sábado, 13 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 15

—¿Qué más te da lo que yo pueda sentir mañana? —preguntó ella—. ¿Es que tienes miedo de que deje mi trabajo?

—No te engañes, Pauli. Hay cientos de médicos ahí fuera que estarían deseosos de tener tu puesto —respondió él—. Quizás ni siquiera me importa lo que tú sientas. Tal vez no es más que mi egocentrismo brutal. Quizás es que pienso que las bases de una relación hay que plantarlas bien, si quieres conseguir que dure.

—¿Y tú quieres que dure? —lo miró sorprendida, paralizada. No podía creerse lo que acababa de escuchar.

—¡Creo que las cosas van demasiado deprisa! —dijo él y se pasó la mano por el pelo—. Sí, debo de haber dicho lo que acabo de decir. ¡Maldita seas, me desconciertas! Si te soy sincero, te encuentro fascinante, y no sólo sexualmente, aunque es, tal vez, el factor más importante.

Paula lo miraba completamente incrédula.

—Necesito sentarme. ¿Sueles usar esa frase con frecuencia? —preguntó ella, obnubilada.

Si lo único que quisiera fuera acostarme contigo, ya lo habría hecho —le recordó él—. No soy un depredador.

Lo miró. Su expresión decía exactamente lo contrario que sus palabras. Se estremeció. Era un hombre de fuertes pasiones, no cabía duda. Y no vivía en el mismo mundo que ella. ¿Sería sensato pensar en tener una relación con él?

—¿Qué sugieres? —preguntó Paula.

Realmente, no quería saberlo. Había estado a punto de cometer un soberano error y ella había sido la que le había puesto freno.

—Amigos... deberíamos dejarlo en amigos —Paula se quedó pálida—. Dejaríamos que las cosas siguieran su rumbo. Cuando uno de los dos quisiera salir de la relación, podría hacerlo sin dramas.

Pero eso implicaría dejarse llevar, abrirse, y la haría vulnerable, la dejaría sin armas. A pesar de todo, ignoró la advertencia que su cabeza le hacía. Podría arreglárselas, ¿no?

—Y eso, ¿a dónde nos lleva en este momento? —Paula recapacitó una vez más: ella no tenía rumbo. Todo aquello iba a terminar muy mal, lo sabía ya—. ¿No te parece que todo esto carece de espontaneidad?

¿Por qué no le había permitido actuar impulsivamente? Todo lo que necesitaba era dejarse llevar. De pronto, las cosas se habían complicado demasiado.

El teléfono sonó varias veces antes de que Pedro tuviera la oportunidad de responder. Paula miró al teléfono con un montón de sentimientos encontrados.

—Es para tí.

Paula se sorprendió. Agarró el teléfono.

—¡Andrés! —el sonido de aquella voz la reconfortó.

Después de que le preguntara sobre la salud de Delfina, le contó algo que la dejó realmente satisfecha, con una tonta sonrisa dibujada en la cara.

Pedro la observaba. Paula escuchaba muy atentamente lo que le decía su interlocutor y, fuera lo que fuera, la estaba haciendo feliz. No pudo evitar que el estómago se le encogiera de celos al ver que alguien podía provocar en ella semejante estado de felicidad. Después, se hizo el firme propósito de conseguir aquella misma sonrisa que un extraño arrancaba de sus labios.

Paula colgó al fin y lo miró con un gesto ensimismado y algo estúpido.

—¡Era Andrés! —dijo ella.

—¿Y quién demonios es Andrés?

—Ya te lo dije, es mi cuñado —dijo Paula—. ¡Maca va a tener un niño! Bueno, dos, para ser exactos. Está con mareos matutinos pero, aparte de eso, está muy bien. ¿No es maravilloso? Con un gritito y una medio risa histérica, se lanzó a sus brazos. Pedro la recibió gustoso.

—Me parece estupendo. ¿Por qué estás llorando?

— ¡De felicidad! —respondió ella.

— ¡Claro! ¡ Qué pregunta tan tonta! —le apartó los mechones de pelo de la cara y comenzó a conducirla fuera de la habitación.

—¿Dónde vamos? —preguntó Paula.

—Trato de se espontáneo —respondió él, con una sonrisa malévola—. Muy espontáneo.

—¿Y qué hay de lo de ir conociéndonos poco a poco?

—Bueno, te irás dando cuenta de que tengo unos cambios de humor bastante fuertes, además de una gran capacidad de adaptación a las circunstancias.

Al llegar a la habitación la tumbó suavemente sobre la cama.

—No hay nada como conocer los defectos del contrincante.

Sus bocas se unieron y resonó el silencio.

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