente perdida.

Paula volvió la cabeza hacia el poseedor de tan compasiva voz.

—Hola, soy Mariano Stewart, el escritor.

Paula  sonrió. Había sido muy modesto al añadir lo de «escritor». Todo el mundo lo conocía. Como muchos otros, era una seguidora fiel de las obras de aquel hombre, que escribía las mejores novelas de terror del momento. Era la primera vez que alguien quería llevar una de sus novelas a la pantalla. Paula esperaba que la producción fuera un éxito, no sólo porque tenía intereses familiares en ella, sino porque era todo un reto.

—Paula Chaves—respondió ella con una sonrisa.

Mariano Stewart tenía un aspecto tranquilizante. En ningún momento podría uno deducir por su físico que aquel individuo fuera capaz de crear atmósferas tan agobiantes, personajes tan amenazantes.

—Puedes admitir, sin problemas, que necesitas ayuda. Pedro es un gran tipo, un buen director, no es ningún tirano y consigue que lo difícil resulte realmente fácil de entender —sonrió—. Has llegado la última y está claro que necesitarás un poco más de atención. He especificado quién dice qué en cada escena, por cuanto tiempo hablan y en qué lugares deberíamos incluir la jerga médica. Si necesitas ayuda, pega un grito.

Paula no gritó, se limitó a esconderse en un rincón del trailer de su hermana, frente a un abundante plato de comida. Después de una cuantas horas, comenzó a sentirse satisfecha con su trabajo.

Cuando Delfina entró, al principio no reparó en Paula. Se sentó frente al espejo y cerró los ojos.

—Pareces agotada —dijo Paula.

Delfina se sobresaltó.

—¡Pau! Finalmente has conseguido perfeccionar el arte de hacerte invisible —su sonrisa lo iluminó todo.

—Quizás deberías acostarte antes por las noches.

—No necesitas lanzarme sutiles indirectas —dijo Delfina—. No pienso hacer nada para estropear mi reputación como actriz. Me han dado esta oportunidad y estoy dispuesta a sacar partido de ella.

—¿Cómo conseguiste este trabajo? —preguntó Paula.

—¿Me estás preguntando si me acosté con el productor? ¿O te preocuparía más que hubiera sido con el director?

—Te estoy preguntando, simplemente, cómo conseguiste el trabajo.

—Hice una prueba para La sombra de su sonrisa y no conseguí el papel. Pero Lucas se acordó de mí cuando estaban buscando a la protagonista de esta película. Hice una prueba fantástica. Antes de que digas nada, te informaré de que estoy agradecida a Lucas, pero no tanto como para convertirme en su amante.

—Algo está sucediendo.

—Olvídalo, Pau —le rogó Delfina.

Paula suspiró. ¿Qué otra opción le quedaba?

—¿La comida siempre está así de buena? Si sigo comiendo de este modo, me voy a poner como un elefante.

—Tú no tienes problema. Son mis caderas las que lo tienen, tienden a querérselo quedar todo. Por cierto, creo que Pedro ha mandado a toda la caballería a buscarte.

—No me estaba escondiendo —no había ni un segundo al día en que aquel hombre no saliera a colación de un modo u otro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario