jueves, 11 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 10

—Qué suerte he tenido de que hayas decidido salvamos a los dos! Ya sabes, yo habría sido demasiado débil para resistirme a tus encantos.

—Pues sí, tengo un ego del tamaño de un rascacielos —Pedro sonrió—. Debe de haberte pasado algo muy grave para haber dejado tu trabajo.

—Mi jefe me dejó bien claro que si no estaba dispuesta a acostarme con él podía olvidarme del trabajo... No sé por qué te he dicho esto. Sólo se lo he contado a Delfi, ni siquiera a Macarena.

—¿Es su otra hermana?

—Sí.

—¿Por qué no?

—Está casada con Andrés, que fue mi jefe, y estoy segura de que él no se habría quedado cruzado de brazos. Me gustaría habérselo contado a Maca, pero no puede guardar un secreto sin contárselo a su marido. Te dice que sí cien veces, pero en cuanto Andrés aparece por la puerta se lo suelta todo. Es como el perro de Pavlov — Paula sonrió y luego el rostro se el ensombreció—. Maca no habría estado de acuerdo con mi modo de actuar, como Delfi. Ellas lo habrían denunciado a pesar de las consecuencias que eso podría traerles. Yo no soy así. Soy una cobarde, no me enfrento a las cosas.

Agarró la servilleta y se cubrió rápidamente la cara, para contener el río de lágrimas que se precipitaban por sus mejillas.

—No me digas nada —le pidió—. No me digas nada para consolarme o empezaré de nuevo.

—No pensaba hacerlo.

—¿No? —preguntó ella con indignación y se sonó la nariz con fuerza.

—¿Sería inútil, ¿no? No estás dispuesta a admitir que eres vulnerable ni pasional.

—Es que no lo soy. ¿Quién te has creído tú que eres?

—Un simple hombre —murmuró él maliciosamente—. ¿El enemigo? Aunque yo creo que tu enemigo es la poca autoestima.

—Supongo que me considerarías más sana mentalmente si fuera tan egocéntrica como tú.

—Soy consciente de mis defectos y no voy a defenderme ni a justificarme. Me conformo con aceptarme así. Tal vez tú deberías hacer lo mismo, Pauli.

—¡Deja de llamarme Pauli!

—¡Ni hablar! —respondió él—. Bien está que no vayamos a tener una relación sentimental, pero de ahí a acortar tan delicioso nombre hay un abismo.

—Si no recuerdo mal, ésa ha sido una decisión completamente unilateral! — protestó ella—. ¡ No es que yo quisiera tener nada contigo, Pedro Alfonso, pero al menos me gustaría tener la posibilidad de decidirlo!

—No pienses que esta situación es para mí menos frustrante que para tí, o puedo terminar por hacerte tragar esas palabras.

—¿De qué película has sacado esa expresión?

—No necesito guiones para vivir mi propia vida —lentamente comenzó a deslizar el dedo por su mandíbula. Era un movimiento excesivamente lento—. ¿Te doy miedo?

—No —respondió ella, no del todo segura.

—Tal vez, te estoy embriagando con una falsa sensación de tranquilidad antes de matarte...

Sus ojos eran hipnóticos, fascinantes.

Se apartó rápidamente de ella.

—Espero asustar al público más de lo que te he asustado a tí. De otro modo, mi interpretación será un sonoro y rotundo fracaso.

—¡Maldito seas! ¡Claro que me has asustado! —así que estabas interpretando un personaje—. Eres un ser deleznable y calculador.

—¿Calculador? —la pregunta fue realmente hecha con extrañeza—. Sólo he utilizado lo que me viene naturalmente.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Tu cara me iba diciendo por dónde debía llevarte. Estabas totalmente fascinada con Javier.

—¿Javier?

—El doctor Javier Callender, el psicópata, el personaje que voy a representar.

El nombre le recordó a Paula una de sus novelas de terror preferidas. Cuando Delfina le había contado que iba a protagonizar The Legacy, Paula asumió que Pedro Alfonso interpretaría al héroe de la historia, el único capaz de ver el juego de Javier. Después de la escena que acababa de interpretar, su concepto sobre él cambió. Delfina iba a hacer el papel de la hermanastra de Javier, que aparecía para reclamar su herencia.

Si Pedro podía llegar a recrear la claustrofóbica atmósfera de la novela, el éxito estaba garantizado. El autor había creado un extraordinario relato en el que después de que el lector se había pasado trescientas páginas rezando por que la heroína escapara de un montón de trampas mortales, resultaba que de pronto no era la víctima inocente, sino un ser con muy pocos escrúpulos.

—Creo que hay algo de Javier en todos nosotros. Yo sólo estaba utilizando esa parte. Y, dicho sea de paso, me da la sensación de que, en este preciso momento, estarías mucho más segura con él que conmigo.

—¿Por qué? —preguntó ella, fascinada por la insinuación—. ¿Qué es lo harías?

Pedro respiró profundamente.

—¿De verdad quieres saberlo? —deslizó la mano hasta su nuca—. Esto.

Qué demonios, espíritus o seres perversos la habían llevado a provocar aquella situación, no sabía. Pero tampoco sabía que un beso como aquel pudiera existir. No hubo preliminares, sólo una posesión salvaje, que ella correspondió con una energía de la que no se sabía capaz.

Le abrazó los labios.

—¿Satisfecha?

Pedro se apartó y la miró directamente a los ojos. Estaba aterrado por su inconsciente falta de control.

—Yo me lo he buscado —lo justificó ella.

—No es una afirmación políticamente correcta —dijo él un tono de voz que indicaba que su propia actitud no lo había puesto, precisamente, de buen humor.

Poco a poco, Paula fue recobrándose de aquel asalto a sus sentidos, pero la palidez de su rostro no desapareció.

—¡Cielo santo! ¡ Esto ha sido imperdonable! —dijo él, confuso por lo ocurrido.

—Sólo ha sido un beso —afirmó ella.

Pedro le quitó una pequeña mancha de sangre que tenía en la comisura del labio.

—Has escogido el momento más inadecuado para empezar a jugar con fuego. Vete, Pauli, antes de que vuelva a intentar besarte.

Paula dudó unos segundos, indecisa ante qué camino tomar. Por fin, optó por salir de la habitación.

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