A la mañana siguiente, Paula se despertó en la cama de Pedro, la misma donde lo había conocido, pero esa vez no retrocedió horrorizada cuando lo vio dormido a su lado, sino que se acercó más a él para disfrutar del calor de su cuerpo. Él abrió los ojos y sonrió perezosamente.
—¿Intentas seducirme otra vez?
— ¿Funciona? —preguntó ella. Deslizó la mano debajo de la sábana—. Ah, ya veo que sí.
Sonó el timbre y Pedro gimió con frustración y miró el reloj.
—Son las siete. Demasiado temprano para visitas. No hagas caso.
—¿Seguro? —preguntó ella, que seguía acariciándolo.
Él volvió a gemir, esa vez de placer.
—Segurísimo.
El timbre sonó de nuevo varias veces seguidas.
Paula detuvo la mano.
— Puede que ocurra algo.
Él apartó la sábana y salió de mala gana de la cama.
— Seguro que lo que ocurre es que al vecino se le ha acabado la cerveza.
Se puso un pantalón de chándal y se inclinó para besarla.
— No te muevas, vuelvo enseguida.
— Aquí estaré —-prometió ella.
Pedro sonrió y salió del dormitorio, cuya puerta cerró con firmeza.
Paula entró en el cuarto de baño desnuda, se pasó un peine por el pelo y se lavó la cara.
Cuando volvió al dormitorio, Pedro ya estaba allí, pero completamente vestido y atándose las zapatillas deportivas.
—¿Vas a alguna parte? —preguntó ella, confusa.
Él se acercó a ella.
— No era el vecino, es la policía.
— ¿La policía? ¿Y qué quieren a estas horas?
— Quieren que responda a unas preguntas. Traen una orden de registro de mi apartamento y van a llevarme a la comisaría.
—¿Por qué?
Él suspiró.
— Me acusan de hacer fotos pornográficas de chicas menores. Creen que intento vendérselas a varias revistas porno.
Ella parpadeó.
—¿Qué?
Pedro abrió la puerta hasta la mitad y apoyó una mano en el borde.
— Mi impostor ataca de nuevo. He intentado explicárselo, pero no me creen. Seguro que podré aclararlo todo en la comisaría.
— Espera...
—La policía se impacienta y tú tienes que ir a trabajar —se acercó a darle un beso—. Te quiero. Volveré en cuanto pueda.
Se marchó antes de que ella pudiera pararlo o decirle que podía demostrar que era inocente porque conocía la identidad de su impostor. Oyó voces de hombre en la sala de estar, pero no consiguió entender lo que decían.
Buscó su ropa, se vistió rápidamente y abrió la puerta del dormitorio, donde tropezó con Horatio y estuvo a punto de caer. El gato maulló y se apartó. Cuando ella llegó a la sala de estar, Pedro ya se había ido.
Un desconocido vestido con un traje gris oscuro dirigía el registro, que realizaban un grupo de policías de uniforme.
—Usted debe de ser la señorita Sinclair.
— Sí —repuso ella.
—Soy el inspector Brent. Lamento la intromisión, pero tenemos trabajo.
—Yo puedo facilitárselo —dijo ella—. Cometen un gran error. Pedro no es el hombre que buscan.
— ¿Y a quién buscamos? — preguntó el inspector con sequedad—. ¿A su impostor?
Era un hombre grande, de pelo moreno que le llegaba hasta los hombros y bigotes anchos. Tenía aspecto de sentirse más cómodo con una chaqueta de cuero que con una chaqueta de traje.
—Sí —contestó —. Se llama Lautaro Golka. Se hizo pasar por Pedro Afonso durante tres meses mientras Pedro estaba fuera del país. Si hay fotos pornográficas circulando por ahí bajo el nombre de Pedro, el responsable es Laautaro.
El inspector se cruzó de brazos.
—Alfonso nos ha dicho que no conocía la identidad de su impostor, que ustedes dos se habían unido para encontrarlo, pero aún no habían tenido éxito.
Paula tragó saliva, consciente de que su historia hacía quedar por mentiroso a uno de los dos.
— Ví a mi novio, bueno, a mi ex novio, la semana pasada en una ceremonia de entrega de premios. Me hizo prometer que guardaría el secreto hasta que pudiera contárselo él mismo a Pedro.
—Entiendo. ¿Quiere decir que ese hombre se hizo pasar por Pedro Alfonso durante meses y nadie notó la diferencia?
—No es tan sencillo —repuso ella—. Lautaro sólo suplantó a Pedro con gente que no lo conocía.
Y Paula pensó que quizá su promesa de confesárselo todo a Pedro sólo había sido un truco para ganar tiempo hasta que consiguiera sacar dinero de todo aquello. Miró al inspector y vioóque parecía más escéptico que nunca.
—Sé que es difícil creerlo, pero Lautaro sabía todo sobre la vida de Pedro y estoy segura de que sabía a qué personas tenía que evitar. No puedo explicar lo que hizo ni por qué. Yo quería darle el beneficio de la duda, pero después de esto...
—A ver si lo entiendo —intervino le inspector—. ¿Ese impostor era su novio?
—Sí. Pero yo no sabía que se hacía pasar por Pedro Alfonso. Creía que él era Pedro Alfonso. Hasta que conocí al auténtico Pedro.
—Y ahora su novio es él —dedujo el inspector, que miró la puerta abierta del dormitorio.
La joven se ruborizó.
— Mi relación con Pedro no tiene nada que ver con el hecho de que investigan ustedes al hombre equivocado.
—No se ofenda, señorita Chaves, pero esa historia del impostor no tiene mucha base. Si de verdad existe ese impostor, ¿por qué ninguno de los dos ha informado a la policía de sus actividades?
—: Queríamos arreglarlo nosotros —contestó ella—. Buscarlo antes de que interviniera la policía.
—Bien, pues ahora ya ha intervenido. No se preocupe, comprobaremos su historia y seguramente la llamaremos para hacerle más preguntas. Le sugiero que no salga de la ciudad hasta que se aclare este asunto.
Ella lo miró, consciente de que no quería creerla. De hecho, básicamente insinuaba que ella podía estar también mezclada en el delito.
Salió del departamento, consciente de que sería inútil discutir con él y de que ella tenía la culpa de todo aquello. Si le hubiera dicho la verdad a Pedro cuando vió a Lautaro en la entrega de premios, nada de eso habría ocurrido.
Ahora sólo quedaba encontrar el modo de pararlo.
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