jueves, 23 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 15

Se sentó al lado de Felisa, justo en frente de Pedro.

—Creo que no he oído el despertador —añadió mientras juntaba las piernas y se colocaba la bata correctamente para taparse los muslos todo lo posible.

—No pasa nada, cariño —la tranquilizó Felisa—. ¿Quieres un poco de café? —le ofreció, inclinándose hacia delante para servirle.

—Sí, por favor —Paula ignoró a Pedro, que no había dejado de mirarla, tomó un cruasán de un plato y empezó a untarle mantequilla—. ¿Han desayunado todos ya?

—Juan y yo sí —dijo Felisa—. Pero Pepe no; dice que no tiene hambre. Yo creo que tiene resaca.

—No tengo resaca —protestó Pedro—. Me siento bien, pero no quiero desayunar para que no se me quiten las ganas de comer. De todos modos quiero otro café, Felisa —le dijo mientras le pasaba la taza—. Con leche y azúcar, por favor. Así aguantaré un par de horas más.

—¿Te lo pasaste bien anoche en la fiesta? —le preguntó Paula antes de percatarse de lo que estaba diciendo.

Pedro dió un sorbo de café antes de responder.

—Fue una fiesta muy típica. La verdad es que de momento estoy cansado y aburrido de fiestas. Esa es una de las razones por las que voy a ir a Happy Island, para relajarme y no hacer nada unos días.

—Podrías no hacer nada de nada aquí —señaló Paula, que detestaba que se marchara.

—Aquí no puedo hacer eso —respondió Pedro mientras la miraba por encima del borde de la taza—. La gente no me deja.

Así podría pasar más tiempo a solas con su novia. Paula se los imaginó bañándose desnudos en la piscina de Happy Island, haciendo el amor en el agua y en todas partes de la sin duda lujosa casa.

—Creo que deberíamos empezar a dar los regalos —sugirió en ese momento Felisa—. Juan, ¿por qué no haces de Santa Claus este año? ¿Te parece bien, Paula?

—Claro.

Paula necesitaba el consuelo que le ofrecía el delicioso cruasán; necesitaba combatir la consternación que la abatía en ese momento. Qué decepción, pensaba Paula mientras se terminaba el primer cruasán en un abrir y cerrar de ojos y tomaba otro. Pedro nunca sería suyo; ni en la cama, ni en ningún otro sitio.

Felisa le tocó el brazo con suavidad, impidiendo así que empezara con segundo cruasán.

—Eso puede esperar hasta después de abrir los regalos —sugirió en tono bajo— Ve a por uno de los regalos de Pepe primero, Juan, para que Paula pueda tomarse el café tranquilamente.

—Gracias, Felisa —susurró Paula mientras dejaba el bollo en el plato.

Juan escogió una caja pequeña envuelta en papel dorado.

—Ése es de mi parte —dijo Paula fingiendo alegría cuando Juan se lo dió a Pedro.

En lugar de sentir emoción porque Pedro iba a abrir el regalo, sólo sentía inquietud por su posible reacción. Sabía que le gustaría, pero no quería que sacara ninguna conclusión equivocada. Detestaría que él adivinara lo que en secreto sentía por él; detestaría la humillación que acompañaría tal descubrimiento.

Pedro dejó el café sobre la mesa y rasgó el envoltorio.

—¿No es perfume este año?

—No —respondió ella.

Frunció el ceño mientras le daba la vuelta a la caja y dejaba caer el regalo envuelto en papel sobre la palma de su mano.

—No tengo ni idea de lo que es —dijo él con curiosidad mientras retiraba el papel.

Paula contuvo la respiración; pero la expresión de delicia de Pedro no se hizo esperar.

—Yo... espero que te guste —Paula se puso colorada.

—¿Qué es? —preguntó Felisa antes de que Pedro pudiera responder—. Enséñamelo.

Pedro dejó la bolsita de cuero rojo sobre la mesa para que la vieran los demás.

—No sé qué decir, Paula—dijo Pedro con admiración.

—Mira, Juan, es una bolsa de golf en miniatura con dos preciosos y diminutos palos de golf.

Juan se inclinó hacia delante para mirarlos mejor.

—Parecen caros.

—Sí —concedió Pedro—. No deberías haberte gastado tanto dinero en mí, Paula.

—Bah, no ha sido tan caro para una futura heredera —respondió airadamente—. Pensé que te merecías algo especial por haberme aguantado todos estos años. Esos palos de golf son de plata auténtica, ¿sabes?; de plata inglesa. Tienen la marca.

—¿De dónde los has sacado? —le preguntó Pedro.

—Los compré en eBay. Tienen cosas que uno no encuentra en las tiendas.

—Es un detalle exquisito —le dijo mientras lo examinaba de nuevo—. Siempre lo cuidaré.

Paula estaba rebosante de alegría. Su regalo le había encantado, y en su reacción ella  había visto que Pedro la apreciaba de verdad, había percibido su afecto.

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