sábado, 11 de junio de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 41

Paula se detuvo en la entrada de la sala de reuniones de la biblioteca, incapaz de creer lo que veían sus ojos. Pedro Alfonso estaba sentado en el círculo de miembros del club de lectura con un ejemplar de Cumbres borrascosas en las rodillas. Ella ni siquiera había considerado la posibilidad de que volviera por allí.

Habían pasado cinco días desde el viaje a Pleasant Valley y la había llamado varias veces desde entonces, pero ella no había contestado el teléfono ni devuelto las llamadas. Había asumido que él había entendido ya la indirecta, pero al parecer se equivocaba.

Enderezó los hombros y entró en la estancia. Lautaro había pasado el día anterior por la biblioteca para darle su nueva dirección y asegurarle que ese fin de semana se lo contaría todo a Pedro. Había ahorrado ya el dinero que le debía para pagarle parte del material fotográfico que había usado en su laboratorio.

Había insinuado también que le gustaría reanudar la relación con ella, pero Paula lo había rechazado con amabilidad. Necesitaba un hombre más valiente que Lautaro, un hombre que no tuviera miedo de correr algunos riesgos, un hombre como Pedro.

Lástima que él no la quisiera.

Evitó su mirada y se sentó en su silla.

— Buenas tardes. Me alegro de verlos a todos.

—Yo por poco no vengo —confesó el ama de casa embarazada—. Este libro es muy deprimente.

— Cumbres borrascosas es una novela clásica —repuso ella—. Cathy y Heathcliff nos muestran cómo el choque de pasiones fuertes puede destruir a la gente.

—Porque son idiotas —comentó Pedro.

Ella parpadeó.

—¿Idiotas?

— Sí, están enamorados y en vez de buscar una solución a sus problemas, se dedican a empeorarlos.

—Era otra época —intervino Adriana, la peluquera—. Una sociedad diferente. Mira cómo describe Bronté las diferencias entre las clases sociales.

—No estoy segura de que ahora sea tan distinto —suspiró la ayudante de dentista—. El amor parece tan complicado como siempre.

Pedro miró a Paula.

— No tiene por qué ser complicado. Sólo si tienes miedo de tus sentimientos, como Cathy.

— El problema era Heathcliff —repuso ella—. Él la hizo desgraciada.

— Sólo porque ella no dejaba de huir de él —replicó.

—Murieron los dos -—dijo Patricia—. Su pasión los destruyó.

—Eso es lo que puede ocurrir cuando se pierde el control —dijo al grupo en general—. Hay mucha gente que se deja llevar por el corazón en vez de por la cabeza.

—Eso sí que es deprimente —musitó Nancy, la embarazada—. El amor no tiene que ser limpio y ordenado. Puede ser desordenado, impredecible y maravilloso —sonrió y apoyó la mano en su vientre—. Y puede llevar a lugares inesperados.

—Hay personas a las que no les gusta lo inesperado. Les gusta planearlo todo hasta el último detalle. Y cuando hay algún cambio en esos planes, les entra el pánico. ¿Verdad, Pau?

Ella lo miró a los ojos, pero no contestó.

—Da igual —dijo él al fin. Se levantó y guardó el libro bajo el brazo—. A lo mejor lo he entendido mal.

— ¿Te marchas? —preguntó la ayudante de dentista, sorprendida—. Pero si acabamos de empezar. Y a todas nos resulta fascinante oír hablar de amor desde la perspectiva de un hombre.

— A todas no —contestó él. Se volvió y salió por la puerta.

Paula lo miró marcharse con ganas de ir tras él. Por dentro se sentía tan desolada como los páramos de Cumbres borrascosas. Por fuera forzó una sonrisa y procuró fingir que no pasaba nada.

—¿Y qué opinan de Lockwood? —preguntó.

— ¿Estás loca? —preguntó Patricia—. ¿Vas a dejar que un hombre así salga de tu vida sin decir nada para detenerlo?

—No es tan sencillo —repuso ella—. No somos... compatibles.

— ¡Oh, por favor! —Exclamó Adriana—. Mi marido y yo somos tan compatibles, que él está dormido en el sofá todas las noches antes de las ocho. En mi opinión, compatible es sinónimo de predecible.

Paula no sabía qué contestar, por lo que intentó volver a la discusión del libro.

— Thrushcross Grange supone un contraste interesante con Cumbres Borrascosas. ¿Cómo creéis que refleja eso el tema de la historia?

—No tengo ni idea —contestó Eva—, pero el tema de mi vida parece ser que es difícil encontrar un hombre bueno y Pedro Alfonso me parece muy bueno. Así que, si tú no lo quieres, yo estaré encantada de quitártelo de encima.

—Yo no he dicho que no lo quiera … Pero no estoy segura de que me quiera él. Por lo menos para algo duradero.

—Pues a mí me parece que te quiere — dijo Adriana—. El otro día te trajo un vestido precioso.

—Y ha venido a nuestro club de lectura —añadió Nancy—. ¿Cuántos hombres ves tú aquí? Y hasta se ha leído el libro.

—Además, sólo hay que verlo para saber que está loco por tí —contribuyó Patricia.

Hablaban como si todo fuera muy sencillo y ella pudiera seguir a su corazón sin pensar en las consecuencias, como había hecho su padre. ¿Pero quién era más felíz? ¿Su madre, que había seguido a su corazón a un futuro incierto? ¿O su padre, que se había intentado aferrar al pasado?

Se echó hacia atrás en la silla, sorprendida al darse cuenta de que, al intentar evitar el dolor que había conocido en el pasado, estaba evitando el amor. Lautaro Golka había sido un hombre seguro porque nunca había corrido el riesgo de enamorarse de él. No como Pedro, que no sólo le había tocado el cuerpo la noche que se acostaron juntos, sino también el corazón.

Y por eso había huido de él desde entonces.

—Lo quiero —dijo en voz alta, casi sorprendida—. Estoy enamorada de Pedro Alfonso.

—Bueno, no nos lo digas a nosotras — sonrió Patricia—. Díselo a él.

— Lo haré.

Anunció ella, que se sentía mareada, nerviosa y asustada. Pero no importaba. Todo aquello era mejor que no sentir nada.

—Es el mejor encuentro que hemos tenido —declaró Adriana—. Estoy deseando que llegue el de la semana que viene.

—Me encanta Dickens —dijo Nancy—. ¿Leemos Grandes ilusiones?

Paula asintió.

— Y la semana siguiente, Robinson Crusoe. Quiero añadir aventura a mi vida.

Todas aceptaron con entusiasmo.

Veinte minutos después se disolvía la reunión y se marchaban las mujeres. Paula cerró la puerta principal por dentro y cruzó casi corriendo hacia la puerta de atrás, pero una sombra la sobresaltó de pronto y se llevó una mano al pecho.

Pedro apareció delante de ella.

—Tengo algo para tí.

A Paula le latía el corazón con miedo. Con esperanza. Con amor.

—Me has dado un susto de muerte.

—Ese es el problema, ¿verdad? Que te doy miedo y tú no estás dispuesta a vencer esos miedos. Pero no tienes que preocuparte, ya no te presionaré más —le puso una bolsa de plástico en la mano—. Toma.

—¿Qué es eso?.

—Tus zapatos.

— ¿Por eso has venido hoy? —preguntó ella—. ¿Para devolverme los zapatos?

— No —él la miró a los ojos—. He venido porque te echo de menos y pensé que podía convencerte de que dieras una oportunidad a lo nuestro, pero me había engañado. Tú no has dejado de huir de mí desde la mañana en que despertaste en mi cama y creo que es hora de dejarte marchar.

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