jueves, 16 de junio de 2016

Un Amor imposible: Prólogo Segunda Parte

Había visto dolor en sus ojos cuando él, con una torpe excusa, había salido de la piscina. No la había vuelto a ver desde entonces.

Pero tendría que verla a menudo si Miguel moría y él se convertía en su tutor.

—No pareces muy complacido —dijo Miguel—. Sé que es mucho pedir, pero...

—No es eso —le interrumpió Pedro—. Sabes que haría cualquier cosa por tí. Simplemente me pregunto si soy la persona más adecuada.

—¿Por qué lo dices? ¿Porque no tienes experiencia como padre?

—¿No crees que Felisa y Juan lo harían mejor?

El ama de llaves y su marido llevaban muchos años con Pedro. Aunque no tenían hijos, seguramente serían mejores tutores que un ex chico malo.

—No estoy de acuerdo —le contestó Miguel—. Ellos no son de la familia.

—Tampoco lo soy yo.

—Tú eres como un hijo para mí. Mira, sé exactamente qué es lo que te preocupa.

—¿De verdad?

—Habría que estar ciego y sordo para no ver que Paula está encandilada contigo. Pero eso se le pasará una vez salga del internado y se enfrente al mundo real. Con lo guapa que es, seguro que va a tener un montón de jovencitos detrás de ella. No sólo jovencitos, también hombres maduros. Hombres que no sólo van a buscar satisfacer sus deseos carnales. Ahí es donde entra tu experiencia.

—No sé adónde quieres llegar —replicó Pedro, luchando contra la punzada de celos que sintió al imaginar a Paula con un hombre.

—Tú conoces el lado oscuro de la vida —insistió Miguel—. Sabes lo que estarían dispuestos a hacer algunos hombres por poner sus manos en la fortuna que Sarah tendrá algún día.

Pedro asintió.

—Miguel, creo que estás preocupándote por nada. Probablemente vivirás hasta los cien años.

—Es posible, pero por si acaso, quiero asegurarme de que Paula no reciba su herencia hasta los veinticinco. Todo lo que tendrá hasta entonces será dinero suficiente para pagar su educación, y esta asignación cesará una vez que consiga un empleo.

—¿No te parece un poco exagerado?

—No me parece bien que los adolescentes dispongan de grandes sumas de dinero. Paula tiene que aprender que el dinero no crece en los árboles.

—¿Y la casa?

—Daré instrucciones para que tú puedas vivir aquí gratis hasta que la casa pase a ser de Paula. Naturalmente, espero que la dejes vivir aquí si ése es su deseo.

—¿Te das cuenta de que Paula puede impugnar un testamento de esas características?

—No lo hará. No, a menos que caiga en manos de un canalla. Tu tarea será proteger a mi hija de los canallas, de los cazafortunas, de los corruptos.

—Una tarea difícil.

—Tengo fe en tí.

—Se necesita a un ladrón para atrapar a otro ladrón. Es eso lo que piensas, ¿no?

—No me digas que todavía te consideras un canalla, Pepe.

—Puedes sacar a un niño de la calle, pero no la calle del niño.

—No eres un niño, eres un hombre, un buen hombre, y estoy muy orgulloso de tí.

—Me gustaría que dejáramos de hablar como si te fueras a morir en cualquier momento. Te quedan muchos años de vida.

—Pero, por si acaso, prométeme que cuidarás de mi hija hasta que cumpla veinticinco años.

Pedro se lo prometió. Sólo esperaba no tener que cumplir su promesa.


Sólo hacía tres semanas que Pedro había regresado a Happy Island cuando le llamó el ama de llaves de Miguel. Entre sollozos, Felisa le comunicó que Miguel había muerto la noche anterior.

—Ven a casa, Pepe. Sé que tú eres el albacea de su testamento y el tutor de Paula. Él me lo dijo.

Pedro cerró los ojos. Una extraña mezcla de emociones lo asaltó. Conmoción, tristeza, frustración...

—Paula te necesita, Pepe—añadió Felisa—. No tiene a nadie más.

Aquello era verdad. Miguel y Alejandra habían tenido sólo una hija después de años intentando tener descendencia. Sus abuelos habían muerto. Miguel había sido hijo único y Alejandra sólo tenía un hermano, la oveja negra de la familia que sólo aparecía cuando necesitaba dinero. Ni siquiera había acudido al funeral de su hermana.

—La pobre está destrozada.

—Iré ahora mismo para allá. ¿Paula sigue en el internado?

—Sí.

—Pues que se quede allí hasta que yo llegue.

—Dios te bendiga, Pepe.

A partir de aquel momento, iba a necesitar, y mucho, la ayuda de Dios. Miguel le había pedido que protegiera a Paula de los canallas. ¡Y él estaba incluido en esa categoría!

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