jueves, 25 de agosto de 2016

El Secreto: Capítulo 36

—Muchas gracias por todo. No volveré a molestarlo, se lo prometo.

Pedro se dejó llevar a través de los pasillos hasta salir a la calle. Parecía absorto, sumergido en un mundo de pesadilla.

Paula le dió al taxista el nombre del hotel y pronto llegaron allí sin incidentes.

Una vez en la habitación, Pedro comió parte de la cena que le llevaron y se quedó completamente dormido en el sofá. Estaba exhausto.

Paula lo observaba. ¡Cómo lo quería! Lo amaba tanto que dolía. Así, dormido, tenía un aspecto inofensivo. Pero no duraría. En cuanto se levantara comenzaría de nuevo el enfrentamiento que había arruinado su vida. Había cometido el mayor error del mundo dudando de alguien como Pedro.

Le quitó los zapatos y lo cubrió con una manta. No se molestó en sacar las cosas de su bolsa de viaje. Eran pocas. Se acostó en la cama y cerró los ojos. Un ruido la sobresaltó a primera hora de la mañana.

—¡Pedro! —medio dormida encendió la lámpara de la mesilla.

Pedro estaba a los pies de la cama.

Se había tropezado con una pequeña mesa.

—¿Qué es todo esto, Pauli? ¿Dónde demonios estoy?

—¿No recuerdas?

—¿Benja se despertó? ¿No fue un sueño?

—No, no fue un sueño —se incorporó.

—¿Qué hora es? —Pedro se respondió a sí mismo mirando el reloj de pulsera que llevaba—. ¿Por qué me has dejado dormir hasta tan tarde?

Pedro  se dirigió al teléfono.

—He dejado el número del hospital ahí mismo.

Él agarró el trozo de papel y marcó. Minutos después, le informó de lo que le habían dicho.

—Estaba dormido —parecía intranquilo y nervioso—. No te dicen nada por teléfono.

—¿Está realmente mal?

—¿No lo sabes? —preguntó él sorprendido.

—No.

Pedro se pasó la mano por le pelo en un gesto de impaciencia.

—Lo atropelló un conductor borracho —su mirada daba miedo. Parecía perfectamente capaz de cometer una locura.

—Múltiples fracturas, hemorragia interna y fractura de cráneo. Me dijeron que llamarán si hay algún cambio. Y ahora, ¿podrías aclararme una serie cosas? ¿Cómo es que estoy en la habitación de un hotel contigo?

—No quedaban más habitaciones.

—Luego entraremos en ese tipo de detalles. ¿Cómo llegamos hasta aquí?

—En un taxi. Te agarré de la mano y te traje hasta aquí.

—¡Es cierto! Empiezo a recordar —agitó la cabeza—. ¿Cómo es que estás en los Estados Unidos?

—Tenía una reunión con el doctor Bohman...

—Ya. Oportuno encuentro.

—Pensé que sería buena idea echar una mano.

—Veo que has hecho bastante más que eso...

—Habría hecho lo mismo por cualquiera —dijo ella y Pedro la miró con escepticismo—. Estabas casi muerto cuando te recogí ayer.

—¿Es esa una opinión médica?

—Tal vez a tí te guste pensar que estás por encima del bien y del mal, Pedro, que no necesitas comer ni dormir. Pero me temo que eres humano y, como el resto de los mortales, necesitas alimentarte y descansar. Si sigues así, no le vas a servir de nada a tu hijo.

Pedro miró la manta que lo había cubierto y los restos de comida que estaban sobre la mesa.

—Normalmente, no duermo vestido. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar en este acto de buena samaritana?

—Pedro, no seas idiota —Paula trató de tomárselo todo como un chiste tonto.

Pero al sentir el roce de su pierna varonil supo que no era ninguna broma. Estaba en su cama.

—Si duermo en esa silla, no me voy a recuperar —se recostó lentamente, hasta reposar la cabeza sobre la almohada.

—Pero quedarías como todo un caballero —le dijo ella, hipnotizada por la intensidad de su mirada.

—Nadie me ha considerado jamás un caballero —le aseguró él.

—No creo que sea algo de lo que debas estar orgulloso...

Él comenzó a acariciarle la cara.

—Hueles bien, muy bien —le dijo—. Supongo que yo huelo a ratas muertas. No recuerdo la última vez que me duché.

Era el momento de librarse de él. Bastaba con que le dijera que sí, que olía mal, que se diera una ducha.

—Me fascina tu olor —y era cierto.

Pedro sonrió satisfecho, extendió la mano y la abrazó.

—Necesito olvidar.

—Lo sé —respondió ella. «Olvídate de tí misma por una vez», se dijo. Su instinto la invitaba a dejarse llevar.

Agarró su rostro varonil entre las manos y lo besó. Sus labios se abrieron para recibir el elixir.

No tenía que preocuparse de nada. Aquélla era una ocasión única, excepcional. Pasara lo que pasara, sabía que no era más que un paréntesis en sus vidas. No iba a negarle nada. Era su última oportunidad de darle amor.

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