Paula recordaría siempre aquella semana como la más asombrosa de su vida. Había descubierto un mundo de sueños y sorpresas, todo ello gracias a Pedro.
El lunes por la noche, cuando llegó a casa, se encontró con una voz de tenor cantando un aria que le resultaba conocida, pero que no podía identificar. ¿Habría encontrado Pedro su colección de discos compactos de Pavarotti?, se preguntaba mientras subía las escaleras. Pero no. Era el propio Pedro, en la bañera con Bauti quien, entusiasmado, movía los bracitos como un diminuto director de orquesta.
Paula se quedó tan asombrada por la belleza de la voz de Pedro que, hasta unos segundos después, no se dio cuenta de que estaba desnudo. Cuando lo hizo, sus ojos se encontraron y él dejó de cantar. Intentando controlarse, pusieron a Bauti en la cuna y esperaron hasta que se durmiera, tras lo cual Pedro le enseñó sus otros talentos, con bises incluidos.
La noche siguiente, cuando llegó a casa, Pedro estaba tocando al piano una marcha de Sousa con un Bauti extasiado sentado encima del piano, que daba palmas al ritmo de la música. Linda se quedó aún más sorprendida por la calidad de la música que por su voz. Le había dicho que era músico, pero no era solamente eso, aquel hombre era un genio.
Más tarde le confesó en la cama que también sabía tocar el violín. Por lo visto, sor Agustina, había tenido que tomar medidas desesperadas ante su hiperactiva naturaleza, rellenando sus horas de asueto con una clase después de otra. La música y el deporte habían sido sus dos amores cuando era un adolescente y seguían siéndolo; el fútbol y la gimnasia, que seguía practicando a menudo explicaban su impresionante musculatura.
Paula le dijo entonces que no pensaba dejarlo ni acercarse a un gimnasio mientras trabajara para ella. Los gimnasios de Sidney eran notorios sitios de coqueteo, llenos de mujeres atractivas que no tenían recato de exhibirse ante hombres como él. Pedro rió y le prometió que haría sus ejercicios en casa y sólo con ella.
El miércoles, Paula tuvo que trabajar hasta muy tarde porque, a última hora hubo que cambiar la portada de la revista, debido a un nuevo drama en una familia real europea. La revista en la que trabajaba Paula se llamaba Mujer en Australia y contenía artículos sobre personalidades internacionales, entre ellas varias princesas. La verdad era que Paula se sentía un poco decepcionada por el tipo de artículos que tenía que escribir, pero era un trabajo bien pagado y, en aquel momento, no podía dejarlo porque tenía demasiados gastos, entre ellos el sueldo de Pedro.
Él se ganaba cada céntimo, pensó cuando aquella noche su sexy niñera la saludó con el niño en brazos desde la puerta, llevando sólo unos vaqueros ajustados. Hacía una noche muy cálida, pero un Pedro semi–desnudo era una imagen que tentaría hasta a la más curtida editora.
—¿Y esto? —preguntó, cuando él le puso una copa de vino en la mano.
Él la besó en la mejilla antes de cerrar la puerta.
—He encontrado las dos botellas de vino que me regaló Gabriel el sábado pasado. Aquella noche pensé que era demasiado fuerte para aquella aburrida cena, así que las escondí en el armario. Es lo mejor después de un duro día de trabajo.
—¿También envió vino? ¿Qué favor le hiciste a ese Gabriel para que fuera tan generoso?
—Le presté dinero cuando le hacía falta.
—¿Y supongo que nunca le has pedido que te lo devolviera?
Pedro se encogió de hombros. Aquellos hombros desnudos y poderosos.
—No me ha hecho falta.
Paula estaba impresionada por su generosidad.
—Sor Agustina tenía razón, eres un buen hombre. Pero, desgraciadamente, demasiado guapo para inspirar bondad en otros —añadió, sonriendo, mientras se llevaba la copa a los labios y bebía un trago sin apartar sus ojos de Pedro.
—No bebas deprisa —advirtió él—. Créeme si te digo que una copa o dos de este vino y serías presa de cualquier hombre.
—Pero tú eres el único hombre aquí —murmuró ella, pasando su mano provocativamente por el pecho desnudo de él, enredando sus dedos por el vello oscuro que llegaba hasta su vientre. Él sonrió con una sonrisa perversa.
—En ese caso, sigue bebiendo, querida. Para mí también ha sido un día largo y necesito relajarme mucho esta noche.
El jueves fue un día memorable. El masaje que le dió aquella noche fue la experiencia más relajante y erótica que había tenido en su vida.
Con la revista ya en prensas, Paula se tomó el viernes libre. Cuando se despertó el viernes por la mañana y se encontró a un Pedro sonriente con la bandeja del desayuno, suspiró, completamente felíz.
—Parece que estoy en el cielo —murmuró.
—Te mereces un capricho —dijo él—. Siéntate y te colocaré la bandeja en las rodillas.
Mientras hacía lo que le pedía, echó una mirada al reloj de la mesita y exclamó:
—¡Dios mío, Pedro, son casi las diez! Deberías haberme despertado. Me siento culpable por dejar que estés todo el tiempo cuidando de Bauti.
—Ha sido muy bueno. Además, para eso me pagas, ¿No?
—Quizá, pero no cuando tengo el día libre. Y tampoco espero que estés a mi servicio día y noche.
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