sábado, 18 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 7

Paula volteó los ojos. O bien Pedro estaba ciego, o le importaba tan poco que ni siquiera se había fijado antes en ella.

—A lo mejor tú no te habías fijado.

Pedro se encogió de hombros con brusquedad.

—A lo mejor no. Aún así, supongo que yo no tengo por qué decirte lo que tienes que hacer.

—¡Me alegro de que por fin te hayas dado cuenta!

—¿Qué quieres decir con eso?

—He perdido la cuenta ya del número de veces que te has metido en mi vida, en mis relaciones. Cada vez que traía un novio a casa, tú hacías todo lo posible para hacer que se sintiera mal. Y de rebote a mí.

—Sólo hice lo que tu padre me pidió que hiciera; que fue protegerte de los avariciosos de este mundo.

—¡No eran avariciosos!

—Desde luego que lo eran.

—A partir de ahora, seré yo quien juzgue eso, muchas gracias.

—Hasta que no cumplas veinticinco no, señorita. No tengo intención de dejar que caigas en las redes de algún gigoló que vaya detrás de tu herencia. No podría dormir por las noches si lo hiciera.

—Vaya. No te imagino pasando las noches en vela por mi causa.

—Entonces te equivocas completamente —soltó él en tono áspero.

Cuando se miraron a los ojos, Paula se sorprendió bastante al ver la rabia en la mirada de Pedro. ¡Cuánto le había pesado ser su protector todos esos años! Estaba segura de que se alegraría muchísimo cuando ella cumpliera veinticinco en poco más de un mes, y la obligación con su padre dejara de existir.

—No te he dado muchos problemas, ¿no? —le dijo ella en tono bajo, más desanimada.

Aunque aceptaba que jamás atraería a Pedro, siempre había pensado que, en el fondo, ella le gustaba. No sólo por ser hija de quien era, sino por ella misma. Cuando era más pequeña, él a menudo le había dicho lo encantadora que era. Pedro le había dicho que tenía temperamento y buen corazón, también que era divertida, algo que había demostrado pasando buena parte de su tiempo libre con ella. Pero eso había sido hacía mucho tiempo, antes de que Nick hubiera alcanzado el éxito en sus negocios. A partir de entonces, había empezado a ignorarla; y después de morir su padre, esa actitud hacia ella se había afianzado del todo. Estaba claro que en ese momento sólo había quedado reducida a una mera responsabilidad; una responsabilidad que obviamente le resultaba tediosa y exasperante.

—¿Sabe él lo rica que vas a ser dentro de muy poco? —quiso saber Pedro.

Paula se puso tensa. Sin embargo, no tenía sentido mentir. Mejor sería responder a sus preguntas en ese momento que dejar que le hiciera el tercer grado a Damián en la comida de Navidad.

—Él sabe que voy a ser rica —soltó ella enfadada—. Pero no conoce el volumen de mi herencia.

—Lo sabrá en cuanto aparezca mañana. La gente que vive en esta calle tiene que ser por lo menos multimillonaria. No le costará sumar dos y dos.

—Damián no es un cazafortunas, Pedro. Es un hombre honrado.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé, así sin más.

—¡Dios mío, tú no sabes nada! —dijo él—. Tu padre pensó que te protegía con su testamento. Sin embargo sólo te ha abocado al desastre. Debería haber regalado la mayor parte de su dinero, haberlo donado a alguna institución benéfica, en lugar de dejarlo en manos de una chica como tú.

—¿Qué quieres decir con eso de una chica como yo?

Él abrió la boca para decir algo, pero claramente cambió de opinión; levantó las maletas del suelo y las llevó a su dormitorio con cara de póquer. Después de dejarlas en el suelo con malos modos, salió al pasillo.

—Seguiremos con esta discusión más tarde —le dijo en aquel engañoso tono bajo que adoptaba cuando estaba a punto de perder los nervios, aunque eso sólo ocurriera raramente.

En los años que llevaba con él, Paula había aprendido a reconocer esa táctica de Pedro. Él detestaba perder los nervios, perder el control. Prefería comportarse con frialdad, tanto en los negocios como en su vida personal. Raramente le había oído gritar. Ni siquiera decía palabrotas ya, como había hecho antes. Pero su lenguaje corporal lo decía todo, y también su mirada.

—Tomaremos un té por la mañana en la cocina —declaró él—. Después pasaremos a mi despacho a hablar.

—Sobre Damián, no —le advirtió Paula—. No tengo intención de que te pongas a criticar delante de mí a alguien a quien ni siquiera conoces.

—Lo entiendo. Pero tengo muchas otras cosas que hablar contigo, Paula; cosas importantes relacionadas con tu herencia. Quiero que todo quede hablado antes de que terminen las Navidades.

—Pero hasta febrero no cumplo los veinticinco —protestó ella—. Tenemos el resto de mis vacaciones de verano para hablar.

—No, no es así. Yo no voy a estar.

—¿Dónde vas a estar?

—Voy a pasar casi todo el mes de enero en Happy Island.

A Paula se le cayó el alma a los pies. Sabía que Pedro tenía allí una casa de vacaciones, aunque raramente la utilizaba en esa época del año.

—Felisa no me ha dicho nada de eso por teléfono.

—No saldría el tema.

—Entre Navidad y Año Nuevo tenemos una semana —argumentó ella, decepcionada porque Pedro se marchara tanto tiempo.

—Sí. Pero esa semana tengo un invitado. Y tú tienes a tu nuevo novio, con quien reconoces que deseas pasar cada minuto del día. Será mejor dejarlo todo claro mientras tengamos tiempo.

—Pero hoy tengo que decorar el árbol.

—Sólo quiero un par de horas, Paula, no todo el día.

—¿Y esta tarde? ¿No puede esperar hasta esta tarde?

—Esta tarde voy a comprar regalos.

Paula suspiró. Qué típico de un hombre ir a comprar los regalos en el último momento.

—Vamos —dijo bruscamente—. Bajemos.

—Primero necesito ir al baño —le dijo ella sin mentir.

—Bien —respondió él con indiferencia—. Voy bajando y le digo a Felisa que vaya haciendo el té.

Paula se quedó pensativa. Ponerse guapa al día siguiente y fingir con un novio de pega no iba a cambiar nada. Ella no significaba nada para Pedro salvo una obligación de la que él claramente se quería librar.

Estaba claro que él no podía esperar a que ella cumpliera años; y de pronto Paula sentía lo mismo. Estaba más que harta de permitir que lo que sentía por Pedro la dominara y disgustara de continuo; Harta de penar en secreto por lo que nunca podría ser. Había llegado el momento de seguir adelante con su vida. Con una vida en la que no estaría Pedro.

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