—Pues que así sea —dijo él cuando ella no dijo nada—. Sólo recuerda que debes asumir las consecuencias de tu decisión.
—¿Qué consecuencias?
—Que un día me habré saciado de tí y seguirás el mismo camino que las demás —dijo Pedro con tanta frialdad que daba miedo.
—¿Qué intentas, asustarme?
Él se echó a reír sin humor.
—No, por Dios. Lo que más deseo es tener este cuerpo tan delicioso tuyo a mi disposición diaria hasta por lo menos el final de las vacaciones de verano. Pero mi política es la sinceridad brutal con todas mis novias. Ailén sabía lo que había. Ahora tú también lo sabes.
—¿Puedo decirle a Felisa que soy tu nueva novia?
Él frunció el ceño.
—Por supuesto que no.
—Eso pensaba. Quieres que yo sea tu sucio secreto, ¿verdad?
—Tengo orgullo. ¿Acaso tú no? —le dijo con desafío.
Ella levantó el mentón.
—Sí.
—Entonces será nuestro sucio secretito. Si no te gusta eso, dímelo, porque prefiero que lo dejemos ahora. Al fin y al cabo, no has hecho más que probar.
—Eres un pícaro, sí, señor —dijo Paula.
—Ya te advertí cómo soy. ¿Entonces, qué dices? ¿Cuál es tu decisión final? Puedo dejarte a tí y esta casa lo antes posible... —se acercó a la cama donde estaba el regalo de Damián. Era un body de encaje y seda negro, comprado con la idea de darle celos a Pedro.
—O bien puedes acceder a venir esta noche a mi habitación sólo con esto y mis pendientes de diamantes.
Paula trató de sentir asco hacia él, hacia sí misma, pero no sirvió de nada. En ese momento temblaba de deseo, y nada ni nadie podrían sacarla de aquella mareante emoción. Estaba deseando hacer lo que él le pedía. No sabía si se estaba comportando como una masoquista o como una chica enamorada que llevaba demasiado lejos sus fantasías románticas.
Sin embargo él no le estaba ofreciendo romanticismo, sino unas semanas de algo que ella nunca había experimentado en la vida. Pedro no se equivocaba al decir que todos los amantes que había tenido habían sido jóvenes de poca experiencia.
—¿A qué hora esta noche? —le preguntó ella, mirándolo a los ojos.
No pensaba dejarle creer que la había seducido para que cediera a sus deseos. Iría porque quería, sin miedo, con coraje.
Él sonrió con pesar.
—Siempre supe que tenías temperamento, Paula. Esa es otra de las cosas que me atraen de tí. ¿Qué te parece a las nueve? Felisa y Juan se habrán retirado ya a descansar.
—A las nueve —repitió ella con cierto fastidio. ¡Faltaban aún cuatro horas!
—Sí, lo sé; pero será mejor. Ahora tengo que ir a vestirme —dijo Pedro mientras recogía el bañador y la toalla del sueño—. Mientras tanto te sugiero que bajes. La gente podría empezar a preguntarse dónde estamos y concluir que hay algo de verdad en las acusaciones de Ailén. No te olvides de pintarte los labios antes de bajar.
En cuanto salió de su dormitorio, Paula corrió al cuarto de baño e hizo lo que le había sugerido él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario