—¡Vamos, Paula! —gritó Pedro mientras golpeaba en la puerta con los nudillos.
Paula miró el reloj y vio que faltaban tres minutos para las doce.
—Ya voy —gritó mientras se echaba un último vistazo al espejo.
Estaba guapa. El vestido de verano rojo y blanco se ceñía a su cuerpo esbelto y el peinado, un recogido, destacaba los pendientes que él le había regalado. Pero no era su apariencia lo que le tenía tan nerviosa, sino aquella tonta farsa con Damián. ¡Estaba segura de que Pedro notaría algo extraño en su relación!
Cuando abrió la puerta, Pedro estaba esperándola apoyado sobre la barandilla. Parecía cansado, pero estaba guapísimo con unos chinos beis y una camiseta de manga corta de rayas beis y blancas.
—Estoy lista —dijo ella con dinamismo.
Pedro la miró de arriba abajo.
—¿Sí, pero lista para qué?
Como de costumbre, su comentario sarcástico la molestó.
—No estaría mal que me dijeras algo agradable, para variar —le dijo Paula con las manos en jarras.
Él arqueó las cejas, como si su reacción le hubiera sorprendido.
—Eso depende. Pero si insistes...
Volvió a mirarla de arriba abajo, pero esa vez más despacio.
A Paula se le formó un nudo en la garganta cuando vió que Pedro le miraba los pechos, la boca y por último los ojos. Pero si había esperado ver el deseo en sus ojos, esperaba mucho.
—Estás verdaderamente preciosa hoy, Paula—le dijo por fin en tono algo seco—. Damián es un hombre muy afortunado.
Paula sintió deseos de golpear el suelo con el pie de frustración cuando sonó el timbre de la puerta, que la salvó de una rabieta muy poco característica en ella.
—Seguramente será Damián —dijo antes de salir corriendo escaleras abajo para ir a recibir a Damián sin que Pedro lo presenciara.
Pero no era Damián el que estaba a la puerta, sino una atractiva morena de unos treinta años con un vestido azul eléctrico que destacaba las curvas de su cuerpo sensual y una sonrisa perfecta.
Paula supo inmediatamente quién era.
—Tú debes de ser Paula —dijo la mujer con astucia después de echarle un rápido vistazo que endureció aún más la mirada en sus ojos azul claro—. Soy Ailén, la novia de Pedro.
Aquélla tenía el pelo corto y más curvas que las demás; pero por dentro siempre eran inflexibles y frías, secas y desagradables.
Paula despreció a Ailén nada más verla.
—Hola —consiguió pronunciar con cortesía antes de darse la vuelta y buscar a Pedro con la mirada. No pensaba charlar con la golfa de turno.
—Está aquí Ailén—le dijo en voz alta a Pedro, que bajaba en ese momento las escaleras.
Por un momento a Paula le pareció verle despistado, como si no supiera de quién le estaba hablando, o como si no le interesara; pero al segundo siguiente sonrió y se apresuró hasta la puerta.
—Feliz Navidad, cariño —exclamó Ailén efusivamente mientras se tiraba a los brazos de Pedro.
Paula se dió la vuelta para no tener que presenciar cómo se besaban, pero se le formó un nudo en el estómago al oír cómo Ailén le decía a Pedro que le daría su mejor regalo esa noche, cuando estuvieran a solas.
Fue una suerte tremenda que Damián llegara en ese momento. El nerviosismo de Paula por el engaño quedó momentáneamente olvidado por la necesidad de tener a alguien al lado.
—¡Damián, cariño! —dijo con la misma efusividad que Ailén—. Feliz Navidad. Ay, cuánto me alegro de verte.
Sintió alivio al ver lo atractivo y masculino que parecía con unas bermudas y una camisa polo azul cielo que destacaba su estupenda musculatura, su piel clara y su cabello rubio.
—Y tú también, nena —respondió Damián.
Su apelativo cariñoso la sorprendió, lo mismo que el beso que Damián le dió en los labios cuando se acercó a darle el regalo que llevaba en la mano.
—Estás preciosa —añadió Damián—. ¿No les parece?
Ni Pedro ni Ailén dijeron nada.
Paula se puso colorada, pero Damián estaba imparable.
—Espero que te quede bien —le dijo él mientras le daba el regalo—. Cuando lo ví en el escaparate, supe al momento que era para tí.
Paula no sabía si ponerse contenta o si echarse a temblar por lo que pudiera contener la caja. Damián tenía una vena pícara que estaba resultando ser tan divertida como preocupante.
—Bueno... luego lo abro... —dijo de manera evasiva—. Tengo que ayudar a Pedro a recibir a los invitados. Ah, sí, Pedro, éste es Damián —los presentó—. Damián, éste es Pedro, mi tutor.
—Vaya —dijo Damián mientras le daba la mano a Pedro—. Pensé que eras mayor.
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