martes, 9 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 5

—¿Ha visto bastante o es que piensa meterse conmigo en el baño? —su voz suave y profunda la hizo volver en sí—. Me da la impresión de que es usted quien necesita ahora una ducha, a poder ser de agua fría. Si vamos a vivir bajo el mismo techo, me gustaría que estableciéramos claramente las reglas de juego. A un hombre le provoca cierta inseguridad pensar que ni siquiera su baño es privado. Me he encontrado a algunas fans en lugares insospechados, pero esto es excesivo.

La soma acompañada con el subtexto de «no eres diferente a las otras» fue lo que hizo que Paula reaccionara. Sin pensárselo dos veces, agarró la esponja que estaba al borde de la bañera. La agarró y se la lanzó a la cara. Habría sido difícil determinar cuál de los dos se quedó más sorprendido con la acción, pero Pedro fue el primero en recobrarse.

—Quizás esto te ayudará a enfriarte un poco —agarró la ducha y le disparó a la cara un chorro de agua fría.

Cegada por el impacto del agua, Paula agarró una toalla y se la lanzó a la cara con todas sus fuerzas. Hubo un profundo gemido de dolor.

—¡Quieres hacer el favor de bajar esa maldita ducha!

Fue en ese preciso momento cuando vió la sangre. Como médico, sabía que la sangre podía ser muy escandalosa, pero eso no impidió que se le encogiera el estómago. No fue mucho más reconfortante ver a Pedro apoyado sobre la pared, mientras se limpiaba la nariz.

—¿Cómo...?

—Me has dado un golpe muy fuerte —dijo él.

—No era mi intención —comenzó a decir ella, casi mareada ante la idea de ser la causante de aquello—. No podía ver lo que hacía.

—Delfina no me comentó nada sobre tendencias asesinas. Más bien me habló de una persona incluso excesivamente calmada.

—Ya me siento suficientemente culpable como para que te ensañes conmigo.

—Me alegro —respondió él.

Paula cerró el grifo y se dispuso a hacer una chequeo profesional de la herida.

—Déjame verlo —le rogó—. Soy médico.

—Tan mal está el trabajo que tienes que herir inocentes para tener algún paciente?

—No eres ningún inocente —le dijo mientras inspeccionaba la catástrofe—. Bueno, no tiene muy mal aspecto. Creo que lo podríamos solucionar con un poco de hielo y un botiquín de primeros auxilios.

—Habla por tí misma. Yo necesitaría un trago. Puedo haber sufrido un shock.

—No has sufrido ningún shock, pero de ser así, lo último que te permitiría sería que bebieras.

—Delfina tiene un botiquín en la cocina y un frigorífico.

Paula se dirigió allí, y Pedro la siguió.

—Está en el armario de la derecha.

—Lo estás poniendo todo perdido.

—Sí, doctora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario