martes, 21 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 10

—¿Eso crees que has estado haciendo, Pedro? —respondió ella—. Cuando papá vivía, la comida de Navidad era una reunión de amigos de verdad, no una colección de conocidos de trabajo.

—Me parece que te equivocas en eso, Paula. La mayoría de los llamados amigos de tu padre eran contactos de negocios.

Pedro tenía razón, por supuesto. Pero la gente había querido a su padre por la persona que era, no sólo por lo que pudieran sacarle. Al menos, ella quería pensar eso. Su padre había sido un hombre amable y generoso, aunque como padre no hubiera sido el mejor. En los años que había estado en el internado, a menudo su padre había buscado cualquier excusa para no ir a las funciones del colegio, todas ellas relacionadas con el trabajo. Después, cuando volvía a casa de vacaciones, solían dejarla sola.

Para ser totalmente sinceros, la situación no había sido mejor cuando su madre había vivido. Alejandra Schulz había sido una mujer dedicada enteramente a su profesión y en absoluto preparada para hacer los sacrificios que implicaba una maternidad inesperada a los cuarenta.

Paula había sido criada por una sucesión de niñeras impersonales hasta que había ido al jardín de infancia; y a partir de entonces Felisa se había hecho cargo de su cuidado antes y después del colegio. Pero Felisa, aunque era una persona cariñosa y charlatana, había estado siempre muy ocupada con las tareas domésticas y la organización de la casa como para hacer algo más aparte de alimentar a Paula y asegurarse de que hacía los deberes. Nadie había pasado tiempo con ella, ni jugado con ella, hasta que había llegado Pedro.

Volvió la cabeza para mirarlo, sintiendo de pronto tristeza. Ay, cuánto le habría gustado que él siguiera siendo su chófer, y ella una niña para poder quererlo sin reservas. Sintió ganas de llorar en el mismo momento en que Pedro se volvió a mirarla. Ella bajó la vista para disimular, pero antes de hacerlo vio el pesar en su mirada.

—Lo siento —murmuró él—. No ha sido mi intención faltarle el respeto a tu padre, que era un hombre muy bueno y generoso. ¿Sabías que cada Navidad hacía enormes donaciones a distintas instituciones benéficas de Sidney para las personas sin hogar? Gracias a él, siempre celebraban una comida de Navidad decente. Y nadie, en especial los niños, se quedaba sin un regalo.

Pedro frunció el ceño.

—Eso no lo sabía.

Sabía lo de su trabajo con los jóvenes presos, y que había dado mucho dinero para la lucha contra el cáncer; pero nunca había mencionado las donaciones de Navidad.

—Espero que su patrimonio siga dedicándose a esa tradición, Pedro. ¿Tú sabes si continúa haciéndose?

—Como no quedó especificado en su testamento, yo lo hago en nombre suyo todos los años.

—¿Tú?

—No te sorprendas tanto. Soy capaz de tener gestos generosos, ¿sabes? No soy tan egoísta.

—Yo nunca he dicho que lo fueras.

—Pero lo piensas. Y, en general, no te equivocarías.

—No seas tan modesto, Pepe—comentó Felisa—. Deberías ver la tele de plasma tan enorme que Pepe nos compró a Juan y a mí hace unas semanas; y sólo lo hizo porque pensó que nos gustaría. Juan está en el séptimo cielo viendo críquet y tenis todo el día.

—No esperen un regalo caro esta Navidad, porque ahora mismo estoy sin un centavo.

—Oh, vamos —dijo Felisa riéndose.

—No te rías. He hecho ya dos películas este año, y estoy muy preocupado por la que se va a estrenar en Año Nuevo. Según un test de audiencia, el final es muy triste. El director, aunque de mala gana, quiso filmar un final felíz, pero al final he decidido dejar el primer final. Si esta fracasa, tal vez tenga que pedirle un préstamo a Paula.

La noticia sorprendió a Paula. Sabía mejor que nadie que por orgullo Pedro no soportaría ser pobre de nuevo.

—En febrero, podré darte todo lo que necesites. Y no será un préstamo.

—¿Dios, qué voy a hacer con esta chica, Felisa? Espero que no le hayas hecho ninguna oferta similar a ese novio tuyo. Jamás le des dinero a un hombre, Paula — dijo Pedro en tono firme—. Sacarás lo peor de ellos.

Paula negó con la cabeza.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que Damián no quiere mi dinero?

—Lo hará cuando vea todo lo que tienes.

—No todos los hombres van detrás del dinero, Pedro. Ahora, si no te importa, no quiero hablar más de Damián. Sé que jamás podré convencerte de que un hombre me ama por mí misma y no por mi dinero, así que prefiero no intentarlo.

—Estoy de acuerdo con Paula —la secundó Felisa—. ¿Quieres otra porción de flan?

Paula agradeció que en ese momento sonara el móvil de Pedro, ya que la exasperaban sus incesantes preguntas sobre Damián. ¡Qué mal lo iba a pasar al día siguiente!

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