jueves, 16 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 3

—Era, tú lo has dicho. Mi padre lo acogió bajo su protección y le enseñó a hacer dinero, tanto en la Bolsa corno en el mundo de los negocios. Pedro tuvo mucha suerte de tener a un hombre como mi padre como mentor.

Paula pensó en hablarle de la buena suerte de Pedro con La novia del desierto, pero decidió no hacerlo. Tal vez porque si lo hacía parecería como si Pedro no hubiera conseguido el éxito en los negocios con el sudor de su frente.

—Has estado alguna vez de vacaciones en Happy Island? —le preguntó ella.

—No. Pero he oído hablar de ese sitio.

—Pedro tomó dinero prestado y compró Happy Island cuando estaba tirada de precio. Supervisó personalmente la remodelación de un enorme complejo turístico que estaba totalmente abandonado, y construyó también un aeropuerto. Al final vendió todo a una empresa multinacional por una fortuna.

—Un hombre afortunado.

—Papá decía siempre que la suerte empieza y termina con mucho trabajo. Siempre le dijo a Pedro que nunca se haría rico trabajando para otro. Por esa razón Pedro había montado su propia empresa de producciones cinematográficas hacía ya un par de años. Desde un principio había tenido éxito, pero nada como el conseguido con La novia del desierto.

—En eso tu padre tenía razón —dijo Damián—. Cuando yo tenía jefe, lo detestaba. Por eso monté mi propio gimnasio.

—¿Tú eres el dueño de The New You? Damián la miró asombrada.

—No me digas que tampoco sabías eso.

—No.

Él sonrió, mostrando una fila de dientes blancos.

—Desde luego no parece que te guste cotillear.

—Lo siento —se disculpó Paula—. A veces soy así. Soy un poco solitaria, no sé si te has dado cuenta —añadió con una sonrisa de pesar—. No hago amistades con facilidad. Supongo que es por ser hija única.

—Yo también lo soy —confesó él—. Y por eso es muy duro para mis padres que yo sea gay. No pueden ilusionarse con tener nietos. Se lo conté hace un par de años, cuando mamá no dejaba de presionarme para que me casara. Mi padre no ha vuelto a dirigirme la palabra —añadió Damián con evidente pesar.

—¡Qué pena! —dijo Paula—. ¿Y tu madre?

—Ella me llama, pero no me deja ir a casa; ni siquiera en Navidad.

—Ay, Dios mío. Tal vez lo acepten con el tiempo.

—Tal vez. Pero no tengo muchas esperanzas. Mi padre es un hombre muy orgulloso y testarudo. Cuando dice algo, no suele echarse atrás. Pero volvamos a tí, cariño. Dime... entonces estás loca por ese tal Pedro, ¿no?

A Paula se le encogió el corazón.

—Loca describe mis sentimientos hacia Pedro de maravilla. Cuando estoy con él, no puedo dejar de mirarlo. Pero yo no le gusto a él, y nunca le gustaré. Es hora de que lo acepte.

—Pero no lo harás hasta que no lo intentes por última vez.

—¿Cómo?

—No has estado sudando tinta porque una modelo con anorexia te dijera que estabas gorda, cariño. Es a Pedro a quien tienes que impresionar, y por supuesto atraer.

Paula no quería reconocerlo abiertamente, pero Damián tenía razón. Haría cualquier cosa para que Pedro la mirara con deseo. ¡Cualquier cosa! Aunque sólo fuera una vez... No. Sería más propio decir otra vez. Porque estaba bastante segura de que había visto deseo en su mirada cuando ella tenía dieciséis años, unas Navidades que había bajado a la piscina con un bikini diminuto que se había comprado pensando en Pedro.

Aunque a lo mejor se lo había imaginado. A lo mejor la desesperación por creer que ese día ella le había gustado un poco la había llevado a imaginar esas miradas. Las fantasías eran típicas de las adolescentes... aunque también de las jóvenes de veinticuatro. Por esa misma razón Paula llevaba toda esa semana comprándose la clase de ropa de verano que le despertaría las hormonas a un octogenario.

Solo que Pedro no era un octogenario. Era un hombre de treinta y seis años que tenía sus necesidades bien atendidas. Paula ya sabía que él se había librado de su novia la actríz, y que la había sustituido por una ejecutiva publicitaria.

Aunque Paula llevaba bastantes meses sin ir por casa, había llamado todas las semanas para hablar con Felisa, que siempre le informaba bien de las idas y venidas de Pedro antes de pasarle la llamada a él. Eso si estaba en casa. Pedro era un hombre con una intensa vida social que tenía muchas amistades, o contactos, como él prefería llamarlos, y salía a menudo.

—Supongo que pasarás las vacaciones de Navidad en casa —las palabras de Damián interrumpieron sus pensamientos.

—Sí —suspiró ella—. Suelo volver a casa en cuanto terminan las clases. Este año me estoy retrasando. Pero mañana tengo que aparecer por casa para decorar el árbol de Navidad. Si no lo hago yo, nadie lo hace. Luego ayudo a Felisa a preparar todo para el día siguiente. La comida la suele servir un catering, pero a Felisa también le gusta preparar algunas cosas. Felisa es el ama de llaves —añadió al ver que Damián fruncía el ceño—. Lleva años con la familia.

—Te confieso que no imaginaba a Pedro con una novia que se llamara Felisa.

—En eso tienes razón. Las novias de Pedro siempre tienen nombres como Jésica, Samantha o Ailén.

Así se llamaba la última, Ailén.

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