jueves, 23 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 14

Paula se despertó cuando alguien la zarandeó por los hombros. Abrió los ojos como platos y se le aceleré el pulso al ver la cara de Pedro.

—¿Qué pasa? —preguntó extrañada.

Cuando él se puso derecho, vio que ya estaba vestido con vaqueros y camiseta.

—No pasa nada —respondió él.

¿Entonces qué hacía allí en su cuarto tan temprano?

—Me ha enviado Felisa para que te despierte —continuó Pedro con cierta exasperación.

—¿Para qué? —preguntó Paula algo confusa.

—Para desayunar e intercambiar los regalos.

Paula se sorprendió.

—¿Tan temprano?

—Los hombres con las mesas y los toldos llegarán a las nueve, y son las ocho.

—¡Las ocho!

Paula había puesto el despertadora las seis para arreglarse y estar perfecta con sus vaqueros y su nuevo top verde, lista para abrir los regalos.

—Creo que no he oído el despertador —protestó.

O a lo mejor se había quedado dormida y no lo había puesto bien. Se había quedado despierta hasta bien tarde preparando todo lo que había podido para estar preparada para el día de Navidad.

—Levántate y baja —le dijo Pedro con impaciencia antes de darse la vuelta y salir del dormitorio.

Hasta que Pedro no salió Paula no se dió cuenta de que no le había deseado felíz Navidad. Claro que él tampoco le había dicho nada. Pedro le había parecido cansado e irritable; seguramente no habría dormido mucho. La noche anterior no le había oído entrar, señal de que había regresado muy tarde. Seguramente habría ido a casa de Ailén después de la fiesta y...

Paula se levantó de la cama de un salto y entró corriendo al baño. «Día D, hora H», pensaba con un revoloteo en el estómago. Menos mal que no tenía casi tiempo para arreglarse, así su transformación más tarde sería más impresionante y dramática. Sin embargo tampoco quería bajar hecha un adefesio. No había tiempo para hacerse ningún peinado, así que se cepilló el cabello y se lo recogió en un moño. No había tiempo de maquillarse.

Menos mal que el camisón que llevaba era muy bonito; corto, de seda color lila y a juego con una bata también corta. Se dijo que no tenía zapatillas de estar en casa, ya que nunca las usaba; pero tampoco podía ponerse otra cosa, de modo que decidió bajar descalza. No sería la primera vez que bajaba a desayunar el día de Navidad descalza y en camisón, aunque aquel era un poco más corto que los que usaba habitualmente. Tendría que tener cuidado cuando se sentara. Por lo menos tenía las piernas bonitas y suaves, ya que la semana anterior había ido a un salón de belleza para depilarse. Se sentía un poco rara sin braguitas, pero lo cierto era que no había tiempo de retrasarse más. Además, nadie se daría cuenta.

Paula aspiró hondo y solo el aire despacio antes de bajar las escaleras. El árbol de Navidad siempre se colocaba en un extremo del gran salón, donde había dos sofás de cuero marrón, uno enfrente del otro, y una pesada mesa de madera entre los sofás. Todo estaba preparado cuando Sarah entró en el salón. Como iba descalza, no hizo ruido al entrar, de modo que aprovechó para ver dónde se podría sentar.

Felisa y Juan estaban sentados en el sofá que estaba colocado de frente a la terraza, y Pedro en el centro del otro sofá, tomando un café. No quería sentarse a su lado después de lo que había pasado el día anterior; sobre todo porque no llevaba braguitas. Cuando estaba cerca de Pedro, su cuerpo y su mente se trastornaban.

Aunque Paula se arreglaría para la comida de Navidad y fingiría que Damián era su novio, no tenía esperanza alguna de atraer a Pedro. Había llegado a la desalentadora conclusión de que después de la muerte de su padre, Pedro la había clasificado como «responsabilidad legal», aniquilando de ese modo cualquier posibilidad de una relación personal entre ellos.

En ese momento Pedro se volvió hacia ella y la miró de arriba abajo con rapidez.

A lo mejor se lo había imaginado, pero le pareció que Pedro se fijaba en sus pechos un momento más de lo estrictamente necesario.

Fuera como fuera, Paula sintió un cosquilleo por todo el cuerpo y la sensación de que los pezones se le endurecían bajo la tela del camisón. Sin duda debía de estar imaginándoselo; igual que el día anterior se había imaginado que él había estado a punto de besarla.

Pues claro que se lo estaba imaginando. Pedro sólo la miraba como cualquier hombre miraría a una joven bonita en camisón. Él siempre la había mirado, sólo que no como le habría gustado a ella.

—¡Feliz Navidad a todos! —canturreó Paula, que no pensaba permitir que sus sentimientos hacia Pedro estropearan el momento.

Felisa y Juan se volvieron y sonrieron.

—Feliz Navidad, cariño —dijo Felisa—. Vamos, ven aquí y siéntate a mi lado.

—Siento haberlos hecho esperar.

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