— Estoy enamorado —declaró, entrando en el despacho de Pedro—. Mira, ¿no es guapísima?
Pedro levantó la vista de la cámara desmontada que tenía en la mesa y vio la foto borrosa de una mujer, recién sacada de la impresora en color.
—Es difícil saberlo.
—Es guapísima —insistió Woody—. Y lista, y divertida, y está loca por mí.
—O sólo está loca —murmuró Pedro, que limpiaba con cuidado una lente de gran angular—. ¿Cómo sabes que la foto es suya?
—No lo sé —-sonrió Woody—, pero lo sabré pronto. Tenemos una cita mañana por la noche.
Él lo miró.
— ¿Vive en Denver?
—En Scottsbluff, Nebraska —le informó este—. Es enfermera en el hospital de allí, pero se va a tomar el fin de semana libre para venir a conocerme.
—Pues buena suerte —gruñó él.
El pasaría el fin de semana con Tom, ya que el gato era la única compañía que podía soportar en ese momento. Por lo menos el gato no le hablaría de Paula. Esa mañana había tenido que soportar que Bruno, la becada y Lorena le dijeran lo bien que les caía ahora que la conocían un poco más.
— Tierra a Pedro.
Miró a Woody.
— ¿Todavía estás ahí?
— Yo sí, ¿y tú? No. espera, seguro que lo adivino. Tú estabas en el planeta Paula.
—Te equivocas —replicó él, que volvió su atención a la limpieza de la cámara.
—Yo creo que no —repuso Woody; se sentó en la esquina de la mesa—. Eso explica tu mal humor de esta mañana. Y ahora que lo pienso, anoche tampoco estabas muy contento. Cuando me marché, estabas en el bar con un whisky en una mano y los zapatos de Paula en la otra. ¿Qué pasó con el resto de ella?
—Se fue a casa.
— ¿A casa? —Woody arrugó la frente—. ¿Sola y sin zapatos?
— No me pidas que te explique a las mujeres.
—Pero tú eres un experto —Woody miró de nuevo la foto que tenía en la mano—. Por eso siempre te pido consejo.
— Sí, soy todo un experto —gruñó él.
Woody se echó a reír.
—Puede que tú seas un experto en mujeres, pero yo soy el experto en amor y tienes todos los síntomas clásicos.
Él hizo una mueca.
— ¿Has vuelto a tomar alucinógenos? Porque estás delirando.
— ¿De verdad? Nunca te había visto así. Ni tampoco te he visto nunca mirar a una mujer como mirabas anoche a Paula. Además, últimamente no has bebido mucho, hasta que te dejó Cenicienta en el baile.
—Un error que pienso rectificar —declaró él—. Esta noche iré al bar Alligator. ¿Te apetece venir?
Woody pasó por alto la invitación.
—Otro síntoma clásico... ahogar tus penas. Dime una cosa. ¿Piensas continuamente en ella? ¿Recuerdas todo lo que dijo y lo que dijiste tú y le buscas significados ocultos? ¿Hay un montón de cosas pequeñas que te la recuerdan constantemente?
—En absoluto —mintió él.
Woody se encogió de hombros.
—Puedo estar equivocado.
— Muy equivocado —le aseguró él, aunque ahora sabía que se mentía a sí mismo y no sólo al otro.
Todo lo que había dicho Woody era cierto. Se estaba enamorando de Paula. Lo supo la noche anterior, cuando ella mencionó a su novio y él sintió unos celos agudos que no había sentido jamás.
¿Pero por qué se resistía tanto a la idea de enamorarse de ella? Él jamás había huido de un reto y una relación con Paula podía ser la mayor aventura de todas.
Ella no era predecible ni aburrida; eran dos polos opuestos, sí, pero se sentía mejor con ella que con ninguna otra mujer de las que había conocido. Sólo tenía que buscar el modo de convencerla de que debían estar juntos. Y el modo de sacar al impostor de su novio de una vez por todas.
—Bueno, ha sido un placer —Woody saltó al suelo—, pero voy a volver a trabajar antes de que a Bruno le dé un ataque.
Pedro también tenía que ponerse a trabajar. Había enfocado mal la situación. En lugar de intentar forzar a Paula a que lo ayudara a encontrar al impostor, tenía que haber buscado el modo de ganarla para su bando. La noche anterior había creído que la respuesta era seducirla, pero había fracasado. Había llegado el momento de cambiar de estrategia.
El lunes por la mañana, Paula seguía sin estar convencida de haber obrado bien al ocultarle a Pedro la identidad de Lautaro, pero no se arrepentía de haberlo dejado en el tejado. Esa noche había perdido la cabeza, atrapada en el romanticismo de un encuentro sexy bajo las estrellas.
Ahora, a la luz del día, se daba cuenta de que había sido una ilusión. El único motivo por el que Pedro la quería a su lado era para que identificara a su suplantador. Sus besos no significaban nada especial. Como todos los hombres, no iba a decirle que no a una mujer deseosa. La noche que había pasado en su cama así lo probaba.
Había perdido los zapatos, pero conservaba su corazón. Había pasado el punto de peligro y vencido la batalla de su deseo por él. Ahora se sentía más fuerte, más segura. Había podido resistirse a los encantos de Pedro y a la fuerza de su propia pasión.
Volvió su atención al trabajo y su investigación sobre los antiguos mayas. Hasta que el aroma a jazmín impregnó su olfato. Levantó la vista y vió a un repartidor delante de su mesa, con una maceta en la mano.
— ¿Paula Chaves?
—Sí.
—Es para usted —dejó la maceta en un rincón vacío de la mesa, sacó una tarjeta de la planta y se la tendió—. Que pase un buen día.
—Gracias —murmuró ella, automáticamente. Miró la letra negra de la tarjeta.
"El olor del jazmín siempre me recordará a tí. Gracias por ayudarme a buscar al impostor. Sólo te pido una aventura más juntos, un viaje a Pleasant, Valley, en Colorado, para el picnic anual del pueblo. Si mi impostor no está allí, proseguiré con mi vida.
Ven, por favor.
Pedro"
Paula leyó de nuevo la tarjeta y pasó el dedo con gentileza por el nombre de él. Tenía veintisiete años y ningún hombre le había enviado flores jamás, y menos aún algo tan exótico como un jazmín.
La amabilidad de él la conmovía. Sabía que Pedro no encontraría a su impostor en Pleasant Valley, pero aun así podía ser divertido ir con él. Un último coqueteo con su lado salvaje antes de volver a instalarse en su vida confortable y segura.
—¿En qué estoy pensando? —se riñó a sí misma.
Y levantó el auricular con intención de rechazar su invitación.
Pedro contestó al primer timbrazo y el sonido de su voz le hizo vacilar.
—¿Pau?
— ¿Cómo sabías que soy yo?
—Tengo identificador de llamada. El número es de la Biblioteca Pública de Denver.
Ella sonrió.
—Gracias por la maceta de jazmín. Es preciosa.
—De nada.
Ella retorció el cable del teléfono entre los dedos.
—Este fin de semana...
—Será muy divertido —la interrumpió él—. Buena comida y buena gente.
Ella vaciló, no muy segura de que debiera correr ese riesgo. Aunque por otra parte, ¿qué mejor modo de probar que era inmune a él? Tal vez fuera el único modo de dejar atrás todo aquello. Y si para entonces Lautaro no había confesado aún, ella podía decir la verdad y seguir con su vida.
— Suena bien —repuso—. Cuenta conmigo.
— ¡Estupendo!. Te recojo en tu casa el sábado por la mañana a las diez. Así llegaremos a tiempo de comer.
Ella no quería colgar, pero no sabía qué más decir.
— Hasta entonces, pues.
—Lo estoy deseando, Pau.
Ella colgó el teléfono y le sorprendió ver que tenía las manos sudorosas. Aceptar una invitación a un picnic no era tan arriesgado como colgarse de un puente, pero una sensación de peligro parecía impregnar el mismo aire que respiraba. Resistirse una vez a Pedro había sido difícil. Dos podía ser imposible.
Ayyyyyyyyyyyy, qué lindo, se van de picnic!!!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! paula no le puede decir que no! Pobre pedro, igual la tiene que remar!
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