jueves, 9 de junio de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 37

La bibliotecaria jefe pasó por su mesa y se detuvo a admirar la maceta de jazmín.

— ¿Dónde has encontrado esta hermosa planta?

— Me la ha enviado un amigo —repuso ella.

La directora enarcó las cejas.

—Debo decir que tiene muy buen gusto. ¿Lo conozco?

-—No sé. Se llama Pedro. Pedro Alfonso.

—Pedro Alfonso—repitió la mujer—. Ese nombre me suena. ¿Es un cliente habitual?

—No, es fotógrafo en la revista Adventurer.

La directora asintió.

—De eso me suena. Hay varios números de esa revista en nuestros archivos — achicó los ojos—. ¿Es el mismo que te gritó aquí la semana pasada?

—No me gritó exactamente, pero sí; ése era Pedro.

—Hum —Eliana arrancó una hoja marchita de la base de la planta—. Veo que intenta redimirse. Y no es un mal comienzo. Acaban de darle un premio, ¿no? Creo que he leído algo así en el periódico.

— El Premio a la Locura al fotógrafo más arriesgado —dijo con un temblor de orgullo en la voz.

La directora se estremeció.

—He visto algunas de sus fotos. En el último número de Adventurer viene un reportaje sobre él en una jungla de Centroamérica. Es un milagro que ese hombre siga con vida.

Paula no quería pensar en los riesgos que corría Pedro con su vida. En cuanto supiera que su impostor era Lautaro Golke, se marcharía a otra aventura peligrosa. Se mordió el labio inferior; si ése era el único modo de protegerlo, tal vez lo mejor fuera que no lo supiera nunca.

— ¿Ocurre algo? — Preguntó Eliana—. Pareces preocupada.

La joven salió de su ensimismamiento.

—No, estoy bien. Aunque me gustaría cambiar mis horas de trabajo. Me toca venir el sábado, pero ha surgido algo.

Eliana pensó un momento.

— No creo que sea problema, siempre que lo cambies por otro sábado.

— Por supuesto. Gracias, Eliana.

Su jefa se inclinó a oler el jazmín y cerró los ojos un instante ante el fuerte perfume de la planta.

— Quizá debas investigar sobre los cuidados del jazmín —musitó—. Colorado no es su entorno natural.

— Lo haré.

Eliana empezó a alejarse, pero vaciló y se volvió una vez más.

—Ya sé que tu vida personal no es asunto mío, pero...

— ¿Sí? —la animó ella que era la primera vez que la veía sin palabras.

La directora enderezó los hombros.

— Pero el mundo de las personas como Pedro Alfonso tampoco es el entorno natural de las bibliotecarias. Por favor, ten cuidado.

Paula asintió.

—Siempre lo tengo.

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