Pedro entró en la biblioteca tres horas más tarde. Había pasado dos de esas horas intentando convencer a la policía de que el responsable de las fotos pornográficas era su impostor y, cuando empezaron a insinuar que Paula podía estar mezclada en el delito, decidió que había llegado el momento de pedir refuerzos.
Llamó a Gabriel Rafferty, su investigador privado, y le pidió que fuera a la comisaría a corroborar su historia. Rafferty era un ex policía y, cuando dijo que Pedro lo había contratado tres semanas atrás para investigar las actividades de un hombre que lo había suplantado, lo dejaron marchar.
Entonces descubrió que las únicas pruebas contra él eran un sobre lleno de fotos de adolescentes ligeras de ropa. Fotos con unas huellas dactilares que no se correspondían con las suyas.
Había ido a la biblioteca a decirle a Paula que habían retirado los cargos contra él, pero encontró su mesa vacía.
— ¿Desea algo? —preguntó una voz a sus espaldas.
Miró a una mujer de edad mediana, con pelo rubio platino y ojos plácidos almendrados. Llevaba un traje gris muy conservador.
—Busco a Paula.
— Usted debe de ser el señor Alfonso.
—Así es.
—Lo siento, pero Paula no está aquí.
Él miró su reloj.
— ¿No tenía que trabajar hoy?
—Sí, pero ha llamado diciendo que estaba enferma —el rostro de la mujer se suavizó un poco—. Lo cierto es que estoy preocupada por ella. Su voz no sonaba muy bien por teléfono.
—Gracias. Iré a ver qué le ocurre.
Diez minutos después, aparcaba delante de la casa de ella y vió que la puerta estaba abierta. En el vestíbulo había un hombre hablando con Paula.
Ese hombre era Lautaro Golka.
Pedro echó a andar hacia la casa pensando qué haría Lance allí. Entonces vió que abrazaba a Paula y adivinó la respuesta; se detuvo en seco.
Había encontrado a su impostor.
—Por favor, Paula —suplicó Lautaro—. Dame sólo una oportunidad más. Sé que esta vez puedo hacer que funcione.
Su antiguo novio acababa de abrazarla de tal modo que apenas podía respirar. Después de salir de casa de Pedro, había llamado a Lautaro a su móvil y le había pedido que fuera allí lo antes posible. Su plan era convencerlo de que se entregara a la policía y, para su sorpresa, él accedió sin discutir mucho e incluso le pidió que lo llevara a la comisaría.
Ahora parecía haber cambiado de idea.
—Sé que he metido la pata, pero podemos volver a empezar. Tú y yo solos. Subiremos a mi coche y nos alejaremos de aquí. Te quiero y sé que tú me quieres.
Paula consiguió soltarse y vió a Pedro de pie en el porche.
— ¿Qué pasa aquí? —preguntó Pedro mirando a los dos—. No, no digan nada. Creo que puedo adivinarlo.
Lautaro se colocó ante ella con aire protector.
—Siento que hayas tenido que enterarte así, Alfonso. Paula y yo no queríamos hacerte daño.
— Pedro, no es lo que crees —dijo ella, saliendo de detrás de Lautaro.
—¿Quieres decir que él no es mi suplantador?
La joven tragó saliva, asustada por el dolor que veía en sus ojos. No podía seguir mintiéndole.
—Sí lo es.
— Y tú lo sabías desde el principio —la acusó él—. Y me seguiste la corriente fingiendo que odiabas todo esto— la miró con furia—. ¿Meterte en mi cama también era parte del plan?
—¡Ya basta!. Paula no tiene la culpa de nada. Sólo puedes culparla de quererme demasiado, lo demás es culpa mía.
Pedro dió un paso adelante con los puños apretados.
— ¡Oh, te culpo a tí, Golka. ¿Se puede saber qué narices has hecho con mi vida?!
—Sólo quería probar lo que debería haber sido la mía —repuso el otro, que no parecía contrito precisamente—. Tú ganaste el concurso de fotos en el que yo quería participar y conseguiste el empleo con el que yo había soñado. Tu vida cobró sentido gracias a ese concurso y a mí. Y pensé que me debías algo.
Paula miró a su ex novio, consciente de que estaba mostrando una faceta que ella no había visto nunca. Una faceta egoísta y mezquina que le hizo darse cuenta de que había sido una tonta al guardarle el secreto.
— ¡Y un cuerno! — gruñó—. Tú me has robado parte de mi vida y casi arruinas mi reputación y mi trabajo. Y yo no te debo nada.
Paula cerró los ojos.
— Y tú me has robado a mi novia —replicó levantando la barbilla—. Por lo menos por un tiempo. Así que yo creo que estamos empatados. Puedes quedarte con tu vida, yo sólo quiero a Paula.
—¡Muy bien. Quédatela! —apretó los dientes y se volvió para marcharse.
—¡Espera! —gritó ella.
Lautaro la sujetó por el brazo.
— Deja que se vaya. Ese hombre no te conviene. Ni siquiera está dispuesto a quedarse y luchar por tí.
Paula consiguió soltarse, pero cuando llegó a la acera, Pedro se alejaba ya en el Cámaro y ella se quedo de pie en la calle vacía viéndolo distanciarse cada vez más.
Lautaro se acercó a ella.
— Lo de antes iba en serio. Quiero que empecemos de cero sin mentiras y sin Pedro. Creo que podemos conseguirlo.
Paula lo miró sin palabras. Lautaro le tomó la mano.
— Dí que te casarás conmigo.
—No puedo —repuso ella, al fin.
Lautaro le soltó la mano.
—Lo quieres a él.
— Sí.
—¡O sea que Pedro vuelve a ganar! —la miró con frialdad—. ¡Se lleva a mi mujer igual que se llevó mi carrera y mi vida!
Paula quería poder sacarlo de aquel círculo interminable de autocompasión y hacerle ver la verdad.
— ¿Cómo podría ser tuya si ni siquiera sabía quién eras en realidad? Deja de intentar vivir la vida de Pedro y empieza a vivir la tuya.
Lautaro respiró hondo. Movió la cabeza.
—No es tan sencillo.
—Claro que no —dijo ella—. Es difícil, y eso es lo que lo hace emocionante. Si quieres ser fotógrafo, hazlo. Pero con tu nombre y tu talento —se estremeció—. Y con modelos mayores de dieciocho.
—Esas chicas me dijeron que eran mayores de edad —replicó Lautaro, en su defensa—. Hasta me firmaron unas hojas donde lo aseguraban.
—Pues se las enseñas a la policía y seguramente no presentarán cargos.
— Sí, claro. Pedro querrá que me encierren. Está muy enfadado.
Paula había visto su furia. Pero también su dolor, un dolor agudo que ponía reflejos ámbar en sus ojos. Había estado tan preocupada por no sufrir, que no se había dado cuenta del daño que ella podía hacerle a él.
— ¿Y qué vas a hacer?
Lautaro lo pensó un momento.
—Si voy a la policía, ¿vendrás conmigo?
Ella deseaba gritar de frustración; estaba impaciente por ir con Pedro.
—Creo que deberías hacerlo solo.
Lautaro la miró a los ojos.
—Ayúdame a dar este primer paso o puede que pierda valor. Estoy harto de huir, pero no estoy acostumbrado a la otra alternativa.
Paula no podía negarse cuando veía en él tanto de sí misma. Paula Chaves también había tenido miedo de vivir hasta que conoció a Pedro Alfonso. Y a pesar de todo, tenía que agradecerle aquello a Lautaro. Sin él, jamás habría conocido a Pedro.
—De acuerdo —asintió—. Yo te sigo en mi coche hasta la comisaría.
— ¿Y qué hago después? Suponiendo, claro, que no me procesen.
—Eso depende de tí —entró en la casa a buscar su bolso.
—Supongo que sí —contestó Lautaro-—. Llevo tantos años deseando ser Pedro Alfonso que ya no soy quién soy. Quizá haya llegado el momento de averiguarlo.
—Yo tengo fe en tí, Lautaro —declaró ella—-. Y eso es lo único que necesitas. Fe en tí mismo y un poco de suerte.
—Lo sé —Lautaro sacó las llaves del coche del bolsillo. Se encogió de hombros con resignación—. Creo que yo también debo desearte suerte con Pedro.
—Gracias —repuso ella, consciente de que la iba a necesitar.
Cuando Paula llegó al departamento de Pedro, estaba frenética. Habían pasado varias horas desde que él se alejara de su casa, ya que la confesión de Lautaro en la comisaría había llevado más tiempo del que esperaba. El resultado final había sido que ninguna de las chicas ni sus padres pondría denuncia si aceptaba entregar todas las fotografías, negativos y carretes sin revelar.
Ayyyyyyyyy, x favorrrrrrrrrrrr, que no se vaya Pedro. Está muy dolido.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Pedro está pensando lo peor de Paula, ojalá pueda sacarlo de ese error pronto!
ResponderEliminarQuiero leer el próximo yaaaa!!!
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