— ¿Dónde está tu espíritu aventurero?
Paula enarcó las cejas.
— Me parece que te equivocas de chica.
Él le tendió la mano.
— Te reto.
Ella sabía que no debía morder el anzuelo, pero se levantó de todos modos.
—De acuerdo. Vamos.
Él la llevó hasta la estrecha apertura en la roca.
—Ten cuidado con las serpientes.
—¿Serpientes?
Se detuvo con brusquedad.
—Serpientes pequeñas —aclaró — Inofensivas
—Pero tú dices que puede haber serpientes ahí dentro, ¿no?
—Sí, pero si entramos, ellas saldrán. A las serpientes no les gustan los humanos.
Ella lo miró.
—Lo último que deseo hacer es echar a una serpiente de su casa.
Pedro le puso las manos en la cintura y la atrajo hacia sí. La miró a los ojos y, cuando ella creyó que iba a besarla, apartó las manos y se adelantó.
—Entraré yo delante a inspeccionar. Si no hay serpientes, te diré que puedes venir.
Paula lo vió desaparecer en la cueva y se preguntó por qué no la había besado. ¿O quizá era esperar demasiado? Para él coquetear era tan natural como respirar. No significaba nada. Ella no significaba nada.
Volvió a sentarse en la piedra, cansada por la subida y disgustada consigo misma por sus alucinaciones. Pedro sólo la había invitado al picnic para que pudiera identificar a su impostor. Por suerte, había decidido no enfrentarse a Marcelo Haywood, sobre todo después de enterarse de que estaba prometido en matrimonio y muy enamorado.
Por lo que había dejado de ser útil a ojos de Pedro, pero era demasiado educado para ignorarla. Y demasiado caballero para intentar conquistarla.
La posibilidad de que él pudiera notar que lo deseaba le daba náuseas. Podía tener cualquier mujer que quisiera y ese día había dejado claro que no la quería a ella.
Se apartó el pelo de la cara y deseó no haber ido allí ese día.
Pedro salió de la cueva y se limpió las manos en los vaqueros.
— La cueva está libre de serpientes y lista para la gira.
—Creo que me saltaré la gira —repuso ella—. De hecho, me gustaría que me llevaras a casa. No me encuentro bien.
Él frunció el ceño.
—¿Qué te ocurre?
Ella movió la cabeza.
— No lo sé, puede ser algo que he comido. ¿Podemos irnos, por favor?
—Por supuesto.
Le tendió la mano, pero ella fingió no verla y se volvió rápidamente hacia el camino.
De camino al prado, se riñó a sí misma por haber querido ver más en los actos de Pedro de lo que en realidad había. Le había dado la mano porque quería ayudarla con el sendero empinado. Le había soltado el pelo sólo para irritarla. Cada vez estaba más convencida de que se engañaba ella sola, de que su pasión por él nublaba su sentido común. Un error que no volvería a permitirse.
Cuando llegaron al prado, Pedro recogió la manta y la cesta de picnic mientras Paula se despedía de sus padres. Eran muy simpáticos, cosa que, por alguna extraña razón, la alteró aún más.
Pedro metió la cesta y la manta en el coche mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Paula se sentía cada vez más enfadada. Enfadada con él por obligarla a entrar en su vida. Y consigo misma, por desear tanto formar parte de ella.
—Siento que no hayamos encontrado al impostor —dijo cuando él se sentó al volante—. Seguro que lo encontrarás pronto, pero yo no puedo seguir ayudándote.
Él puso el motor en marcha.
—Creo que deberíamos hablar de esto más tarde, cuando te sientas mejor.
—De acuerdo.
Paula cerró los ojos y apoyó la cabeza en el asiento para eludir cualquier conversación. Sabía que no hablarían de eso más tarde porque no tenía intención de volver a ver a Pedro Alfonso.
Muy buenos capítulos! Paula se vive haciendo la cabeza sola! que difícil se la hace a Pedro!
ResponderEliminarUyyyyyyyyyy, la que se va a armar cuando se descubra todo
ResponderEliminarQue Pedro la bese que es lo que Paula quiere
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