jueves, 9 de junio de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 38

Las expectativas de Paula de pasar una idílica tarde de sábado en un picnic con Pedro murieron en cuanto él la recogió esa mañana.

—Creo que ya sé quién es —dijo él, en cuanto se pusieron en marcha.

— ¿Quién?

— Mi impostor —se saltó una luz ámbar en un cruce y se metió en la autopista en dirección sur.

Ella se sobresaltó.

— ¿Quién crees tú que es?

Él suspiró.

— Se llama Marcelo Haywood. Crecimos juntos en Pleasant Valley. Éramos vecinos.

Paula suspiró interiormente de alivio. El secreto de Lautaro seguía a salvo, y también su parte en él.

— ¿Y por qué iba a querer ese hombre apoderarse de tu vida?

Él se encogió de hombros.

— Por venganza, quizá. En el instituto éramos rivales. Y todo porque pensaba que le había robado a su novia.

— ¿Y lo hiciste?

— No, pero Marcelo no quiso creerme. Estaba enamorado de Karina Dugan desde siempre. Yo lo sabía y, cuando ella se me insinuó el verano después de graduarnos, la rechacé con gentileza. Pero Karina no se lo tomó bien y se vengó diciéndole a Haywood que yo había intentado algo con ella.

—¿Y él la creyó?

Él mantuvo la vista fija en la carretera.

—El amor puede volver loca a la gente.

Dado su pasado familiar, Paula no podía estar más de acuerdo.

—Un momento —dijo, buscando todavía una razón lógica a la sospecha de él—. ¿Cuántos años hace de eso?

—Casi doce.

— ¿Doce años? — ella movió la cabeza—. Nadie guardaría rencor tanto tiempo. Marcelo Haywood no es el impostor.

— Puede que para tí y para mí hayan pasado doce años, pero Marcelo no lo ha olvidado. En la reunión del instituto del año pasado sacó el tema e incluso intentó darme un puñetazo. Es cierto que los dos habíamos tomado unas cuantas cervezas, pero juró vengarse de mí algún día.

Paula tragó saliva, consciente de que, si Pedro acusaba a aquel hombre de suplantarlo, podía haber otra pelea. Pero ella podía evitarlo.

—Yo te diré si es él en cuanto lo vea.

Él movió la cabeza.

— Ese es el problema. Marcelo dirige un rancho importante y no podría desaparecer durante meses, pero tiene dinero suficiente para contratar a alguien que lo haga.

— ¿Y crees que iría hasta ese extremo con tal de vengarse? Después de todo, sólo era un enamoramiento de estudiantes.

Él la miró.

—¿Tú crees que yo quiero que sea Marcelo? La mera idea me da náuseas. Hemos tenido nuestros problemas, pero básicamente es un buen tipo. El problema es que no se me ocurre nadie más que tenga algo contra mí.

Paula pensó en Lautaro, cuyo rencor era más bien contra sí mismo por no haber seguido sus sueños.

—Créeme —prosiguió él—. Me he pasado noches despierto pensando en esto. Marcelo es el único que puede tener un motivo.

— Pero no lo sabes con seguridad —le recordó ella—. Quizá debas dejarlo correr.

— De eso nada —él apretó los dientes—. Tengo que saber la verdad. Tengo que saber si me ha traicionado.

— ¿Y después qué? —preguntó ella con suavidad.

—Después sabré que no podré volver a confiar en él, pero al menos mi vida volverá a ser mía.

Se acercaban a una parte de la autopista en construcción. Señales naranjas advertían del cierre de un carril más adelante.

— ¡Maldita sea! Tenía que haber ido por el otro camino. Le dije a mi padre que estaríamos allí a mediodía.

— ¿Le has hablado a tu familia del impostor?

— No, no quería preocuparlos.

— ¿Y cómo vas a explicar mi presencia allí?

Él sonrió.

— Muy sencillo. Eres mi acompañante para el picnic.

Paula no estaba segura de que fuera tan sencillo. Y su promesa a Lautaro de guardarle el secreto lo hacía aún más complicado. No podía permitir que Pedro se enfrentara a Marcelo Haywood, ¿pero cómo impedírselo sin revelar la verdad?

Quizá contando una parte de su pasado.

—Es bonito que te lleves bien con tu familia —dijo—. Yo no he visto a mi padre en cinco años.

Pedro seguía conduciendo a paso de caracol.

—¿Por qué?

—Porque nunca me perdonó que lo metiera en la cárcel.

Pedro pisó el freno después de estar a punto de chocar con el coche de delante. Se volvió a mirarla.

—¿Tú metiste a tu padre en la cárcel?

— No a propósito —aclaró ella.

Nunca había contado esa historia a nadie, ni siquiera a Lautaro. Era demasiado dolorosa, una parte de su pasado que prefería olvidar. Pero no sería un precio muy alto si así impedía que Pedro acusara al hombre equivocado.

—Mis padres se divorciaron cuando tenía doce años —explicó—. Porque mi madre se enamoró de otro hombre. A ella le dieron mi custodia y mi padre podía tenerme cada dos fines de semana. Y uno de esos fines de semana no me devolvió a mi madre.

— ¿Te secuestró?

—Sí. No fue por maldad, buscaba desesperadamente el modo de llegar a mi madre. Seguía enamorado de ella y quería que volviéramos a ser una familia. Yo también lo quería, pero no me daba cuenta de que lo que hacía era ilegal.

— ¿Y qué pasó?

—Llamé a mi madre desde un motel de St. Louis para decirle que estaba bien y que papá había prometido llevarme pronto a casa. No sabía que la policía vigilaba el teléfono de mi madre. Esa llamada hizo que lo detuvieran.

Él frunció el ceño.

— Tú sólo tenías doce años. ¿Cómo ibas a saberlo?

— Eso no le importó a mi padre. Sigue pensando que lo traicioné, que elegí a mi madre.

Pedro apretó el volante con fuerza.

—Hay padres que no se enteran.

—Los míos estaban demasiado inmersos en su batalla como para darse cuenta de lo que eso me hacía a mí. Los dos se dejaron controlar por las emociones.

Él giró la cabeza para mirarla y por un momento Paula pensó que la iba a abrazar y consolar. Cuando no fue así, respiró hondo y se dijo que se estaba volviendo blanda.

—De eso hace mucho tiempo.

—No tienes que hacerte la dura conmigo —repuso él—. Yo no te haré daño.

¡Ojalá hubiera podido creerlo! Pero Paula sabía lo fácilmente que podía destruirla ese hombre. Lo vulnerable que era con él.

— Pero tu acusación puede hacer daño a otras personas —dijo—. Tus padres viven en ese pueblo y supongo que ven a Marcelo de vez en cuando.

Él asintió.

—Y yo no tengo pruebas.

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