sábado, 25 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 17

A las once, Pedro había terminado de hacer todo lo necesario en la planta baja. Habían colocado las mesas y los toldos, y Juan y él habían subido el vino de la bodega.

A las diez en punto habían llegado los del catering: un equipo de tres camareros muy eficientes cuyo trabajo era restarle tensión a la comida de Navidad.

Pedro subió las escaleras con pesar, diciéndose que nadie podría quitarle a él la tensión de aquella comida de Navidad en particular. Había estado muy seguro de haber superado el deseo que había sentido por Paula desde que ésta cumpliera dieciséis años; pero parecía que se había estado engañando a sí mismo. La ausencia de Paula le había provocado una falsa sensación de seguridad. Eso y conocer a Ailén, cuyo cuerpo sensual y su entretenida compañía habían arrinconado su deseo secreto hacia Paula en el lugar más oscuro e inaccesible de su subconsciente; en aquel lugar en el que Pedro encerraba los recuerdos y las emociones que prefería olvidar, O al menos ignorar. Había sido la noticia que Felisa le había dado el día anterior durante el desayuno de que Paula llevaría ese año a su novio a la comida de Navidad lo que le había hecho perder el férreo control sobre sus emociones, un control que, iluso de él, había creído poseer, y había suscitado en él unos amargos celos. Así que se había quedado en casa en lugar de ir a jugar al golf, sólo para estar allí cuando ella llegara. Había puesto la excusa de que necesitaba hablar con ella sobre su herencia, cuando lo que más le apetecía era interrogarla sobre el hombre de su vida. Descubrir que estaba locamente enamorada del tal Derek no había hecho sino ponerle más celoso.

En general estaba satisfecho porque superficialmente guardaba la compostura con ella, y se daba un sobresaliente por no haberla besado la tarde anterior cuando había tenido oportunidad. Sin embargo, con los pendientes de diamantes había cedido a la tentación, ¿o no? Se había gastado una pequeña fortuna en ellos con la firme intención de que Damián se enterara de quién se los había comprado.

Se comportaba mal siempre que Paula llevaba a un novio a casa; y siempre se había engañado diciéndose que lo hacía para respetar los deseos de Miguel, justificando sus acciones con la excusa de que quería protegerla de los que pudieran ir tras su fortuna. Pero eso distaba mucho de la verdad. Ninguno de los chicos que Sarah había llevado a casa habían ido detrás de su dinero; para empezar porque ella no le había dicho a ninguno que en el futuro se convertiría en una rica heredera. Sólo habían sido jóvenes que habían tenido la buena suerte de estar donde Pedro siempre había querido estar. Con Paula.

¿Qué haría esa vez?, se preguntaba con pesar mientras llegaba al rellano del primer piso y miraba hacia la puerta de la habitación de Paula. Nada. Lo mismo que no había hecho nada el día anterior cuando la había tenido entre sus brazos. Había querido besarla. Maldita sea, se moría de ganas por besarla. ¿Pero qué habría conseguido, salvo que ella lo mirara no con adoración como había hecho en el pasado, sino con asco? Paula se había enamorado finalmente; sin duda estaría a punto de tener lo que siempre había querido: casarse y tener hijos.

Si Damián fuera un tipo honrado, entonces estaría mal intentar plantar la semilla de la duda en el pensamiento de Paula. Sin embargo era lo que quería hacer... Claro que querer hacer algo y hacerlo eran dos cosas muy distintas. Llevaba años queriendo seducir a Paula, pero no lo había hecho.

Cuando Pedro entró en el dormitorio principal y cerró la puerta, el pensamiento le llevó a otro problema al que tendría que enfrentarse en un futuro inmediato: en  febrero tendría que abandonar la casa. Después de tantos años se había  acostumbrado a vivir allí y encariñado con las demás personas que vivían con él. No imaginaba vivir en otra casa ni dormir en otro dormitorio. Resultaba un tanto extraño. Siete años atrás, después de morir Miguel y de que él se mudara a vivir allí, no le había gustado mucho aquel dormitorio. Siempre le había gustado el cuarto de baño, donde Miguel había colocado una bañera de hidromasaje tan grande que casi se podía nadar; pero el dormitorio le había parecido bastante desnudo para el gabinete de soltero que él quería evocar. De modo que había añadido algunas cosas para que el efecto fuera erótico y sensual, sobre todo de noche. Porque cuando estaba en el dormitorio, Pedro no fingía ser otra persona de la que en realidad era: un hombre muy sensual.

Y teniendo eso en cuenta, le extrañaba mucho lo que había hecho la noche anterior después de la fiesta. Para empezar, no entendía por qué no le había hecho el amor a Ailén cuando la había llevado a casa. Ella había estado provocándole toda la noche, algo que normalmente a él le encantaba. Y sabía que en cualquier otra ocasión la habría empujado y le habría hecho el amor allí mismo. En lugar de eso, sus labios voraces le habían repelido, y le había puesto la excusa de que le dolía la cabeza. ¡Que le dolía la cabeza, por amor de Dios! Ailén se había quedado sorprendida, pero también se había mostrado comprensiva.

—Mañana por la noche no te librarás tan fácilmente —le había dicho cuando él iba hacia el coche.

Pedro no se había ido derecho a casa; había empezado a dar vueltas por la ciudad, analizando por qué no se había ido con Ailén a la cama. Esa noche había tenido varios sueños eróticos. En el último tenía a Paula entre sus brazos y la estaba besando tal y como había querido el día antes. Se había despertado del sueño muy excitado. Cuando Felisa lo había enviado a despertarla esa mañana, se había quedado mirándola más rato del necesario mientras dormía. Y poco después, cuando ella había bajado a desayunar con ese camisón tan sexy, le había consumido un deseo tan intenso que le había costado mucho controlarse.

El regalo de Paula le había atormentado aún más, pues había avivado en él la posibilidad de que, a pesar de su nuevo novio, en secreto Paula siguiera deseándolo a él. Sin embargo, cuando ella le había dejado claro que su regalo tan sólo era por gratitud, le había bajado de la nube a la cruda realidad.

Paula había superado totalmente su enamoramiento de colegiala hacia él. Había perdido la oportunidad con ella, si acaso la había tenido alguna vez. Era eso lo que más le fastidiaba.

—Debería alegrarme de que se le haya pasado —murmuró mientras se quitaba la camiseta de camino al cuarto de baño—. Tengo que concentrarme en comportarme bien el resto del día.

Pedro se quitó los pantalones antes de abrir la ducha.
—Nada de comentarios sarcásticos —se reprendió en voz alta mientras se metía bajo el chorro de agua fría—. Nada de decirle a Damián que le he comprado unos pendientes de treinta mil dólares. ¡Ah, y se ponga lo que se ponga, nada de mirar!

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