sábado, 13 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 16

Paula yacía envuelta en la oscuridad del dormitorio, incapaz de dormir, aunque su cuerpo estaba agotado. La noche oscura se dejaba ver a través de la ventana. El hombre que estaba a su lado se movió. Sus facciones eran muy hermosas y el juego de luz y sombra las acentuaba aún más. Cubierto escasamente por parte de la sábana, exponía su torso musculoso a la luz de la luna. Se movió de nuevo y se aproximó más a ella. No era un sueño, era real. Para bien o para mal, se había acostado con Pedro Alfonso, mejor dicho, estaba acostada con él. No dejaba de repasar mentalmente la imágenes que la habían llevado hasta aquella situación.

Casi no había cesado de besarla ni un instante pero había logrado quitarle el bañador mojado con una gran maestría. Después, se había arrodillado durante un largo rato y la había observado, sin más.

La doctora Chaves debería haberse sentido alarmada ante la hambrienta mirada que la recorría con lujuria. Pero, muy al contrario, sus ojos le provocaban todo tipo deseos desconocidos hasta entonces.

—Eres muy hermosa —le había dicho.

—No he hecho esto desde hace mucho —había respondido ella. Tenía una necesidad irracional de decirlo.

—¿Cuánto tiempo?

—Mucho —despreció los dolorosos recuerdos. Era mucho más fácil llenar su pensamiento con la imagen de Pedro Alfonso.

—Entonces vamos a tener que hacer que la espera haya valido la pena, ¿verdad?

Ella asintió en sílencio y él comenzó a acariciarla. Su tacto era perturbador, demasiado perturbador.

—Bésame —le rogó ella, sus labios a sólo unos milímetros el uno del otro. Olía a almizcle y a hombre y quería llenar todos sus sentidos de él. La fuerza de su boca la hundió en la almohada. Su cuerpo se dejó llevar, se derritió con la pasión ardiente que ambos comenzaban a sentir.

—¡Eres muy hermoso! —le dijo ella.

—¿Te gusto por mi cara? —preguntó él con sorna.

—El resto tampoco debe de estar mal, pero ahora mismo me resulta difícil asegurártelo.

Pedro atrapó uno de sus pezones rosáceos entre los labios y la sensación hizo que Paula perdiera el control. Se lanzó sobre él y, con ímpetu, le arrancó la camisa. Los botones salieron despedidos. Se poseyeron el uno al otro con hambre, con furia, con un deseo primario que nada tenía que ver con las escenas de las películas que Pedro Alfonso protagonizaba. Ella trató de quitarle el cinturón. Él la ayudó. Paula sentía que no tenía fuerzas.

—Estoy temblando —dijo.

—Ya somos dos —respondió él.

—Espero que seas capaz de desnudarte solo, si no... —la idea de que la escena se viera truncada por la imposibilidad de desnudarlo le provocó una carcajada.

—¿De qué te ríes? —se lanzó sobre ella y la besó.

Por fin, se apartó unos instantes, se desabrochó los pantalones y se despojó de ellos. — Ella dejó que sus ojos acariciaran todo su cuerpo. Él se sobrecogió.

—Ten piedad, Pauli. Se supone que esto iba a ser suave y dulce.

— ¿Y si yo quiero que sea feroz y hambriento?

—Puedo cambiar fácilmente la velocidad y la intensidad.

Se puso sobre él y comenzó a besarlo, a trazar un surco de saliva sobre su piel de bronce. Siempre había sido una amante pasiva, pero, por alguna razón, con él no podía serlo. Le gustaba ese nuevo cambio de papel.

—Pedro, estoy a punto de perder el control —le confesó ella.

Él descendió la mano hasta encontrarse con su feminidad humedecida. Ella se sobresaltó. Pronto, se dejó llevar. El tacto de su mano fue suficiente para el primer clímax.

Pedro la acarició suavemente, pero pronto, ella lo rodeó con las piernas y él se abrió paso en su interior. Al principio, la respuesta de Paula fue salvaje, pero pronto empezó a controlar la intensidad y el deseo.

—Eso es, así, más despacio.

Él también temía que el ansia lo traicionara. El movimiento fue intensificándose paulatinamente, fue creciendo, poco a poco, poco a poco, hasta que con la fiereza de dos leones llegaron, juntos, al clímax.

—¿En qué estás pensando? —preguntó él medio dormido.

Ella volvió la cabeza.

—En tí.

—Un tema fascinante.

—¡Egocéntrico! —dijo ella con una sonora carcajada.
Él le paso la mano por el cuello y la abrazó suavemente. Luego, la besó.

—¿Decías? —preguntó él.

—Eres delicioso —respondió ella. No era una situación en la que valieran las verdades a medias.

—¿Delicioso? —preguntó él, curioso por el adjetivo.

—Como uno de esos pasteles que uno nunca se atreve a comer porque las consecuencias son nefastas.,

Él cerró los ojos.

—¡Qué imagen tan pecaminosa!

—¿Cuál? —susurró ella, y deslizó la mano por su mandíbula.

—Tu boca.

Ella se ruborizó.

—Dios santo, te deseo.

Una carcajada satisfecha llenó la habitación. Paula se sentía caer en una espiral que la absorbía, que la hacía perderse en lo desconocido.


2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Se dejaron llevar, no podían segur como estaban jajaja

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  2. Qué buenos caps, al fin se dejaron de histeriquear jajajaja.

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