martes, 2 de agosto de 2016

El Niñero: Capítulo 40

—Me gusta estar a tu servicio día y noche. Es un placer.

—Si no te conociera, creería que estás intentando que me enamore de ti.

Él la miró, con una expresión en sus ojos completamente indescifrable.

—Eso es interesante —murmuró—. ¿Y estoy teniendo éxito?

El corazón de Paula dió un vuelco. Estaba teniendo mucho éxito, pero ella se negaba a reconocer aquello para que no arruinara el placer del momento.

—No pienso decírtelo.

—Pero no vas a hacerlo, ¿verdad?

—¿Qué, decírtelo? Desde luego que no. ¿Dónde está Bauti, por cierto?

—En la cuna, jugando. Si quieres te lo traigo y lo pongo en la cama contigo.

—Lo mejor será que primero me coma estos deliciosos huevos. Si no, probablemente acabarían decorando las sábanas.

—Tienes razón; ese hijo tuyo tiene mucha energía. Ya se apoya en los barrotes de la cuna, así que tardará poco en empezar a andar.

—He estado pensando en comprarle un parque. Quizá podría ir a comprar uno hoy mismo.

—Buena idea. Yo también tengo que hacer algunas compras.

—¿Ah, sí? ¿Qué?

—Tengo que comprarme ropa. Y un coche. No puedo llevarme a Bauti en la moto.

—Pero...¿puedes comprarte un coche?

—Tengo algunos ahorros.

Paula no podía imaginar que sus ahorros fueran muchos con tanto viaje y tanto empleo temporal.

—Yo podría tomar el ferry para ir a trabajar y así podrías usar mi coche durante el día. No me gusta pensar que vas a gastar tu dinero por mi culpa.

—Por favor, Paula, no te preocupes. La única razón por la que no tengo coche es porque hasta ahora, me venía mejor una moto. Ahora que he vuelto a Sidney, me gustaría sacar de paseo a sor Agustina también y no me imagino a una monja de ochenta años montada en una Harley.

Pero no se compró un coche de segunda mano.

Compró un Ford Fairlane plateado y no tardó más de media hora en hacerlo.

Paula estaba atónita. Tenía que haber pagado en efectivo para haberlo hecho tan rápido. O eso, o tenía un crédito increíble. Pedro insistió en poner el asiento del bebé en su coche nuevo y dejar el coche de Paula en el garaje para ir de compras.

Cuando llegaron a la tienda de moda más cara de Sidney, Paula no podía más de curiosidad.

—¿Te ha tocado la lotería o algo así?

—No —dijo Pedro, mirando unas camisas carísimas—. Ya te lo he dicho. Tengo algunos ahorros. También me dieron una compensación económica en los tribunales hace algunos años, así que no te preocupes por lo que me gasto. He sido muy ahorrador durante los últimos diez años y ahora me apetece gastar algo.

—¡Esto no es hacer un pequeño gasto! —exclamó ella una hora más tarde cuando él empezó a guardar montones de bolsas dentro del maletero del coche—. ¡Esto es un derroche, Pedro!

—Tienes razón —dijo él, sonriendo.

—Estás loco.

—De eso nada. No he estado más cuerdo en mi vida.

—Vale, entonces yo estoy loca, porque no entiendo nada. ¿Para qué necesitas toda esta ropa? No necesitas ropa para ir a trabajar.

Su sonrisa era maliciosa cuando se inclinó para besarla en la boca.

—Tienes razón, cariño. Mi jefa prefiere que lleve la menor cantidad de ropa posible.

—¡Pedro, por favor! —exclamó ella—. Quiero una respuesta.

—Muy bien. Quiero que estés orgullosa de mí cuando salgamos a cenar o a la ópera.

—¿A cenar? —repitió ella—. ¿A la ópera?

—Adoro la ópera. Irás conmigo, ¿verdad?

—Pues claro, pero...pero...

—¿Pero qué? No te preocupes por Bauti. Mariana volverá a casa algún día y no le importará cuidar de su precioso niño los sábados por la noche.

Paula no sabía qué decir. El sentido común le dijo que estaba viviendo una fantasía que no podía durar, pero rezaba con toda su alma para que no terminara nunca.

—¿Ocurre algo? —preguntó él.

—No —dijo ella débilmente.

—Entonces, vamos a comprarle a Bauti su parque.

No sólo le compraron un parque. Pedro compró más juguetes de los que Paula había visto en su vida. Estaba emocionada hasta que vio que uno de los juguetes era un tambor.

—¡Oh, no, Pedro, un tambor no!

—Un tambor sí. Bauti puede aprender a tocarlo mientras yo toco el piano.

—Pero...pero...

—¡Ningún pero! Bauti tiene talento para la música y yo pretendo cultivar ese talento.

Paula se quedó pensando durante unos segundos. Ella era la madre, ¿No? Pues ella decidiría qué talentos podían ser cultivados y cuáles no.

—¿No me digas?

—Te digo. Me contrataste para ser la niñera de tu hijo porque necesitaba a alguien que conociera sus necesidades. Yo soy esa persona, así que no te metas en esto, jefa. Yo sé lo que hago. Me llevo el tambor —dijo Pedro al vendedor, que tomó el brillante instrumento y lo colocó junto a la pila de juguetes.

Paula se rindió porque cuando Pedro se ponía tan autoritario le temblaban las rodillas y porque le hacía gracia, pero tuvo que decir algo cuando vió la factura. Mientras estaban guardando los juguetes en las bolsas, tocó a Pedro en el hombro suavemente.

—¿Qué? —preguntó Pedro.

—No puedo dejar que pagues por todo esto.

—Tú no tienes nada que decir. Son regalos.

—Pero...

—Paula, no me estropees la diversión, por favor.

—¿La diversión?

—Sí.

—Eres demasiado generoso —dijo, cuando llegaron al aparcamiento—. Pronto no te quedará nada ahorrado si sigues gastándotelo en los demás.

—Pero es que me gusta gastar el dinero en los demás —dijo él—. ¿Para qué vale el dinero si no lo disfrutas?

Ella sonrió, moviendo la cabeza. Parte del encanto de Pedro era que era diferente de los demás hombres. Se llamaba a sí mismo cínico, pero aquel día tenía una expresión infantil. Sus ojos brillaban con un brillo inocente. Aquella era una de las cualidades que más le gustaba de él.

4 comentarios: