sábado, 4 de junio de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 30

Pedro no podía encontrar a su acompañante por ninguna parte.

Cruzó el salón de baile y saludó con aire ausente a amigos y conocidos. La había esperado en la mesa, pero la ceremonia iba a empezar en cualquier momento y había salido en su búsqueda.

A lo mejor se había ido a casa. Y no le estaría mal empleado por haber conseguido que lo acompañara con trucos. Pero no había tenido más remedio que hacerlo. Tenía que identificar a su impostor y poner fin a aquel caos. Tres editores de revistas del país habían dejado mensajes es su contestador en los dos últimos días diciendo que les gustaría contratarlo.

Pedro había rechazado sus ofertas, pero temía que la cosa no acabara allí. Aquel imbécil había alterado su agenda de viajes, puesto que no podía irse a Nueva Zelanda y dejar que volviera a apoderarse de su vida.

—Hola, Alfonso—dijo una voz detrás de él.

Al volverse se encontró con Lucas Bailey, el dueño de la tienda de fotografía más grande de Denver. Bailey había patrocinado varias exposiciones en las que había participado Pedro y hacía casi cinco años que eran amigos.

—Me alegro de verte.

Le tendió la mano, pero Lucas no se la estrechó.

— ¡Ojalá pudiera decir yo lo mismo! Pero sigo esperando que me pagues la cámara de dos mil dólares que cargaste a mi tienda junto con el resto del equipo.

—Yo no he comprado... —se interrumpió. El impostor había atacado de nuevo.

—Mira —dijo Lucas, que procuraba mostrarse razonable a pesar de su tono de enfado—, yo te dí crédito en la tienda porque pensaba que eras un hombre de palabra, pero yo no soy un banco. Tengo también cosas que pagar.

—¿Y no te diste cuenta de que no era yo? —preguntó él, que empezaba a pensar que quizá su suplantador fuera un maestro de los disfraces, aunque Paula había dicho que ellos dos no se parecían en nada.

— ¿Que no eras tú? — gruñó él—. Viniste a la tienda con uno de mis vales de crédito hechos a tu nombre. Yo no estaba allí, pero seguro que mis empleados verificarán su autenticidad.

—No temas, Lucas, te pagaré cualquier deuda que tenga contigo —le aseguró él—. Te pido disculpas por el malentendido. No volverá a ocurrir.

—Eso espero —parecía ya más defraudado que enfadado—. Tienes una buena reputación en todo el país, Alfonso. No me gustaría que la perdieras.

Se perdió entre la multitud antes de que Pedro pudiera responder. Éste miró a su alrededor y se preguntó a cuántas personas más debería dinero. Su problema aumentaba de día en día y cada vez era más necesario que encontrara al suplantador.

Las luces del salón disminuyeron y la actividad en el escenario indicaba que iba a empezar la ceremonia. Seguía sin saber dónde estaba Paula, pero volvió a la mesa, más frustrado que nunca.

No podía encontrar a su impostor ni a su acompañante, pero su instinto le decía que ella aparecería antes o después. Y también le decía que podía confiar en ella.


Paula se acercó al hombre al que no había visto en varios días y que llevaba una bandeja en el brazo izquierdo y recogía vasos vacíos de una mesa.

Cuando se volvió y la vió delante de él, la bandeja se inclinó y los vasos se deslizaron peligrosamente hacia el borde, pero él consiguió equilibrar la bandeja a tiempo de evitar el desastre.

Parpadeó y su nuez subió y bajó por su garganta.

— ¿Paula?

— ¿Dónde te has metido? —-preguntó ella.

Él la miró de arriba abajo.

—Estás fantástica.

— No has contestado a mi pregunta.

Él movió la cabeza despacio.

—Esto es una gran sorpresa.

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