—Hola —dijo Pedro en aquel tono que reservaba para sus novias—. Sí, me encantaría, Ailén. De acuerdo. Te recojo esta tarde sobre las siete. Adiós —colgó y se bajó del taburete—. Lo siento, chicas; cambio de planes. Ailén ha recibido una invitación de última hora para una fiesta que se celebra hoy en casa de algún ricachón, así que tengo que irme corriendo a comprar los regalos. Tendremos que dejar nuestra conversación hasta que vuelva, Paula.
—Está bien —respondió Paula como si no le importara.
Pero le importaba mucho; y no tanto la conversación pendiente, sino que saliera esa tarde, y luego esa noche con Ailén. Resultaba ridículo aceptar de él las migajas, pero así era.
—No se te olvide que quiero un coche nuevo —le dijo Paula en voz alta mientras salía—. Amarillo.
Pedro se paró y se volvió a mirarla.
—¿Alguna marca en especial?
Ella nombró una de las primeras marcas del momento.
—Pues claro.
—¿Algo más? —añadió Pedro.
Cuando él la miró con aquella sonrisa y esa expresión divertida, Paula se sintió más aliviada. Aquel vínculo especial que compartían seguía allí; porque ellos se conocían.
Ailén no conocía a Pedro; no al verdadero Pedro. Sin duda sólo conocía al hombre que había aparecido en la portada del diario de economía el año anterior.
—Veré lo que puedo hacer —dijo Pedro—. Adiós, chicas.
—Adiós —canturreó Paula.
Sonrió para disimular la sensación de que volvía a hundirse en la miseria. Su breve momento de feliz intimidad se desvanecía con la salida de Pedro de esa noche.
—No seguirás sintiendo algo por Pedro, ¿verdad, cariño?
El tono suave de la inesperada pregunta de Felisa estuvo a punto de hacerle perder la compostura. Paula tragó saliva con dificultad y se puso derecha y adoptó una expresión lo más creíble posible.
-No, claro que no.
—Menos mal. Porque sería un error. Ninguna mujer tiene futuro con un hombre como Pedro.
Paula soltó una risita seca.
—¿Acaso no te das cuenta de que lo sé demás, Felisa?
—Este chico, Damián... ¿Van en serio?
Paula tardó demasiado en contestar.
—Lo sabía —continuó Felisa—. De haber sido novios, me lo habrías contado antes.
—No se lo digas a Pedro —soltó ella. Felisa entrecerró los ojos.
—¿Este Damián es un novio de verdad o no? —le preguntó Felisa entrecerrando los ojos.
—Bueno… él, sólo es un amigo.
Felisa la miró con interés.
—¿A qué estás jugando?
Paula suspiró.
—A nada malo. Sólo quería traer a alguien a la comida de Navidad, y Damián se ofreció voluntario. Estoy harta de que las novias de Pedro me miren siempre por encima del hombro.
—Así que se trata de tu orgullo femenino, ¿no?
—Sí. Eso es exactamente lo que es.
—Sabes que Pedro le va a hacer la vida imposible al pobre Damián , ¿no? —dijo Felisa.
—Sí, ya le he preparado.
Felisa hizo una mueca.
—Eso espero. Porque Pedro se toma su trabajo de tutor muy en serio, cariño.
—Damián podrá con él, tiene personalidad.
—Ninguno de tus otros novios pudo.
—Damián no es un novio de verdad.
—Sí, pero va a fingir que lo es.
—Es verdad.
Felisa suspiró.
—Le deseo buena suerte, eso es todo lo que puedo decir.
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