jueves, 2 de junio de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 26

Paula no podía posponerlo más. Hacía quince minutos que tenía que haber empezado la reunión del club de lectura, pero sólo la mitad de las sillas de la sala de reuniones estaban ocupadas. Era su tercer encuentro y Paula temía que pudiera ser el último.

—Orgullo y prejuicio es para mucha gente la mejor obra de Jane Austen —empezó a decir con nerviosismo.

Por algún motivo que no podía explicar, los miembros de su club de lectura no terminaban de encajar entre sí. Quizá por lo distinto de sus procedencias. Entre ellas se contaban Patricia, profesora de matemáticas jubilada; Analía, secretaria; una peluquera llamada Adriana, una mujer fontanera que respondía al nombre de Rosa, un ama de casa embarazada que se llamaba Nancy y Eva, que era ayudante de dentista.

Esas mujeres compartían un amor por la lectura, pero hasta el momento sus discusiones habían sido estiradas y formales, sin acercarse para nada a las confidencias fáciles que solían intercambiar mujeres con intereses comunes.

Habían empezado con doce miembros y bajado a seis en el corto periodo de tres semanas. A ese paso, su club de lectura terminaría antes de empezar, algo que Paula no podía permitir, ya que aquél era su proyecto y deseaba luchar por él.

Eliana había insinuado que si el club de lectura tenía éxito, Paula podía organizar más programas y quizá tendría ocasión de optar al puesto de directora de programas en seis meses más, lo que implicaría un aumento de sueldo y de prestigio.

Pero para eso tenía que conseguir romper la rigidez formal que impregnaba el grupo y crear un vínculo común. Quizá pasaban demasiado tiempo analizando el argumento y los personajes y poco comentando cómo les afectaban las historias.

—Tengo una idea —anunció—. Esta noche vamos a intentar que cada una hable de su parte predilecta del libro.

Las mujeres se miraron entre sí, poco dispuesta ninguna a ser la que empezara. Se abrió la puerta de la sala y todas las cabezas se volvieron hacia allí. Paula se levantó, dispuesta a dar la bienvenida a otro miembro, pero cuando vió a Pedro las palabras se congelaron en sus labios.

—Hola —dijo él. Sonrió y se acercó al grupo. Vestía traje negro y corbata azul de seda.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó Paula sin poder evitarlo.

—Quiero participar —dejó en el suelo la bolsa de plástico que llevaba en la mano—. ¿Me he perdido algo?

Eva, la ayudante del dentista, señaló una silla a su lado.

—Estábamos empezando. Por favor, siéntate.

Pedro se sentó a su lado y sonrió a la embarazada Nancy, que estaba al otro lado. Ella le devolvió la sonrisa y se presentó. Las demás la imitaron, hablando más que en las tres reuniones anteriores.

Paula lo miró, segura de que había ido a boicotear la reunión.

— Éste es Pedro Alfonso—dijo con rigidez—. Es un fotógrafo de la revista Adventurer.

— ¡Qué emocionante! —exclamó Adriana— . Es una de mis revistas predilectas.

Varias mujeres más asintieron. Paula notó que la ayudante de dentista había acercado más su silla a la de él. Sabía que estaba allí para estropearle la reunión y que lo acompañara al banquete, pero no se saldría con la suya.

—Vamos a hablar todos de nuestras partes predilectas de Orgullo y prejuicio — dijo—. ¿Por qué no empiezas tú, ya que eres el último que ha llegado?

Él vaciló.

— No quiero acaparar la atención en mi primer encuentro. Prefiero escuchar lo que dicen ustedes.

— Estoy segura de que todas queremos oír tu punto de vista —insistió ella—. Después de todo, has viajado por todo el mundo y fotografiado toda suerte de personas y lugares. Aportarás una perspectiva única a la discusión.

Él miró al grupo.

— ¿Alguien más quiere intervenir?

La mujer fontanera carraspeó.

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