Lautaro había aceptado encantado, aunque le sorprendía que Pedro no lo hubiera denunciado todavía. Y lo mismo sorprendía a Paula, que no sabía qué pensar. De momento, sólo quería ver a Pedro y conseguir que la escuchara y entendiera que lo quería y nunca había pensado hacerle daño.
Llamó al timbre, pero él no contestó. Volvió a llamar, decidida a no marcharse hasta que hubiera podido explicarse.
—Se ha ido —dijo una voz ronca detrás de ella.
Se volvió y vió a un hombre en la puerta del apartamento de enfrente. Tenía una cerveza en la mano y llevaba una camiseta ceñida sobre un vientre protuberante.
— ¿Ido? … ¿Se refiere a Pedro?
—Sí. Se ha ido hace un par de horas. Ha hecho las maletas y se ha ido.
Ella lo miró sin querer creer que aquello podía ser cierto.
—¿Adonde ha ido?
El otro se encogió de hombros.
—No me acuerdo adonde ha dicho. A las Cataratas del Niágara, creo. O a Nairo-bi. Algo que empezaba por N.
— ¿Está seguro?
— ¿Por qué iba a mentirle? — Dijo el hombre—. Soy un hombre de fiar, aunque Alfonso no haya querido que le cuide el gato y se lo haya llevado con él.
Aquello le daba esperanza. Estaba segura de que Pedro no arrastraría a Horatio al otro extremo del mundo.
—Ha dicho que se lo cuidaría una amiga.
— ¿No ha dicho nada más?
El vecino se encogió de hombros.
—No. Oiga, ¿tiene una aspirina?
— No —repuso ella, que se apoyó en la pared.
Pedro había huido y ahora tendría que esperar a que regresara. El retraso la molestaba, pero al menos podría buscar una explicación para haber guardado el secreto de Lautaro.
—-Alfonso siempre tenía aspirinas — gruñó el hombre—. Espero que el nuevo que llegue no sea roñoso.
— El nuevo?...¿Qué nuevo?
—El nuevo inquilino. Alfonso no volverá.
El hombre se metió en su casa y Paula se quedó sola en el pasillo, intentando asimilar que Pedro se había ido de verdad. Después de un momento, el shock dió paso a la frustración. ¿Cómo se atrevía a rendirse tan fácilmente? Ella lo amaba y no iba a permitirle huir. Nada de eso.
Tres días después, Paula estaba sentada en el aeropuerto internacional de Denver revisando la lista que tenía en la mano cuando el altavoz anunció que ya se podía embarcar en el vuelo para Nueva Zelanda con escala en Nueva York y París.
Se puso en pie y se acercó a la puerta indicada. Miró una vez más la lista que llevaba en la mano para comprobar que no había olvidado nada.
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