sábado, 4 de junio de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 31

—Para los dos.

Él se acercó y bajó la voz hasta un susurro ronco.

—Te he echado mucho de menos.

—¿Y por qué no me has llamado? —ella levantaba más la voz a cada palabra—. ¿O enviado un e-mail? Lo único que has hecho ha sido dejar un mensaje misterioso en la biblioteca.

Él vaciló y la tomó del codo con suavidad.

—Ven conmigo y te lo explicaré todo.

Paula se dejó llevar a través del salón hasta la cocina. El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Había llegado el momento de que su novio le explicara por qué se había hecho pasar por Pedro Alfonso.

Los chefs y los otros camareros los miraron cuando él tiró de ella hasta una despensa grande y cerró la puerta. Dentro hacía frío y estaba bastante oscuro; la única bombilla desnuda que había creaba sombras alrededor de ellos. Él dejó la bandeja en un estante vacío y la abrazó.

—Me alegro mucho de volver a verte. Estás guapísima.

La joven se dejó abrazar, aunque no respondió al gesto y se apartó cuando se volvió más íntimo.

— ¿Qué está pasando? —preguntó.

Él respiró hondo y movió la cabeza.

—Tengo tantas cosas que contarte, que no sé por dónde empezar.

— Empieza por tu verdadero nombre — sugirió ella.

—Lautaro —tomó las manos de ella en las suyas—. Lautaro Golka.

— ¿Por qué me mentiste?

Lautaro cerró los ojos y le apretó las manos con gentileza.

— ¡Oh, Paula! ¡He cometido tantos errores! El peor fue no decirte la verdad desde el principio.

— Dime lo que está pasando, por favor —insistió ella, que sabía que no tenían mucho tiempo—. Quiero saberlo todo.

—Pedro y yo nos conocemos desde hace tiempo —dijo Lautaro—. Fuimos compañeros de cuarto en la Universidad de Colorado. Los dos éramos fotógrafos en el periódico de la universidad. Él quería estudiar Derecho y yo Literatura.

Se abrió la puerta de la despensa y el jefe de camareros frunció el ceño.

—Todavía no es hora del descanso, Golka.

—Sí, señor, enseguida salgo.

El jefe de camareros miró a Paula, se enderezó la pajarita y desapareció de nuevo en la cocina.

—En tercer curso, empecé a preguntarme si no me habría equivocado. Me gustaba la fotografía, pero no creía que pudiera ganarme la vida con ella.

— ¿Y qué tiene que ver eso con Pedro? —preguntó ella.

—Pedro quería ir a la Facultad de Derecho de Yale, pero yo le hablé de un concurso de fotografía al que quería presentarme. El primer premio eran mil dólares y la posibilidad de que te dieran trabajo en una de las mejores revistas del país.

— Y Pedro participó en el concurso y ganó el premio que tú creías que merecías tú —adivinó ella.

—Sí y no. Mira, yo no me presenté al concurso. Pensé que no podía ganar y quise ahorrarme esa molestia —su rostro se oscureció—. Pero nunca pensé que se presentaría él. Tenía su vida bien planeada.

— No comprendo —dijo cada vez más confundida—. Todo eso ocurrió hace años. ¿Qué tiene que ver con que lo suplantes ahora?

—Que Pedro lleva la vida que debería haber llevado yo si hubiera tenido agallas —los ojos azules de Lautaro expresaban angustia—. Hace seis meses me echaron de mi trabajo, Paula. Y era vendedor de coches de segunda mano —movió la cabeza con disgusto—. Entonces empecé a pensar en Pedro, en lo perfecta que era su vida gracias a aquel concurso. Ese hombre está viviendo mi sueño.

—¡Oh, Lautaro! —-musitó ella.

La persona que tenía delante le resultaba tan extraña como su nombre. Sólo sentía lástima y decepción, ni rastro de la atracción de otro tiempo.

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