La razón más obvia era difícil de digerir: estaba en su cuarto haciendo cosas innombrables con ese tipo con pinta de playboy en paro del que ella se había enamorado.
Pedro jamás había visto a un tipo más pelota y más ambicioso que aquél, con su sonrisa falsa, su pelo rubio teñido y su bronceado igualmente artificial. Desgraciadamente, sus músculos no parecían artificiales, y eso era algo que le fastidiaba sobremanera. Nunca había pensado que Paula fuera de esa clase de chicas a las que pudieran importarle esos atributos superficiales. Pero estaba claro que se había equivocado; incluso parecía gustarle que él la llamara «nena». ¿Acaso no sabía que su querido Damián seguramente llamaría «nena» a todas sus novias? Así no tenía que acordarse de sus nombres; porque estaba más que claro que Damián era uno de esos que no tenía suficiente cerebro para que le doliera la cabeza.
—Pedro, Gustavo te está hablando —saltó de pronto Ailén en tono mordaz.
—¿Qué? Ah, perdón —Pedro dejó de pensar en lo que le atormentaba y se centró en lo que le decía el otro.
Gustavo era el localizador de exteriores de la productora cinematográfica de Pedro; un tipo genial en su trabajo, y gay.
—¿Qué me estabas diciendo, Gus?
Gustavo sonrió.
—Sólo que estoy agradecido de que me hayas invitado a comer hoy. La Navidad es una época del año en la que a los gays nos damos cuenta de que aún hay muchas personas que tienen prejuicios en contra de los homosexuales.
—¿De verdad? —dijo Pedro mientras miraba de nuevo hacia el vestíbulo para ver si bajaba Paula.
—¿Porque qué le importa a nadie con quién se acueste o deje de acostarse uno? —continuó Gustavo con entusiasmo—. Mientras no le hagas daño a nadie...
—Bien dicho, Gustavo —corroboró su pareja.
Pedro se fijó en Patricio, un hombre alto y delgado de edad indeterminada. Estaba a punto de comentar algo, sospechaba que a punto de comportarse de un modo muy grosero, cuando por el rabillo del ojo vio el movimiento que había estado esperando.
A Pedro se le revolvió el estómago al ver al objeto de su agitación cruzar el vestíbulo con Damián pisándole los talones. Tampoco se le pasó por alto que de pronto Paula bajase con el pelo suelto y un poco despeinado.
—Si me disculpan —dijo bruscamente—. Tengo que hablar con una persona. ¿Ailén, podrías acompañar a nuestros invitados a la terraza? La comida es un bufé, pero en las mesas hay tarjetas con el nombre de los invitados.
Pedro ignoró la cara de fastidio de Ailén y la dejó para cruzar el salón y regañar a Paula. No sabía qué era lo que iba a decirle, pero tenía que decir algo; cualquier cosa para dar rienda suelta a la tormenta de emociones que se fraguaba en su interior.
—Paula —soltó cuando estaba cerca de los dos tortolitos.
Ella se volvió bruscamente y lo miró.
—Necesito hablar contigo. Ahora mismo, y en privado.
—Pero íbamos a salir a la terraza a comer —le respondió ella con suma dulzura.
Él apretó los dientes mientras se fijaba con rabia en los labios de Paula, que parecían más rojos que antes. Sin duda, se había retocado el carmín. Pero el toque de gracia que amenazó con terminar de desatar su furia fue cuando vió que se había quitado los pendientes de diamantes.
—Seguro que no te importará esperar cinco minutos más para comer —le soltó con fastidio, angustiado al pensar por qué se habría quitado su regalo de Navidad.
Paula se encogió de hombros con despreocupación, pero Pedro detectó una momentánea sombra de duda en su mirada.
—No tardaré, cariño —le dijo a Damián con una caricia de disculpa en el brazo—. El bufé está en la terraza; sal, que yo voy enseguida.
—Claro, nena. Voy escogiendo por tí; y te sirvo un poco de ese vino blanco que te gusta.
—¡Estupendo!
En cuanto Damián desapareció de su vista Pedro la agarró del codo y la empujó hasta su despacho.
—¿Es necesario que te pongas en plan troglodita?
Pedro cerró la puerta del despacho sin decir nada. Cuando la miró tan enfadado, Paula se acobardó un poco, como avergonzada.
—De acuerdo, estás enfadado conmigo por no bajar antes a ayudarte con los invitados —dijo ella—. Es eso, ¿verdad?
—Tu comportamiento no sólo ha sido descortés, Paula, sino también embarazoso.
—¡Embarazoso! No entiendo cómo. Quiero decir, este año no conozco a ninguno de los invitados. Felisa me advirtió de antemano que todos ellos son de tu productora.
—Esa no es excusa para ignorarlos —arremetió él con rabia—. Me han oído hablar de tí y querían conocerte; pero tú te has esfumado. ¡El día de Navidad, para colmo! Por educación, deberías haberte quedado en el salón atendiendo a los invitados y charlando con ellos. Pero en lugar de eso, estabas arriba en tu dormitorio practicando sexo con tu novio. Pensaba que tendrías más orgullo y más sentido del decoro.
A Paula se le subieron los colores.
—No he estado practicando sexo con él.
Pedro soltó una risotada de desprecio.
—Tu aspecto contradice tus palabras.
Ella abrió la boca y luego la cerró.
—Lo que Damián y yo hagamos en la intimidad de mi dormitorio no es asunto tuyo. Igual que no es asunto mío lo que vas a hacer con Ailén esta noche en tu habitación. Somos adultos, Pedro. Dentro de seis semanas cumpliré veinticinco años y tú no podrás decir nada acerca de mi vida. ¡Podré hacer lo que quiera en esta casa porque tú ya no estarás aquí!
—Y nadie se alegrará más que yo —su frustración le hizo responder de un modo tan temerario—. ¿Crees que me ha gustado ser tu maldito guardián? ¿Crees que me ha divertido protegerte de todos los canallas que se han acercado a tí? ¿Tienes idea de lo mucho que me ha costado mantener mis manos alejadas de tí, Paula?
¡Lo había dicho! Su oscuro secreto, su culposa obsesión, había quedado expresada en palabras.
Wow!!! qué capítulos! Un genio Damián! Lo hizo reaccionar a Pedro!!!! Se lo dijo!!! aunque seguro se va a retractar! jaja
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