sábado, 18 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 6

De no haber tenido unos ojos tan negros y unas facciones tan duras, los labios le habrían dado el aspecto de un niño bonito, ya que eran carnosos y sensuales.

Lo único que a Paula no le gustaba demasiado era que llevara el pelo tan corto; pero entendía que aquel estilo de pelo le daba un aire de imposición que seguramente le sería muy útil en el mundo de los negocios en el que se movía.

—Vaya... Hola, desconocida —Pedro la miró de arriba abajo.

Pero Pedro no reacción en modo alguno aparte de eso; en su expresión no había ni rastro de admiración, ni siquiera de sorpresa.

Esa falta de reacción exasperó a Paula, que había esperado al menos algo por parte de Pedro. ¿Qué tenía que hacer para que aquel hombre se fijara en ella?

—Gracias, Juan —se agachó a recoger las maletas—. Ya me ocupo yo.

Cuando Juan asintió y se dio la vuelta, Pedro ya le había metido las maletas en casa.

Paula tuvo ganas de darle un grito o una patada, pero se contuvo. Se dijo que estaba a punto de cumplir veinticinco años; que cuanto antes echara a Pedro de su vida, mejor. Era como una espina que llevaba clavada. ¿Cómo podía conseguir lo que más deseaba en la vida, que era tener hijos, si él estaba siempre allí, fastidiándole todo?  ¿Cómo iba a sentirse feliz si siempre lo comparaba con los demás hombres con los que salía?

Paula ahogó un suspiro mientras cerraba la puerta, y vió que Pedro se dirigía a las escaleras.

—Ya las subo yo.

Necesitaba estar a solas un momento para recuperar la compostura. Aunque hacía tiempo que sabía que sus sentimientos hacia Pedro no tenían futuro, enfrentarse por fin a la inutilidad de sus fantasías era una experiencia dolorosa. ¿De qué le había servido esforzarse tanto en el gimnasio? ¡El ni siquiera se había dado cuenta de que había perdido peso!

—No me importa hacerlo —respondió él mientras se echaba una de las bolsas al hombro y continuaba escaleras arriba.

Paula apretó los dientes y lo siguió.

—¿Por qué no estás jugando al golf?

—Quería hablar contigo —respondió él—. En privado.

—¿Sobre qué?

Él no respondió y continuó subiendo.

—¿Sobre qué, Pedro? —repitió ella cuando lo alcanzó.

Él se detuvo en el rellano del primer piso, dejó las bolsas en el suelo y se volvió hacia ella.

—Para empezar, de Felisa.

—¿Qué le pasa? No estará enferma, ¿verdad?

—No, pero ya no puede hacer lo que hacía antes; se cansa mucho. Este último año, he tenido que contratar los servicios de limpieza de una agencia para que vinieran dos veces por semana e hicieran las tareas más pesadas por ella.

—No lo sabía.

—Si vinieras a casa de vez en cuando —señaló Pedro—, a lo mejor te habrías dado cuenta.

Era un comentario lógico, que la hizo sentirse culpable. Paula reconoció que ese año había estado muy obsesionada consigo misma, muy ocupada con su empeño de bajar de peso y hacer ejercicio.

—Yo... he estado muy ocupada —se excusó.

—Con el novio nuevo, imagino —comentó él en tono sarcástico.

Paula se puso tensa.

—Tengo derecho a tener vida social —se quitó las gafas y lo miró con rabia—. Tú desde luego la tienes.

—Desde luego. Pero no domina mi existencia.

Aquella actitud de condena en Pedro en lo referente a los novios de Paula siempre provocaba en ella una reacción de rebeldía.

—Damián y yo estamos muy enamorados; algo con lo que tú jamás podrás identificarte. Cuando una persona está verdaderamente enamorada, quiere pasar todo el día con el objeto de su amor.

—Me sorprende entonces que hayas venido a casa —respondió Pedro en tono seco—. ¿O acaso tu amante se pasará luego?

—Damián trabaja hoy —respondió Paula enfadada.

—¿Haciendo el qué?

—Es dueño de un gimnasio.

—Ah, eso lo explica todo.

—¿Qué es lo que explica?

—Tu nueva figura.

¡Se había fijado!

—Lo dices como si eso tuviera algo de malo.

—Estabas bien como estabas.

Paula se quedó boquiabierta.

—¡No me digas tonterías! Estaba engordando.

—¡Qué ridiculez, Paula!

No hay comentarios:

Publicar un comentario