martes, 30 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 42

Por suerte, estaba ya sentada. Durante un breve y glorioso momento pensó que quería decir que la amaba. Pero pronto recapacitó y re interpretó lo que estaba sucediendo.

Podría estar embarazada y eso era lo que empujaba a Pedro a querer casarse con ella. Ya había perdido a un hijo y no estaba dispuesto a perder otro.

—¡No! —exclamó ella.

—Estoy impresionado por la capacidad de reprimir tus expresiones de satisfacción —pagó al taxista y bajaron del vehículo.

Aquello iba a ser realmente doloroso. Estaba a punto de rechazar la propuesta que más ansiaba aceptar. Pero no quería casarse con Pedro sólo por el bien del bebé. Si no podía tener su amor, no quería nada. Caminaron en silencio unos minutos.

Una muchacha que pasaba haciendo footing, reconoció a Pedro y le pidió un autógrafo. Él le firmó la mano.

—No me volveré a lavar la mano jamás.

La muchacha se marchó corriendo.

Aquella escena le hizo recordar que ella había estado tentada de no ducharse aquella mañana sólo para poder conservar sobre la piel el aroma del hombre al que amaba.

—Las posibilidades de que esté embarazada son muy remotas... —sin querer, Paula dejó que su pensamiento aflorara. Agarró una pequeña hoja del suelo y comenzó a acariciarla.

—Te ha ocurrido antes, ¿verdad? ¿Tuviste el niño?

Ella levantó la cabeza de repente.

—¿Quieres que te lo cuente?

—Me pareció antes que tú querías contármelo. ¿Qué pasa, Pauli? ¿No confías en mí?

—No hay mucho que contar —empezó a decir—. Es una de esas historias sórdidas que suceden a menudo. A los dieciocho años empecé en la universidad. Él era mi tutor personal. Se podría decir que se aprovechó descaradamente. Le resultaba difícil entender por qué se había sentido atraída por él. En aquel momento, le había parecido sofisticado e interesante. Descubrí que estaba casado en el momento en que le dije que estaba embarazada. Ya tenía niños —tragó saliva—. Se puso furioso. Me preguntó si podía probar que era suyo.

Pedro apretó los labios y cerró el puño.

—¿Qué pasó con el niño?

Era difícil mantener la vista firme en aquella mirada. Tragó saliva con dificultad.

—¿Abortaste?

—¡No! —negó ella con firmeza—. Eso era lo que Facundo quería. Incluso se ofreció a darme el dinero. No, pero perdí el bebé muy pronto. ¡Todo ocurrió tan rápido! Mi padre y mi madre no llegaron a enterarse nunca de lo sucedido. Maca estaba entonces en Londres, con una compañía de danza. Fue ella quien me cuidó y, después, vino Delfi.

—¿Y tú pensaste que yo era como ese bastardo? —su voz era tensa.

Ella sabía que aquello debía representar para él un insulto enorme.

—Tienes que entenderlo, Sam, por favor. No he sido capaz de confiar en mi criterio desde entonces —Paula estaba temblando—. Al no negar las acusaciones de Candela, sentí que me estaba volviendo a ocurrir lo mismo que años atrás. Lo que te dije fue todo lo que tendría que haberle dicho a Facundo. En aquella ocasión, me quedé en silencio, de pie, incapaz de hacer o decir nada, paralizada. Me había asustado tanto al enterarme de lo del bebé... estaba ansiosa de llegar juntó a Paul para contárselo. Y no dejaba de decirme a mí mismo que Facundo haría lo que debía.

Pedro agitó la cabeza.
—¡De verdad que pensaba que lo haría! —insistió Paula. Bajó la cabeza—. Lo siento, Pedro. Te utilicé para purgar mis demonios. No te merecías lo que te hice.

—Soy fuerte.

Efectivamente, lo era. Pero en sus ojos había una sombra de rabia contenida.

—¿Ha habido muchos otros hombres desde entonces... antes que yo?

Antes de que él volviera la cabeza, ella pudo ver la expresión agónica de su rostro.

—No es tan difícil sustituir el trabajo por...

Su rostro mostraba el dolor del desamor, la soledad y el vacío.

—Paula, fuiste seducida por un bastardo, abusó de tí—dijo él—. ¿De qué te avergüenzas? ¿Por qué te sientes tan culpable?

Paula se dió la vuelta y apoyó la cara sobre el tronco de un árbol. Pedro la agarró por los hombros y le dió la vuelta. Una mano firme sobre su mandíbula le impedía girar la cara.

—Perdí al bebé y fue culpa mía. No lo quería. Tenía miedo de que me recordara a Facundo. Y lo odiaba tanto... De algún modo, quería perderlo. Fue culpa mía, fue culpa mía —las palabras salían de su boca como expulsadas por una endemoniada.

Se cayó y esperó a que el desprecio de Pedro se revolviera contra ella. Sabía que nadie podría quererla después de una historia como aquélla. Sin embargo, sintió que los grandes brazos de Pedro Alfonso la rodeaban y la invitaban a apoyar la cabeza en su pecho.

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