Los encargados del catering ya habían tomado al asalto toda la casa. Cansada de estar metida en su dormitorio, Paula se refugió en el estudio de Lucas. Sin duda, Lucas había sido un gran anfitrión, les había cedido sendas habitaciones en su lujosa casa.
A pesar de todo, Paula echaba de menos la pequeña casa en Owl Cove, el constante ruido del mar y el olor a salitre. Sin duda, aquel pequeño lugar le había llegado al corazón. Pero tenía que admitir que la casa de Lucas le traía menos recuerdos dolorosos. Miró la pantalla negra del televisor y sintió el incontrolable y masoquista impulso de encenderla. ¿Por qué no? Apretó el botón del control remoto y las imágenes comenzaron a brillar y a moverse. Nada en aquella casa era pequeño, todo era ostentoso y excesivo. Aquel pensamiento la trasladó al barco de Pedro. La imagen de la pequeña y escueta cabina se dibujó dolorosamente en su cabeza.
—«¿Tú que opinas, Pedro?»
Su atención se centró en la pantalla. La persona que hablaba era media cabeza más baja que Pedro. Tenía que recomponer su vida, tal y como había hecho él, si los cotilleos eran ciertos.
En los últimos días, Diana Hardcastle se había convertido en una habitual del rodaje y no dejaba de lanzarse a su cuello, a lo que él no se oponía. ¡Pedro no había perdido el tiempo!
Miró al reloj que estaba en el escritorio de Lucas. Tendría que irse pronto a su habitación. Los invitados estaban a punto de llegar. Igual que Cenicienta. La diferencia estaba en que ella tendría que retirarse antes de la fiesta.
La actividad que había puesto toda la casa en estado de caos era para una fiesta por la entrega de premios. Era una oportunidad para empezar a lanzar la película. Pedro estaría allí, ya la había advertido Delfina.
—No, gracias, no me gustan ese tipo de eventos —le había dicho Paula a Lucas. Y era verdad.
Delfina iba a ser la acompañante de Lucas. Se había puesto un impresionante vestido rojo de noche. Diseño exclusivo. La farsa continuaba. La verdad era que no le habría gustado nada tener que ser la acompañante de Pedro en una ocasión así. Después de todo, había sido una afortunada al descubrir que era una rata. Si miraba las cosas desde el punto de vista adecuado, a la larga, saldría beneficiada.
Pedro se escabulló de la fiesta y optó por meterse disimuladamente en el estudio de Lucas. Se acercó al pequeño bar que había en un lateral y se sirvió un vaso de whisky. Se sentó y dejó la bebida sobre la mesa. Miró irritado el concurso que tenía lugar en la televisión, pero no se molestó en apagarla. Estaba cansado, inquieto, molesto. Ya había disimulado bastante. Había cumplido con su obligación.
Había intercambiado unas palabras amargas con Lucas cuando le había dicho que debía asistir a la fiesta. Pero, al final, allí había ido. Sabía que Lucas tenía razón y seguía su criterio. Pero él no era tan buen comerciante. Sólo estaba interesado en la parte creativa. Por eso eran un buen equipo. Dió un largo trago al licor. ¡Bueno, al menos algo en su vida funcionaba! Sí, el trabajo iba bien. Aunque la vida fuera de él careciera completamente de sentido.
Pedro dejó el vaso con rabia sobre la mesa. Unos papeles resbalaron hacia el suelo. Se levantó de la silla y se agachó a recogerlos. Entonces vió algo que llamó su atención. Eran unas zapatillas de piel. Una todavía estaba en el pie que la poseía. Dejó los papeles y se acercó al sofá. Se quedó sin respiración, aunque iba preparado para lo que se iba a encontrar. Estaba tumbada en el sofá, con un brazo bajo la cabeza. El otro le cubría la cara en un gesto defensivo. Una pierna estaba debajo de la otra que caía hacia el suelo.
Se movió y susurró algo. La seda que cubría su pecho subía y bajaba rápidamente. La tranquilidad que momentos antes mostraba su rostro se vio alterada por un sueño. «Quizás ha sentido que estoy aquí», pensó él. Su boca se curvó en una sonrisa amarga. Ella seguía hablando, murmurando. Él se arrodilló junto al sofá y trató de captar las palabras exactas.
—No, el bebé no, no el bebé no... por favor...
Él se levantó en el mismo instante en que ella abrió los ojos. Un grito agudo llenó la sala. Pero el ruido de la televisión lo ahogó. El pánico se adueñó de ella, luchaba desesperadamente por respirar.
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