sábado, 18 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 8

Felisa estaba en la cocina cortando el flan que había preparado esa mañana cuando entró Pedro con cara de pocos amigos.

—¿No es Paula la que ha venido? —preguntó ella.

—Sí. Ahora mismo baja; puedes poner la tetera.

Felisa se dió la vuelta para guardar el dulce en la nevera antes de encender la tetera eléctrica.

—Qué bien que esté en casa —dijo la mujer—. ¿Verdad?

Pedro frunció el ceño y se sentó en uno de los cuatro taburetes que había delante de la barra de mármol negro de la cocina americana.

—Yo no pienso lo mismo, Felisa.

—Vamos, Pedro, la has echado de menos, y lo sabes.

—Yo no sé nada de eso. Miguel hizo una locura cuando me nombró su tutor. Voy a respirar hondo cuando llegue el mes de febrero, eso te lo aseguro.

—Supongo que ha sido una responsabilidad enorme para tí—concedió Felisa—. Sobre todo teniendo en cuenta todo el dinero que va a heredar. ¿Qué te parece este nuevo novio de Paula? ¿Crees que está bien situado?

—Quién sabe.

—Me extraña que no haya dicho nada de él hasta ayer por la noche, ¿verdad?

—Yo he pensando lo mismo. Supongo que tendremos que esperar a ver.

—Sí supongo —respondió Felisa—. ¿Y cómo está ella?

—¿A qué te refieres?

—Anoche me dijo que ha estado haciendo ejercicio y que ha perdido peso. No me digas que no te has fijado.

—Sí, me he fijado.

—¿Y bien? —continuó Felisa, exasperada con la apatía de Pedro a la hora de comunicarse. A veces era igual que Juan. ¿Por qué a los hombres les costaba tanto hablar?

Pensó que sería estupendo tener de nuevo a Paula en casa; al menos tendría a alguien con quien charlar de vez en cuando.

—A mí me parecía que estaba bien antes.

—Típico de los hombres. Nunca quieren que las mujeres de su vida cambien... Ah, aquí llega la niña. Ven aquí, cariño, y dale un abrazo a la vieja Felisa.

A Paula se le encogió el corazón de emoción cuando Felisa la abrazó con tanto afecto. Hacía mucho tiempo que nadie la abrazaba así. Sin ir más lejos, Pedro no le había dado un abrazo esa mañana; ni siquiera un beso en la mejilla. Jamás la tocaba, salvo accidentalmente.

Levantó la vista y la fijó en el hombre que ocupaba sus pensamientos, pero él no la miraba a ella, sino el banco de madera con gesto contrariado. Seguramente deseando estar en el golf.

—Ay, Dios mío —dijo Felisa cuando finalmente soltó a Paula para mirarla—. Has perdido varios kilos, ¿verdad? Ahora podrás tomar un poco de tu postre favorito sin sentirte culpable —añadió antes de darse la vuelta para abrir el frigorífico—. Te lo he preparado esta mañana.

—No deberías haberlo hecho, Felisa —le reprochó Paula con suavidad.

—Tonterías. ¿Qué otra cosa voy a hacer? ¿Sabes que este año el catering va a servir toda la comida de Navidad? Pedro dice que es demasiado para mí. Lo único que se me permite preparar es un par de miserables postres. ¡Qué te parece!

La mujer volteó los ojos, y Paula se dijo que Felisa había envejecido bastante en ese último año. Tenía la cara más arrugada y el pelo totalmente blanco.

—No me quejo, Pedro—continuó Felisa—. Sé que me estoy haciendo mayor. Pero aún no soy totalmente inútil. Podría haber asado perfectamente una paletilla de cerdo y un pavo; y unas verduras para aquellos a los que no le guste la ensalada y el marisco. Pero bueno, basta de todo eso. Lo hecho, hecho está. Vamos, siéntate ahí al lado de Pedro, Paula, y cuéntanos algo de tu novio nuevo mientras les sirvo el té.

Paula ahogó un gemido de protesta e hizo lo que le decía la mujer; pero no se sentó al lado de Pedro, sino que dejó un taburete libre entre ellos.

—¿Qué quieres saber? —preguntó fingiendo naturalidad.

—Para empezar. ¿Cuántos años tiene?

Paula se dió cuenta de que no tenía ni idea.

—Treinta y cinco —aventuró.

Un año menos que Pedro.

Pedro se volvió a mirarla.

—¿Es guapo? —preguntó él.

—Mucho. Parece un galán de cine.

¿Estaría viendo visiones, o le había parecido ver una alteración en su mirada al decirle eso?

—¿Cuánto tiempo llevan juntos?

Paula decidió ceñirse a la verdad en la medida de lo posible.

—Nos conocimos poco después de las vacaciones de Pascua de este año. Contraté sus servicios como entrenador personal.

Pedro resopló disimuladamente, y Paula lo ignoró.

—¿Por qué no has dicho nada antes? —preguntó Felisa.

Paula se quedó helada. De nuevo, decidió ceñirse a la verdad.

—No hemos sido novios todo este tiempo —respondió—. Eso ha sido más recientemente. Una noche me invitó a tomar una copa después de la sesión de ejercicios; una cosa llevó a la otra y... Bueno, ¿qué puedo decir? Estoy muy felíz.

Paula sonrió, aunque se le había formado un nudo en la garganta de los nervios.

—Y también muy saludable —dijo Felisa con una sonrisa—. ¿No te parece, Pedro?

—Creo que le vendría bien tomarse un poco de tu flan.

A Paula le dió la risa.

—Resulta gracioso que digas eso. Todas tus novias siempre están esqueléticas.

—No todas. No conoces aún a Ailén, ¿verdad?

—Aún no he tenido el placer.

—Lo tendrás. Mañana.

—Qué agradable.

—Te gustará.

—Oh, lo dudo. Nunca me gusta ninguna de tus novias, Pedro. Igual que a tí no te gusta ninguno de mis novios. Ya se lo he advertido a Damián.

—¿Debería advertírselo yo a Ailén?

Paula se encogió de hombros.

—¿Para qué molestarte? No va a cambiar nada.

—¿Quieren dejar de discutir? —intervino Felisa—. Es Navidad, una época de paz y amor.

Paula estuvo a punto de comentar que Pedro no creía en el amor, pero se mordió la lengua. Meterse con Pedro no entraba dentro de su decisión de seguir adelante. Pero él ya la había molestado con sus comentarios de que estaba demasiado delgada.

2 comentarios:

  1. Qué divertida esta historia, pelean como 2 criaturas jajajaja.

    ResponderEliminar
  2. Muy buenos capítulos! Ya me imagino los celos de Pedro cuando vea a Damian!

    ResponderEliminar