martes, 28 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 22

—¿Esa cara es por algo bueno o malo? —le preguntó Damián después de que Paula llevara una silla y se dejara caer en ella.

—No me preguntes nada. Estoy tan enfadada que no sé qué hacer.

—Bueno, toma un poco de vino. Es un Chardonnay riquísimo de Hunter Valley.

—Me importa un pimiento de dónde sea con tal de que tenga alcohol.

Y dicho eso, Paula se llevó la copa a los labios y se bebió el contenido de un trago.

—Espero que te guste el marisco —dijo Damián, señalando el plato que le había servido.

—En este momento, me conformo con cualquier cosa que se pueda comer. ¡Y sobre todo beber!

Paula no podía creer lo que acababa de pasarle. El hombre de sus sueños le había confesado que ella le gustaba; desde los dieciséis años... Había estado a punto de que su sueño de toda la vida se hiciera realidad. Pero él la había rechazado en favor de la bruja de pelo castaño que estaba sentada dos sillas más allá.

—¡Paula! —soltó de pronto la bruja—. ¿Dónde diantres está Pedro? Le he traído su comida y ahora no está aquí para comérsela.

Paula se alegró en cierto modo al ver el disgusto de Ailén por la ausencia de su amante.

—No tengo ni idea de dónde está —dijo en tono aparentemente despreocupado, antes de dar otro trago de vino.

—¿Pero no estabas hablando tú con él ahora mismo?

—Sí —replicó airadamente.

La bruja entrecerró los ojos.

—¿Y de qué estaban hablando? ¿O no han hablado nada?

Paula pestañeó y se quedó con la copa de vino suspendida en el aire.

—Tú no me engañas —escupió Aillén—. Sé lo que está pasando aquí entre Pedro y tú. Me he dado cuenta nada más verte.

—¿Darte cuenta de qué, Ailén?

Tanto Paula como Ailén se sorprendieron al oír la voz de Pedro.

—No me tomes por tonta, Pedro. Sé cuando alguien está celoso. Y te conozco. Es imposible que hayas vivido todos estos años con una chica de, cómo decirlo, los atractivos de Paula sin probarlos tú mismo.

Paula se quedó boquiabierta, mientras Pedro se agarraba con fuerza al respaldo de la silla.

—¿Me estás acusando de acostarme con mi pupila? Si es lo que piensas —dijo Pedro—, entonces te sugiero que te marches.

Ailén pareció nerviosa un momento, pero sólo un momento.

—No podía estar más de acuerdo. No soy una chiquilla que tolere el engaño.

—Jamás te he engañado —dijo Pedro en tono seco.

—Si eso es cierto, sólo es porque Paula decidió que temporalmente prefería a Damián que a tí. Pero te lo advierto, Damián —se volvió hacia el otro—, primero fue de Pedro. ¿No es verdad, Paula?

Paula podría haber mentido. Pero quería que aquella mujer saliera de la vida de Pedro.

—Sí, es verdad —respondió Paula, a cuyas palabras siguió un murmullo de conversaciones por la mesa—. Pero no como implicas tú —continuó Paula, empeñada en no dejar que aquella bruja manchara la reputación de Pedro delante de sus asociados—. Pedro siempre ha tenido mi cariño, y siempre lo tendrá. Sin embargo, jamás se ha comportado conmigo como otra cosa que mi protector y mi amigo. Así que estoy de acuerdo con Pedro. Si crees que se ha comportado de un modo poco honorable hacia mí entonces debes marcharte; aquí en mi hogar no hay sitio para nadie que no admire a Pedro como lo admiraba mi padre y como lo admiro yo. Así que, por favor —dijo mientras se ponía también de pie—, permite que te acompañe a la puerta.

—No —dijo Pedro, colocando con firmeza una mano en el hombro de Paula—. Deja que lo haga yo.

Paula le dirigió una mirada de agradecimiento mientras se sentaba de nuevo en su silla.

Cuando Pedro salía con Ailén de la terraza, Damián empezó a aplaudir despacio, y enseguida se le unieron otros invitados.

—Si quieres ponerlo así... sí.

De pronto Paula se dió cuenta de que todos los demás estaban en silencio y al tanto de la conversación. En la distancia, se oyó el motor de una lancha en el puerto. Pero a su alrededor sólo podía oír los latidos intensos de su corazón.

—Impresionante, cariño —dijo Damián en voz baja—. Pero también bastante revelador.

Paula se volvió rápidamente a mirarlo.

—¿En qué sentido?

—Cualquiera puede ver que estás enamorada de ese hombre.

Paula suspiró.

—¿Tan claro ha quedado?

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